«Era un juicio político y, en mi caso, fui juzgada por quien era, no por lo que había hecho»
La expresidenta del Parlament de Catalunya Carme Forcadell hace memoria para llegar hasta aquel 12 de febrero, fecha en la que se inició el juicio contra los líderes del Procés. Habla de sentimientos y de todo lo vivido tanto en el Tribunal Supremo como dentro de prisión.
Carme Forcadell recordará siempre el 12 de febrero de 2019. Aquella mañana, un furgón de la Guardia Civil la trasladaba de la prisión de Alcalá-Meco a la sede del Tribunal Supremo para ser juzgada en la macrocausa del Procés, por la cual fue condenada a 11 años y seis meses prisión y de inhabilitación por los delitos de sedición y malversación. Tras su ingreso en el centro tarraconense de Mas d’Enric, en junio de 2020 fue confinada a la prisión de mujeres de Wad-Ras (Barcelona), de donde salió en libertad el 21 de junio de 2021 después de ser indultada. Forcadell (Xerta, Tarragona, 1955) repasa las circunstancias del juicio y su estancia en prisión, cuya vivencia queda reflejada en el libro 'Escrivim el futur amb tinta lila' (Destino, 2021).
El 12 de febrero de 2019, tras 447 días en prisión preventiva, tuvo que afrontar el juicio del Procés. ¿Con qué actitud lo encaró?
Quería que llegara, aunque los letrados nos habían advertido de que las perspectivas no eran nada halagüeñas. Se trataba de un juicio político, cuyo resultado probablemente sería en forma de condenas. En mi caso, juzgada por quién era, no por lo que había hecho.
¿Fue determinante su paso por la Asamblea Nacional Catalana (ANC), de la cual fue presidenta entre 2012 y 2015?
Sin duda, ya que mientras el resto de miembros de la mesa fueron a parar al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC), a mí me llevaron al Supremo, cuando mi voto para tramitar las leyes de Transitoriedad del 6 y 7 de septiembre de 2017, previas al referéndum, sirvió igual que el de mis compañeros. Si me mandaron a Madrid fue para esgrimir que yo participaba en una supuesta confabulación entre el Govern y la cámara catalana.
¿Cómo preparó su defensa?
Me estudié las leyes del 6 y 7 de septiembre, sobre la base que nunca conculqué ningún derecho, pues la Junta de Portavoces se convocaba justamente para respetar el derecho de todos los diputados, fueran del signo que fueran, de acuerdo con lo que fijaba el reglamento. De hecho, encontré precedentes de actuaciones similares en el Congreso. Pero no me preguntaron nada de ello, sino por mi participación en una marcha por el centro de Barcelona el 20 de septiembre y unos tuits en los que llamaba a votar el 1 de octubre, lo que confirmaba que me encausaban por mi conexión con la sociedad civil al haber presidido la ANC.
¿En qué medida fue vacunándose ante una posible condena?
No hacía falta. El juicio ya carecía de las mínimas garantías procesales. En lugar de hacerse en Catalunya, se celebró en el Supremo y bajo las tesis del teniente coronel de la Guardia Civil Daniel Baena, cuyo relato ficticio fue asumido íntegramente por la sala. De la misma manera que no pudimos desmontar las acusaciones, pues las imágenes que las rebatían las dejaron para las últimas sesiones.
«El juicio ya carecía de las mínimas garantías procesales. En lugar de hacerse en Catalunya, se celebró en el Supremo y bajo las tesis del teniente coronel de la Guardia Civil Daniel Baena, cuyo relato ficticio fue asumido íntegramente por la sala»
En su alegato final, manifestó que «el juicio no ha servido para nada». ¿A qué se refería?
Nuestra idea era señalar que no era delito celebrar un referéndum, pues no figuraba en el Código Penal. Pero el ambiente estaba tan contaminado que se trasladó a la ciudadanía el mensaje según el cual éramos malas personas que atentábamos contra la democracia. Se nos deshumanizó de tal manera que, por medio de la prensa, se justificó que éramos merecedores de un severo castigo.
Si hoy, cinco años después, volviera a declarar, ¿diría lo mismo?
Lo hubiera hecho en catalán. Es cierto que accedimos a no tener traducción simultánea para evitar que el sufrimiento se prolongara más de lo necesario. Pero ahora, viendo que la condena ya estaba escrita de antemano, pienso que tendría que haberme expresado en catalán. Estoy muy arrepentida.
¿Estos detalles restaron fuerza política a la defensa, que se centró más en cuestiones técnicas con el fin de minimizar las penas?
En la renuncia al catalán, sin duda, aunque denunciamos la anomalía de no contar con una segunda instancia o, en mi caso, que se me había vulnerado el derecho a la libertad de expresión. Pero es verdad: la vertiente política quedó en segundo plano y cada letrado, como es su deber, se dedicó a que a su cliente le cayeran el mínimo de años posibles.
Aun así, las condenas fueron superiores a las esperadas…
Nos sorprendió mucho. Recuerdo que, en el momento en que la secretaria del Supremo me entregó la sentencia, ironicé sobre la posibilidad de que me hubieran caído 10 años. Pero no iba desencaminada: al ver «Oriol Junqueras, 14 años de prisión», pensé: qué barbaridad.
¿Cómo valora la reacción que tuvieron el Govern y el Parlament ante la sentencia?
No estuvieron a la altura. Al menos esperaba una respuesta inmediata, ya fuera una manifestación, una huelga u otra iniciativa similar. Tardaron tanto a reaccionar que los jóvenes salieron a la calle, lo que condujo a los incidentes de Urquinaona.
«El Govern y el Parlament no estuvieron a la altura. Al menos esperaba una respuesta inmediata, ya fuera una manifestación, una huelga u otra iniciativa similar»
En mazo de 2021 publicó el libro 'Escrivim el futur amb tinta lila'. ¿Fue una forma de rendir cuentas y visibilizar lo que supuso la prisión?
Surgió de la convicción de que ese tiempo tenía que aprovecharlo para denunciar un sistema penitenciario en el cual conviven las personas más pobres y desfavorecidas. Quise poner rostro a toda esa realidad y, mediante el libro, que la gente se acercara a ella.
¿Qué le conmovió más?
Observas que si las mujeres con las que conviví hubieran tenido las mismas oportunidades que nosotros, no estarían allí. Lejos de ser verdugos, son víctimas de una sociedad injusta y un régimen penitenciario mal orientado. De hecho, no vi a ninguna de ellas salir con una pulsera telemática, cuando tendría que haber medidas de vigilancia de este tipo, pues por sus delitos, la mayoría relacionados con la salud pública y el consumo de drogas, no es necesario que estén encerradas.
También alude a la perspectiva machista con la cual están construidos los centros destinados a mujeres. ¿En qué lo percibió?
En la prisión de Mas d’Enric, por ejemplo, a nadie se le ocurrió que había un módulo para mujeres con necesidades diferentes de las de los hombres. No tenían acceso a cosas tan mundanas como disponer de un secador o una plancha para el pelo y, sea por temor o por el motivo que fuera, les era complicado exigir programas para desarrollar oficios y reforzar su autoestima. Aún queda mucho para pasar de una justicia punitiva a una justicia verdaderamente restaurativa.
¿Qué reflexión ha sacado de esa larga experiencia?
En primer lugar, que la represión es un paso más en el camino hacia la independencia y que hemos de asumirla como parte de nuestra lucha por la libertad de Catalunya. Y, a nivel íntimo, das valor a las cosas que realmente la tienen, como son la familia, los amigos o el poder gozar de las pequeñas situaciones que te depara la vida.