1977/2024 , 28 de Julio

Artefaktua

Las raíces de la deshabitación de Nafarroa

En julio de 1986, 'Egin' publicaba un nutrido reportaje que ahondaba en el problema de la deshabitación de Nafarroa e, incluso, se ofrecían posibles soluciones para solventar el vaciamiento progresivo de los pueblos con menos habitantes. La pluma de la periodista iruindarra Pilar Yoldi daba cuenta de un estudio del Gobierno de Nafarroa sobre el tema que ahora, 40 años después de su publicación, destaca –o preocupa– por la actualidad que desprende.

Fotografía de archivo de Lakabe, pueblo rehabitado de Nafarroa, tomada en el año 2000.
Fotografía de archivo de Lakabe, pueblo rehabitado de Nafarroa, tomada en el año 2000. (Lander FERNANDEZ DE ARROYABE | FOKU)

Recuerda que el proceso de deshabitación comenzó 30 años atrás (en la década de 1950) con la atracción por lo urbano y la industria surgida alrededor de grandes núcleos como Iruñea, en la que los habitantes de estos pequeños pueblos veían una opción para mejorar su calidad de vida: «La falta de agua, de suministro eléctrico, de comunicaciones que evitaran el aislamiento invernal, junto a la eliminación de los pocos servicios sanitarios, escolares, administrativos y comerciales que quedaban en los pequeños pueblos, terminó por deteriorar tanto la situación de estas áreas que sus habitantes más inquietos o desfavorecidos no dudaron en huir», recalcaba Yoldi.

Unas condiciones marcadas por la falta de servicios públicos que durante las últimas décadas no parecen haber cambiado. Recuerda esta periodista que, en un reportaje para GAUR8 de 2013 sobre este mismo tema, la alcaldesa de Orotz-Betelu, Ainhoa Mendia, reiteraba que «sin consulta médica, escuela, tienda… dejamos de ser pueblo», y criticaba la «dejadez» del Gobierno navarro: «Se ha apostado por Iruñea y Tutera, donde se han concentrado todos los servicios, los polígonos industriales y las viviendas. ¿Cuánto dinero se ha invertido en edificar VPOs y crear las barriadas de Sarriguren, Mendillorri, Buztintxuri…? No podemos competir con eso, la gente joven va a donde tiene trabajo y servicios. Ellos [el Gobierno] dicen que sí, que nos traen hasta los pueblos los médicos [un día por semana] y el profesorado [narraba que los niños y niñas de Orotz-Betelu acudían a la escuela de Garralda, a 8 kilómetros y sin transporte escolar], pero eso es lo mínimo que pueden hacer».

El reportaje de Yoldi, escrito hace casi 40 años, nos da algunas pistas de la raíz de la despoblación de los pequeños pueblos de la Nafarroa actual y ahonda en las medidas que desde las instituciones podrían adoptarse para, como recalca la periodista, conservar la riqueza ecológica, histórico-artística, etnográfica, arquitectónica y cultural de Nafarroa.

A continuación, reproducimos el artículo:

La deshabituación de los pueblos de Nafarroa, un problema económico y cultural

Pilar Yoldi

Desde enero hasta junio de 1986, y por encargo del Instituto de Estudios Territoriales del Gobierno de Navarra, un equipo de profesionales llevó a cabo el estudio sobre la situación actual de los pueblos deshabitados y en vías de deshabituación de Navarra.

Durante esos 5 meses de trabajo, el equipo ha estudiado con detalle el estado (edificación, economía, población, recursos...) y la historia y causas del despoblamiento de 76 pueblos, todos ellos con menos de 3 familias como habitantes permanentes.

El informe final consta de 2 partes: la primera (unos 1.000 folios) recoge el inventario detallado de esos 76 pueblos estudiados exhaustivamente, así como el análisis del fenómeno del despoblamiento en ellos y en las áreas a las que pertenecen. La segunda parte del estudio recoge, además de una descripción genérica del problema en Navarra y su estado actual (situación general, causas del despoblamiento, listado de núcleos deshabitados, listado de casas vacías, el fenómeno de la segunda residencia y las experiencias en funcionamiento en Navarra), algunas pautas para la revitalización de esos núcleos con criterios generales, medidas y propuestas concretas. Cuatro anexos (posibles vías de financiación para proyectos de revitalización rural, consideraciones arquitectónicas, energías alternativas y su aplicación al tema y la legislación sobre concejos en Navarra) completan el trabajo, en este momento de propiedad del Gobierno de Navarra y entregado al Instituto de Estudios Territoriales.

