El PSOE, con Felipe González a la cabeza, entró en 1996 trastabillando como un púgil noqueado. El partido estaba enfangado en problemas internos de todo tipo y escaramuzas entre «guerristas» y «renovadores».
Incluso el amigo y colaboracionista francés contra los refugiados vascos y ETA, el presidente François Mitterrand, falleció en enero de 1996.
La cloaca de la guerra sucia, los fondos reservados, las escuchas del Cesid a políticos, el 'caso Filesa', Luis Roldán, el gobernador del Banco de España camino de la cárcel… y, por si todo ello fuera poco, el «váyase, señor González» repetido hasta la saciedad por José María Aznar como si se tratara de un mantra redentor.
En lugar de irse, Felipe González optó por adelantar las elecciones al 3 de marzo en un intento desesperado de salvar la situación, pero el PP de José María Aznar ganó por apenas trescientos mil votos y quince escaños. Victoria más que ajustada, aunque suficiente para que, gracias al PNV, CiU y Coalición Canaria, Aznar llegara a la Presidencia de Gobierno español.
En lo que afectaba a Euskal Herria, era un cambio de decorado sobre igual escenario.
A comienzos de año ETA se había dirigido al propio Felipe González para hacerle llegar los términos de su Alternativa Democrática y la plena disposición a abrir un espacio de distensión y diálogo. Desde el Gobierno se negó el hecho.
A José María Aznar, ya como nuevo jefe del Ejecutivo español, la organización armada le hizo igual ofrecimiento, que, en junio, incluyó un alto el fuego de una semana como prueba de la predisposición al diálogo. La respuesta del Gobierno del PP fue la misma que la ofrecida anteriormente desde el PSOE.
Había cambiado el decorado de La Moncloa, pero no había visos de voluntad alguna para afrontar un cambio de escenario.
Y en ese escenario invariado, y mientras José María Aldaia seguía secuestrado, en febrero, en Burgos, lo fue también el funcionario de prisiones y militante del PP José Antonio Ortega Lara, que acabó protagonizando el secuestro más largo de los realizados por ETA al permanecer retenido durante 532 días. La Guardia Civil lo liberó el 1 de julio de 1997, en un operativo dirigido por el capitán Manuel Sánchez Corbí, condenado como responsable de las torturas a Kepa Urra.
Un par de semanas después del secuestro del carcelero, el dirigente del PSOE Fernando Múgica Herzog fue abatido de un disparo en una calle de Donostia. Pocos días más tarde, en Madrid, fue también muerto a tiros Francisco Tomás y Valiente, quien hasta hacia pocos años presidiera el Tribunal Constitucional español.
Al día siguiente de las elecciones generales del 3 de marzo ETA atentó en Irun contra el ertzaina y miembro del PNV Ramón Doral, suboficial de Información que había sido jefe en Gipuzkoa de la lucha contra la organización armada.
Los vientos contra 'Egin' se tornaron tempestad tras la muerte de Doral. El PNV, su organización juvenil EGI y el consejero de Interior, Juan María Atutxa, más allá de cargar contra ETA lo hicieron contra el diario y pusieron en el punto de mira al periodista Pepe Rei.
Pero la fase más virulenta de esa tempestad empezó a mitad de agosto, tras la detención de dos redactores de 'Egin' acusados de pertenencia a ETA. Esa militancia fue presentada como la prueba definitiva de la relación directa entre el periódico y ETA, y todas las baterías mediáticas y líderes de opinión se concentraron en el permanente bombardeo de esa idea. El objetivo estaba claro: preparar el terreno para que el ataque a la libertad de expresión que significaría el cierre de 'Egin' resultara justificado.
La primera iniciativa la llevó a cabo la Guardia Civil, cuando, mientras los detenidos se encontraban incomunicados, solicitó al juez Gómez de Liaño el registro de todas las instalaciones del periódico. El magistrado instructor no accedió a las pretensiones y únicamente autorizó el registro de la mesa de uno de los redactores.
Otra diana de la criminalización fue colocada sobre la juventud abertzale aprovechando un informe encargado por el Gobierno Ardanza al sociólogo Javier Elzo. En el informe, elaborado sobre el material aportado por la propia Consejería de Interior, se acusaba a Jarrai de estar retando a la sociedad vasca a través de la kale borroka y de generar un clima de normalización de la violencia.
