1977/2024 , 11 de Febrero

Ramón Sola

El día en que Mandela salió a liquidar el apartheid, Mubarak cayó y Ratzinger se fue

Tres grandes nombres internacionales, para nada equiparables, tienen marcada en su historia personal este 11 de febrero. Fue el día en que acabaron 27 años de cárcel para Nelson Mandela, en que Hoski Mubarak fue derrocado y en que el Papa Benedicto XVI dejó su cargo.

Nelson Mandela, Hosni Mubarak y Joseph Ratzinger, tres nombres para este día.
Nelson Mandela, Hosni Mubarak y Joseph Ratzinger, tres nombres para este día. (Wikimedia Commons)

¿Qué tienen que ver entre sí el líder que acabó con el apartheid, un dictador egipcio de largo recorrido y un ultraconservador dirigente de la Iglesia católica? Queda claro que nada, ni en lo geográfico ni en lo político ni en lo moral, salvo una fecha, precisamente la del día de hoy. El 11 de febrero marcó un punto de inflexión total para tres hombres de dimensión planetaria: Nelson Mandela en 1990, Hosni Mubarak en 2011, y Josep Ratzinger en 2013.

Aquella jornada los tres emprendían caminos muy distintos, incluso radicalmente contrarios, porque el sudafricano dejaba atrás la cárcel para avanzar hacia la presidencia de su país, mientras que el egipcio caía del poder a la prisión. Lo de Ratzinger fue un mero retiro, pero en ningún caso intrascendente porque era la primera vez en que un Papa dejaba su cargo por voluntad propia, sin mediar fallecimiento. Así que seguiría formalmente como jefe de la Iglesia católica en condición de emérito.

Mandela, de «terrorista» a presidente

Qué duda cabe de que este triple recordatorio debe empezar por Mandela, referencia moral global y muy marcada en Euskal Herria, donde el espejo sudafricano ha brindado inspiración a menudo. De hecho, en un caso que se ha repetido muy contadas veces, GARA dedicó un dossier especial de 16 páginas a su fallecimiento en 2013, que puede leerse aquí. El entonces senador de Amaiur Urko Aiartza formaría parte de la guardia de honor que acompañó el féretro con sus restos.

Aquel 11 de febrero de 1990, Mandela fue excarcelado tras 27 años y comenzó su carrera política en libertad. El preso 466/64 pasaría a ser presidente de Sudáfrica en 1994 y además Nobel de la Paz (junto a Frederik De Klerk) por la derogación de las leyes segregacionistas.

Ante la multitud que lo esperaba en Ciudad del Cabo, aquel 11F marcó el camino con su discurso: «Hoy en día, la mayoría de los sudafricanos, tanto negros como blancos, reconoce que el apartheid no tiene futuro. Debemos acabar con él mediante nuestra propia acción conjunta y decisiva a fin de construir la paz y la seguridad en todo el país. La resistencia colectiva y las demás acciones llevadas a cabo por nuestra organización y por el pueblo sólo pueden culminar en la instauración de la democracia».

«Los factores que condujeron a la lucha armada perduran todavía», lamentó Mandela al salir de prisión aquel día, dispuesto a finiquitar las leyes segregacionistas

 

No eludió su pasado, que le había llevado a Robben Island, hoy museo de derechos humanos y lugar de culto, sobre el que fue pedagógico: «Nuestro recurso a la lucha armada en 1960, con la formación del ala militar del CNA, Umkhonto We Sizwe, era una acción puramente defensiva contra la violencia del apartheid. Los factores que condujeron a la lucha armada perduran todavía. Expresamos la esperanza de un clima favorable para que la lucha armada deje de ser una necesidad en lo sucesivo. El pueblo debe ser consultado para decidir quién negociará y cuáles serán los contenidos de dichas negociaciones. El futuro de nuestro país solo puede fijarlo un cuerpo elegido democráticamente sobre una base no racial».

La primavera árabe, el invierno de Mubarak

El 11 de febrero trajo buenas noticias para Mandela pero malas para Hosni Mubarak, que se batía en retirada tras tres décadas gobernando Egipto con mano de hierro. Fue víctima de la llamada «Primavera árabe», iniciada en Túnez y extendida rápidamente al país de los faraones, una revuelta que con el tiempo acabó fracasando pero a la que Mubarak no sobrevivió.

Mubarak fue en Egipto el hombre que más tiempo detentó el poder desde el fin de la monarquía en 1953. En este espacio de tiempo fue protagonista de mil batallas y negociaciones, lo cortejaron las potencias occidentales y escapó a varios intentos de acabar con su vida, como el sufrido en 1995 en Addis Abeba, cuando su vehículo blindado fue acribillado a balazos.

Mubarak cayó en días tras tres décadas de poder absoluto, pero la revuelta no se consolidó e incluso acabó algo rehabilitado por otra dictadura militar

 

Después de 30 años al frente de un Estado –siempre bajo el estado de emergencia— marcado por la represión y la corrupción, se convirtió en el primer presidente en ser sometido a juicio, aunque, bajo el nuevo régimen golpista de Al-Sisi, fue finalmente absuelto de las acusaciones de corrupción y de las matanzas de manifestantes.

Mubarak fallecería en 2020 a los 91 años y la despedida del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sería bien significativa: «Ha muerto un amigo personal, un líder que condujo a su pueblo a la seguridad y a la paz con Israel».

Ratzinger y sus secretos

Si la excarcelación de Mandela fue largamente madurada y la caída de Mubarak fulminantemente desencadenada, la renuncia al Papado de Joseph Ratzinger resultó totalmente sorprendente. Y es que no se había producido algo así en seis siglos, desde Gregorio XII.

La explicación del teólogo alemán, conocido ya antes de llegar al cargo por sus posiciones ultraortodoxas, fue que le «faltaban fuerzas» para llevar a cabo su ministerio. Tenía entonces 85 años y fallecería el último día de 2022, a los 95.

Ratzinger se marchó cuando empezaba el estallido público de los casos de pederastia, y antes de morir fue señalado de estar al corriente ya en sus tiempos en Munich

 

Su retirada fue real porque Ratzinger apenas intervino desde su condición de emérito y la Iglesia católica se puso además en manos de un perfil diferente, el de Jorge Bergoglio, el Papa Francisco. Y no se terminaron de disipar las dudas sobre el motivo de la renuncia, en un momento en que ya afloraban con profusión los casos de pederastia vinculados a la Iglesia en todo el mundo. Antes de morir pediría perdón tras la divulgación de un informe sobre abusos sexuales a menores en Alemania en el que se le acusaba de estar al corriente en su época como arzobispo de Múnich (1977-1982).