Lejos de la imagen idílica del mundo rural, la agudización de un problema como este puede llegar a acabar con una cultura y un potencial que han sido la base de lo que hoy es Navarra, aunque actualmente toda ella gire alrededor del un núcleo urbano.

Artículo sobre la deshabitación de Nafarroa, firmado por Pilar Yoldi.

El texto que sigue recoge, muy someramente, lo esencial de un trabajo que tal vez sea el inicio de una política real de recuperación de pueblos deshabitados que conlleve, asimismo, el freno de la despoblación en el mundo rural.

Gradual despoblamiento

En Navarra existen actualmente 88 núcleos totalmente deshabitados, de los que 23 son concejos tutelados, 20 son propiedad del Patrimonio Forestal del Gobierno de Navarra, y 45 pertenecen a manos privadas (señoríos, caseríos, cotos redondos) ubicados en la zona objeto de estudio. Además han sido estudiados los 35 concejos tutelados restantes, todos ellos en grave proceso de deshabitación, y cinco núcleos más de propiedad privada, actualmente habitados pero con el mismo problema grave y también en camino de ser tutelados por la Administración. (La figura del «concejo tutelado», específica del Reglamento de Administración Municipal de Navarra, se aplica a aquellos núcleos en los que solo viven ya menos de tres vecinos con residencia permanente. En estos casos –58 en Navarra– es la Administración Foral quien asume todas las competencias del concejo, actuando como administrador a todos los niveles mientras dure la situación de despoblamiento).

La mayor parte de los núcleos estudiados en el curso del trabajo se encuentran ubicados geográficamente en un círculo de unos 30 km. de radio que tiene su centro en las proximidades de Urroz Villa. Dentro de ese área, el mayor volumen en cuanto a número de despoblados corresponden a Arce con 16; le siguen Urraul Alto con 13, Lónguida con 11, Ezprogui con 10, Leoz con 9 y Lizoain y Esteribar con 8.

Todos ellos componen un espacio en el centro-este de Navarra en el que coinciden caracteres muy peculiares con respecto a otras zonas del territorio: baja calidad de los suelos, dureza de las condiciones climatológicas (la sequedad del sur de Pamplona en contraste con los largos inviernos del N. y E.), etc., a los que, paradójicamente, es uno de los más determinantes en el proceso de despoblación de estos núcleos: la cercanía de Pamplona. Ayuntamientos como Guirguillano, Leoz o Izagaondoa han visto cómo su población de 1981 apenas supone un 10 o 15% de la que tuvieron en 1900, mientras la capital crecía aceleradamente.

Deshabitados pero no abandonados

El problema del despoblamiento, común para tantas otras áreas de la Península, reviste en Navarra unos caracteres muy peculiares. En Soria, en los Arcares o en Huesca el abandono de los pueblos ha sido total: sus habitantes emigraron lejos dejando en las viviendas los muebles y los recuerdos de los abuelos, y abandonando sus tierras ahora incultas.

En Navarra, una comunidad con un nivel económico general acomodado y una densidad de población media –ni desértica ni superpoblada– el problema no tiene tintes tan graves: los vecinos se han ido a poblar otros lugares, pero la tierra sigue siendo aprovechada de algún modo, conservándose la edificación para almacén, dándole un uso agropecuario, de segunda residencia o simplemente para especular con ella. Cada núcleo está, de uno u otro modo, controlado por la presencia humana.

Imagen de archivo de Ezkurra, en riesgo de despoblación según un estudio de Gaindegia de 2013. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

El proceso comenzó hace ya unos 30 años, agravándose notablemente en la última década. Los pueblos más afectados han sido, tradicionalmente, los que han contado con un medio físico adverso y escasos recursos naturales. Zonas como Arriasgoiti o el Valle de Arce, con suelos de baja calidad, aparecen hoy gravemente degradados debido a la sobreexposición a que se les ha sometido por falta de recursos.

