Una patria vasca a la altura de su ciudadanía y sus retos

Todos los años el Aberri Eguna ofrece una oportunidad para desconectar de la política cotidiana y mirar a las constantes vitales de la nación vasca en perspectiva. Cada cita tiene características particulares, un contexto concreto. La de hoy viene marcada por la rebelión pacífica y democrática de la ciudadanía catalana y por la amenaza reaccionaria del Estado español. Asimismo, a un año del desarme –que sigue siendo social y políticamente fructífero–, el debate de ETA avanza y pronto culminará el ciclo histórico que marcó su nacimiento.

Por otro lado, Euskal Herria no puede abstraerse por más tiempo de retos mayores y estratégicos, como las crisis que afectan a Europa –desde la del sistema capitalista hasta la demográfica– y las tendencias socioculturales en las que se enmarcan –cambio generacional, desarrollos tecnológicos, derivas ideológicas…–.

El problema español en el contexto europeo

Lo que suceda en Catalunya es crucial para Euskal Herria porque, de igual manera que allá se están aplicando políticas represivas experimentadas contra la insurgencia vasca, la intervención jurídico-institucional que se está imponiendo establece un nuevo estándar reaccionario que, antes o después, se exportará. El esquema de solo resistir no tiene futuro con estos niveles de arbitrariedad y parcialidad institucionalizada.

Llegados a este punto, más que un esquema de frentes, un cálculo de escenarios invita a pensar en alianzas entre las naciones sin Estado. Algo complicado porque, como buen «padre maltratador», el Estado español ha jugado con las sociedades a las que considera subordinadas dentro de un sistema de competición y compensación, con beneficios y violencia que funcionan como vasos comunicantes. Eso dificulta establecer relaciones estratégicas y honestas entre naciones con escaso interés mutuo, más divergentes y a menudo más enfrentadas de lo que nos gusta aceptar a los independentistas.

En todo caso, el cambio implica dejar de dar por natural la idea de los conflictos vasco y catalán a la vez que se sitúa el problema donde está: en España y en su falta de cultura democrática. Igual que los problemas húngaro o polaco no lo son de las mujeres o de las homosexuales, de los gitanos, los judios o de otras minorías, sino de esos estados que violan tratados y coartan libertades. Y lo hacen, no cabe olvidarlo, con el apoyo de gran parte de sus sociedades, que se vertebran en gran medida sobre la discriminación y el privilegio político.

Un inmenso capital acumulado en la lucha

En Euskal Herria ese privilegio está vinculado al españolismo y adquiere forma de ventajismo político. Las fuerzas abertzales, pese a su indiscutible hegemonía, a su capacidad de adaptación y a su influencia en los principales indicadores políticos y sociales del país, ven con cierta impotencia cómo un españolismo despreocupado se instala como referencia y marca agenda.

El nacionalismo banal de los españoles cala gracias a sus estructuras formales e informales, mientras lo que podrían ser estructuras de un futuro Estado vasco son inhibidas o minusvaloradas. Con el unionismo se ha concertado no solo el reparto del poder, sino la autolimitación sociopolítica de la nación vasca. Darles mayor capacidad de veto sobre los intereses vascos del que ya tienen por ley es suicida. A su vez, las familias abertzales emplean gran parte de sus energías en amortizar lo logrado por la otra tradición, en vez de en capitalizar el legado logrado por unos y otros, el inmenso tesoro político acumulado en la lucha por la libertad.

Aun así, para la mayoría social vasca el marco español está íntimamente asociado a problemas irresolubles y a violencia. Abertzale es ofrecer una alternativa solvente. Euskal Herria es, para muchas personas, una nación-refugio que para ser políticamente efectiva debe dotarse de recursos, de derechos, de acuerdos significativos para la vida de las personas. Esa es la oferta de y para la ciudadanía vasca hoy en día. Abrir esta fase histórica obliga a los abertzales a proyectar a futuro sus legados de manera compartida, con los derechos y los intereses de la ciudadanía como guía. La clave patriótica vasca para el siglo XXI es conformar una ciudadanía adulta, soberana, preparada, solidaria y emancipada. La fórmula es un Estado decente y los plazos corren, un año más. A favor o en contra, dependerá de quienes, de manera comprometida y generosa, aman al país y a sus gentes y se comprometen con su desarrollo y su libertad.

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