Por la cárcel pasó el general Galindo, aunque en su caso la visita fue breve, en unas semanas en las que aumentaron los problemas para continuar investigando los GAL por la negativa del Gobierno a desclasificar la documentación que requerían los jueces para poder avanzar en las pesquisas.
El juez Baltasar Garzón ordenó en febrero la detención de Jon Idigoras, acusado de «colaboración con banda armada» por la difusión del vídeo de la Alternativa Democrática, que a pesar de la persecución se presentó en más de doscientos puntos de toda Euskal Herria.
El PSOE se dolía del golpe de la pérdida del Gobierno, pero como todo es susceptible de empeorar, el nuevo frente se le abrió en Nafarroa, cuando Javier Otano presentó su dimisión como presidente de la Comunidad Foral al descubrirse una cuenta en Suiza a su nombre, cuyo saldo parecía provenir de la rama navarra del caso Roldan que, precisamente, había llevado a prisión a sus compañeros de partido Urralburu y Aragón.
El tema provocó la pérdida del Gobierno Foral, que pasó a manos de Miguel Sanz, de UPN, por el procedimiento automático tras cuatro investiduras fallidas facilitadas, según algunas fuentes, por el propio PSOE, que prefería que gobernara la derecha para frustrar iniciativas como el Órgano Permanente de Encuentro.
Precisamente, la primera medida de Miguel Sanz fue acabar con esa institución de colaboración con la CAV, que aún no había echado a andar.
Y como cambiaban las decoraciones pero no el escenario, la actividad armada de ETA se incrementó notablemente después de ser desestimado su enésimo emplazamiento a la distensión y el diálogo. Hubo atentados contra objetivos personales, intereses económicos o instalaciones oficiales, numerosos ataques con bomba en infraestructuras turísticas de diferentes puntos de la geografía del Estado español y lanzamiento de granadas contra cuarteles de la Guardia Civil.
A mitad de noviembre fue secuestrado el empresario Cosme Delclaux, mientras Ortega Lara seguía retenido.
En Iparralde IK también llevó a cabo varios ataques con explosivos.
Las acciones de kale borroka y los sabotajes, particularmente en apoyo a los prisioneros políticos y sus luchas, se multiplicaron. En igual medida lo hizo la criminalización y persecución de los jóvenes que participaban en los ataques o en enfrentamientos con la Ertzaintza cuando intervenían contra concentraciones o manifestaciones.
En septiembre, el colectivo de prisioneros políticos vascos inició una nueva fase de huelgas de hambre por el reagrupamiento y contra la política penitenciaria, una estrategia carcelaria contra la que también se posicionó el Parlamento de Gasteiz; aunque el consejero de Interior, Juan María Atutxa, no parecía estar muy de acuerdo porque le faltó tiempo para despreciar la huelga de hambre.
De lo que no dijo nada fue sobre el denigrante espectáculo que se produjo en los alardes de Irun y Hondarribia, cuando algunas mujeres ejercieron su derecho a poder desfilar como escopeteras y fueron objeto no solo de insultos groseros y machistas, sino también de agresiones físicas y hasta del lanzamiento de piedras y tornillos por parte de quienes decían defender la «tradición».
En primavera se produjo una de las acciones más espectaculares llevadas a cabo por el movimiento social en Euskal Herria. Un grupo de ocho Solidarios con Itoitz cortaron los cables de transporte de hormigón de la obras del pantano, logrando lo que las resoluciones judiciales no conseguían por las maniobras de los partidarios del proyecto.
Las imágenes grabadas del corte de los cables han quedado para la historia; como otras acciones espectaculares llevadas a cabo por Solidarios con Itoitz.
El escenario que sí cambió fue el de Ezkerraldea, cuando el 2 de julio se apagó el último horno alto de Sestao. Quedaban apenas unos restos moribundos de lo que fuera febril actividad industrial de la zona, además de unos astilleros varados en un futuro condenado a muerte.
En Ezkerraldea ya solo fueron quedando retales oxidados del orgulloso pasado proletario. Como cantara Zarama, aunque no precisamente como los cisnes blancos,
«Loreak ezkutatu dira / arratoien herrialdean
Eguzkiak ez du berotzen / fabrikak ez du produzitzen
Keinu tristeko langileak / tren zikinetan problemak erretzen
Gaur atzo baino gaiztoagoa da».