A la desproporción entre el número de habitantes y las posibilidades reales de mantenerlos –lo que obligaba a las gentes a sobrevivir en condiciones de vida muy extremas– vino a unirse la atracción de lo urbano y las «mejoras» económicas que ofrecía la entonces floreciente industria surgida en la zona de Pamplona. Con ella llegó la progresiva mecanización del campo, que servía a los intereses de una industria que no solo extraía de las áreas rurales el capital invertido en maquinaria, sino también la mano de obra que entonces se requería.

El hundimiento de las pequeñas propiedades –que no podían ya competir con las máquinas y la bajada de precios de los productos agrícolas– convirtió a muchos aldeanos en excedente de población que pasó a buscar su medio de vida en las zonas urbanas.

La falta de agua, de suministro eléctrico o de comunicaciones que evitaran el aislamiento invernal, junto a la eliminación de los pocos servicios sanitarios, escolares, administrativos y comerciales que quedaban en los pequeños pueblos, terminó por deteriorar tanto la situación de estas áreas que sus habitantes más inquietos o desfavorecidos no dudaron en huir de ellas en cuanto pudieron, aprovechando para ello en ocasiones la propia construcción de la carretera que acababa con su aislamiento.

Paisaje del despoblamiento

El panorama del área despoblada de Navarra ofrece hoy un paisaje humano en el que sus escasos habitantes son hoy una población envejecida, soltera, predominantemente masculina y sin descendencia que –cuando existe– no duda en trasladarse a la ciudad, huyendo de un medio inmovilista donde el aislamiento y la falta de alicientes (culturales, de esparcimiento, de realización) están generalizados.

En núcleos donde todavía queda alguna familia se trata o bien de quienes antiguamente fueron los mayores propietarios o bien de quienes han ido adquiriendo las propiedades de los que se fueron, hasta lograr hacerse con una hacienda de considerables dimensiones y con la mayor parte de la edificación del concejo. Esta concentración de la propiedad en unas pocas manos ha permitido a quienes se han quedado en los pueblos alcanzar un nivel económico superior en general a la media, trabajando en explotaciones agropecuarias. Sin embargo, la situación dista mucho de ser cómoda o gratificante para ellos: la constante infravaloración de lo propio va muy unida a una insatisfacción generalizada, a la que contribuyen problemas como los constantes robos de que son objeto en los últimos años o la soledad casi cotidiana en la que viven. Tampoco quienes se han quedado quieren continuar ahí.

Mejor comprar que repoblar

La política de la Administración en Navarra tampoco contribuyó a frenar este éxodo rural. Al contrario: a la importante presión sobre las áreas rurales, la atracción urbana, la industria, las duras condiciones de vida, etc. se añadió una actuación institucional que prefería comprar los núcleos más aislados y que no contaban con las infraestructuras mínimas, a mantenerlos como pueblos.

Se consideraba entonces más rentable la compra del núcleo, con casas y tierras, el apoyo al éxodo de sus habitantes hacia otras zonas o la plantación de pino en todos los terrenos, que la construcción de una pista de acceso, una traída de aguas o la instalación de la red eléctrica, presiones indirectas sobre los últimos vecinos como el control de ganado, el marcaje de lindes o la degradación general del suelo terminaron de «convencer» a las gentes de Arce y de La Vizcaya, por ejemplo, para que vendiesen sus tierras y se marcharan a vivir a Pamplona.

Oroz-Betelu, en riesgo de despoblación según un estudio de Gaindegia de 2013. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

Convertidos los pueblos en Fincas de Patrimonio Forestal de la Diputación, la edificación –abandonos– terminaba por caer arruinada, después de que las ventas, cesiones o saqueos se llevaran las tejas, el maderamen, etc. Zonas enteras como el área de Rala Arizkuren-Zarikieta, con unas pocas piedras por toda edificación y absolutamente invadidas por el pino de repoblación son buena muestra de ello. Atendiendo solamente a criterios de rentabilidad y planificación forestal, la política de la Diputación Foral no consideró las implicaciones humanas, culturales y sociales del hecho, desentendiéndose después de toda la problemática general del despoblamiento en el medio rural.

La vuelta al campo

Sin embargo, y prácticamente al margen de las instituciones, durante los últimos 10 años Navarra ha sido escenario de un importante movimiento de reutilización de núcleos rurales por muy diversos caminos, desde la ocupación del pueblo a la compra o la cesión.

