1977/2024 , 20 de Julio

Artefaktua

«La gente que estaba muerta», artículo póstumo de Antonio Álvarez Solís

El colaborador de esta casa, fallecido al principio del confinamiento, trabajó hasta el día de su muerte en un artículo que vio la luz el 20 de julio de 2020. En él reflexionaba sobre los tiempos de pandemia en las residencias de ancianos, en los que ve la quiebra moral de la civilización milenaria a la que pertenecemos.

Antonio Álvarez Solís
Antonio Álvarez Solís (Jon HERNAEZ | FOKU)

Nuestro entrañable colaborador Antonio Álvarez Solís murió al principio del confinamiento, concretamente el 30 de marzo de 2020, jornada en que la nieve irrumpió en la recién estrenada primavera.

Le dio tiempo a conocer algunos de los horrores que se vivieron aquellos días en las residencias de ancianos. Como dijo en su último artículo enviado a esta redacción en vida, quería «morir democráticamente y dejarlo en herencia».

Así lo hizo, a los 91 años, dejando un legado de cientos de análisis, «severos y también delicadamente humanos», como recordó Fermin Munarriz en su obituario.

GARA, al que tanto apoyó en tiempos extremadamente complicados, le dedicó el editorial del día siguiente a su muerte, en el que, entre otras cosas, se destacaba que con el madrileño «muere una visión particular sobre las naciones vasca y catalana, y sobre el imperio español. También se desvanece una concepción personal en torno a la ética periodística, la razón marxista y la fe cristiana. Su legado son los cientos de artículos publicados en GARA, donde se refugió cuando se le cerraron el resto de puertas, en Madrid y en Euskal Herria. Las razones de esta marginación fueron ideológicas. En el plano de las ideas, porque Antonio era incómodamente demócrata, comunista y humanista. Según el adversario mutaba en dinamitero asturiano, represaliado vasco o en desobediente catalán. Su incuestionable calidad literaria y nivel intelectual no le salvaron. En el plano periodístico, por así decirlo, a algunos Antonio no les gustaba porque era ilustrado, pedagógico, profundo y argumentado. Era pausado. Y no hay tiempo para escuchar razonamientos complejos que, con sorna y dulzura, dinamiten dogmas y cuestionen argumentarios prefabricados».

«Antonio Álvarez Solís era un gran defensor de todas las causas en las que confluyan la libertad, la justicia, la democracia y los derechos. Pensaba que Euskal Herria merecía un estado propio, entre otras cosas, solía bromear, porque él había hecho méritos para acceder a un pasaporte. Cuando se le otorgue, se recordarán sus credenciales de embajador ilustrado de la causa democrática vasca».

En este, su artículo póstumo y en el que trabajó hasta el día de su muerte, reflexiona sobre los tiempos de pandemia en las residencias de ancianos, en los que ve la quiebra moral de la civilización milenaria a la que pertenecemos.