No existían ni GARA ni 'Egin' en los tiempos del No-Do, pero el legado del revolucionario Malcolm X, muerto a tiros tal día como hoy en 1965, llega vivo a nuestros días. Muestra de ello es la presencia de su icónica imagen en el imaginario colectivo de la izquierda de todo el mundo, así como la vigencia de sus tesis sobre la relación entre racismo y capitalismo.
Nació en Nebraska, en el seno de una familia afroamericana militante. Tres tíos suyos murieron a manos de hombres blancos, mientras que su propio padre murió atropellado por un tranvía, en un suceso calificado oficialmente de accidente, pero en el que la comunidad negra vio la mano de un grupo supremacista blanco. Su madre fue internada poco después en un psiquiátrico y Malcolm y sus hermanos fueron separados y enviados a diferentes casas de acogida.
Malcolm vagó por New York y por sus cárceles. Hasta que se inscribió en la organización Nación del Islam, donde se convirtió en su orador más enérgico e influyente. Fue una de las caras más conocidas de la lucha por los derechos civiles.
Las divergencias con la cúpula de la organización lo llevaron a iniciar su propio camino, donde exploró nuevas ideas y caminos, vinculando la lucha por la igualdad racial con la lucha contra la opresión y el capitalismo, abrazando postulados abiertamente revolucionarios.
A menudo se ha confrontado la figura de Malcolm X con la de Marthin Luther King, que, a diferencia del primero, hizo de la no violencia el eje de su lucha. Una confrontación falsa e interesada que oculta que se admiraron y respetaron mutuamente.
Lo recoge todo el siguiente reportaje de Mikel Zubimendi, publicado el 22 de febrero de 2015, con motivo del 50º aniversario de su muerte: Malcolm X, revolucionario brutalmente honesto.