Las experiencias de repoblación y vuelta al campo llevadas a cabo por «neorrurales» (término acuñado por Joan Nogué, geógrafo catalán que ha investigado el tema y que designa a los «alternativos rurales», los que han decidido «volver a la tierra») en Navarra, han tomado caracteres muy diversos que hacen imposible su globalización y que son ampliamente recogidos en el estudio.

Los denominados como grupos amplios son comunidades tan variadas como los centros de rehabilitación de toxicómanos instalados en Zandueta, Larraingoa, Aguarte o Biurrun, los centros de prevención (granja-escuela de Ilundain) o las comunidades en su sentido más estricto. Este último apartado agrupa a los pueblos de Lakabe (grupo que ha recuperado todo el núcleo como centro de vida alternativa en el medio rural), Javerri (dedicados al arte y la expresión corporal), Belzunce (comunidad de reciclaje de los Traperos de Emaús), Sansoain o Buñuel (centro de salud y reposo), etc., experiencias todas ellas muy ligadas a una nueva filosofía de no-consumo y autoabastecimiento de jóvenes con un nivel cultural general alto.

Pero, además, en Navarra existe un numeroso grupo de experiencias aisladas y valores a través de parejas aisladas, familias o grupos reducidos. Su medio de vida son trabajos tan variados como la ganadería, las queserías, las posadas, los pequeños talleres o las profesiones liberales: Udabe, Sumbilla, Etxaleku, Beorburu o Uzkita son solo algunos ejemplos.

Habitantes de Lakabe, en el año 2000. (Lander FERNANDEZ DE ARROYABE | FOKU)

Son grupos, todos ellos, que han de hacer frente no sólo a la dureza de las condiciones climáticas y económicas, de la reconstrucción y el aislamiento, sino también al conflicto que su llegada supone para quienes ya habitan en los pueblos, un proceso de integración que no suele ser fácil para ninguna de las dos partes. Esta es, al parecer, una de las vías más claras, válidas y seguras de revitalización de los núcleos deshabitados. Solo la potenciación de este tipo de iniciativas, con la presencia de un potencial humano activo y renovador, puede ayudar a resolver el problema, frenando además el proceso de deshabitación de muchos núcleos.

¿Dónde se puede actuar?

La situación descrita –sin espacios abandonados ni recursos naturales aprovechables, pues todos se hallan utilizados– da como resultado un número muy escaso de núcleos en los que pudiera plantearse una labor de revitalización, pues se tropieza con la propiedad privada, el gran deterioro de la mayoría de los edificios de propiedad pública y la escasez de recursos naturales disponibles, como dificultades más importantes.

Es la edificación la que puede ser objeto de un aprovechamiento como espacio a habitar: en el trabajo se recogen hasta 38 casas vacías (la mayoría necesitadas de una obra importante, dado su precario estado) y 69 de uso agropecuario, que pudieran ser utilizadas como residencia. Los casos aislados de núcleos totalmente deshabitados con ciertas posibilidades de revitalización reúnen caracteres como la escasez de recursos, los emplazamientos no óptimos, el deterioro de la edificación o la baja calidad del suelo.

Solo atendiendo a otro tipo de valores podrá tener sentido una clara voluntad política de recuperación de estos pueblos. Valores como el interés del espacio en sí mismo, con otros usos distintos a los directamente productivos, con rentabilidades como el ocio, la salud, la conservación de las especies autóctonas o el disfrute de la fauna y la flora, usos que –al no contar con una productividad inmediata traducible en pesetas– quedan siempre al margen de cualquier consideración. Valores como el notable capital arquitectónico que reúnen estos pueblos, recuperable y utilizable para nuevos usos que aprovechen ese patrimonio abandonado y en franco deterioro, son los que deberían primarse a la hora de actuar con una intención revitalizadora.

Desde ningún punto de vista es justo que, existiendo una demanda fuerte que necesita una vivienda y que quiere residir permanentemente en el área rural, se deje caer todo un parque de viviendas infrautilizado, al mismo tiempo que se apaga con él todo el sistema de valores y de modos de vida que son patrimonio de una extensa y olvidada zona de Navarra.