«Erigido en su día sobre lo que era un trigal, Mendizorrotza las ha visto de todos los colores. Con 91 años de historia, el tercer campo más antiguo de los clubes que han pisado Primera, que no ha cambiado de ubicación después de su inauguración, solo superado por El Molinón y Mestalla, conoce todos los sinsabores del fútbol, pero también momentos para el recuerdo, inenarrables, grabados en la memoria colectiva albiazul. Instantes, gestas acompañadas, como no podía ser menos, por el calor de la grada, esa en la que cada uno de sus ocupantes siempre recordó que ese día estuvo allí». Con estas palabras arrancaba la crónica de Joseba Vivanco, publicada el 30 de mayo de 2016 en GARA, del partido contra el Numancia, un choque que el Alavés tenía que ganar y ganó para ascender a la élite de fútbol. No sin sufrir. Sin sudor no hay paraíso, señalaba el periodista.
Atrás quedaban Segunda B y Segunda, categoría que había conquistado tres años antes, y se ponía el cierre de luces y sombras.
Equipo y afición en comunión. «Cuando se aprende a llorar por algo, se aprende a defenderlo», dice la canción 'No hay tregua' de Barricada, cuyos sones acompañaron a la plantilla durante su recorrido por las calles de Gasteiz, subidos al techo del autobús –a falta de un autocar descapotable–, arropados por el calor de los aficionados, el mejor activo de un club deportivo, que tiñeron de albiazul la ciudad.
«Se van a dar cuenta de la suerte que yo tengo cada año», avisaba Gorka Ortiz de Urbina desde la balconada de San Miguel mientras esperaba la llegada de los jugadores al día siguiente de la gesta deportiva.
El hoy centenario club ya había subido a la máxima categoría en 2005, pero para descender un año después. Esa solo fue una de las etapas de esa montaña rusa de tres lustros que GARA rememoraba en 31 de mayo y a la que se echaba el cierre. «Un ciclo –señalaba Amaia U. Lasagabaster– de tres lustros convulsos en los despachos y sobre el césped, que han cosido los corazones albiazules de cicatrices y esperanzas». Tres lustros marcados por el desembarco del empresario ucraniano Dmitry Piterman, que hacía y deshacía a su antojo, y cuya gestión estuvo ligada a penurias deportivas y escándalos. Una página que ya es historia.
Las más bajas cotas del deporte
«Trágica masacre colectiva». Así se refería 'Egin' en su portada a la desgracia ocurrida en el estadio Heysel de Bruselas el mismo día en que el Alavés alcanzaba la gloria, pero 31 años antes, en 1985. Era el día de la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y la Juventus.
Ese día, la locura colectiva sembró de muertos las gradas una hora antes del inicio del partido. Treinta y ocho personas, treinta y tres de ellas hinchas de la Juve, perdieron la vida en una avalancha cuando los aficionados italianos intentaban escapar de la arremetida de los ingleses, que dejó también cientos de heridos. Muchos murieron pisoteados o aplastados contra las vallas.
Todas las precauciones tomadas por la UEFA –distancia, fosos, muros, vallas...– fueron en vano. Y el partido se jugó.