1977/2024 , 4 de Noviembre

Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua

Xabier Peñalver, en busca del chamán de Praileaitz

«En busca del chamán de Praileaitz», titulaba Zazpika en su número del domingo 4 de noviembre de 2007. Con texto de Martín Anso y fotografías de Conny Beyreuther, el arqueólogo Xabier Peñalver ocupaba la portada y ocho páginas. No era de extrañar ante la polémica surgida en torno al descubrimiento de la cueva del chamán en Deba.

Xabier Peñalver, en la cueva de Praileaitz en 2013.
Xabier Peñalver, en la cueva de Praileaitz en 2013. (Raúl BOGAJO | FOKU)

«Tras treinta años dirigiendo discretamente excavaciones, Xabier Peñalver ha aparecido profusamente en los medios de comunicación a cuenta de la polémica en torno al yacimiento de Praileaitz, amenazado por la cantera de Sasiola. ZAZPIKA ha hablado con él, entre otras cuestiones, de la cueva del chamán paleolítico de Deba», se podía leer en la entradilla de la entrevista que publicábamos en 2007.

Xabier Peñalver, en la sesión fotográfica que realizó para Zazpika en 2007. (Conny BEYRETUHER I ZAZPIKA)

El protagonista: Xabier Peñalver (Donostia, 1952), doctor en Arqueología y especialista en Prehistoria, explicaba la relevancia del yacimiento y hablaba de la labor de los arqueólogos. Leídas casi dos décadas después, sus reflexiones resultan más actuales que nunca. Lo que pasó con Praileaitz –una cueva de gran importancia situada dentro de una cantera en plena explotación– también refleja la contradicción que supone que los intereses económicos intenten prevalecer sobre el interés común. También que la política, a veces, choca con el trabajo científico.

¿Por qué es importante Praileaitz?, preguntaba Martín Anso al arqueólogo. «Porque ha aportado materiales espectaculares, entre los que se encuentra la ya famosa 'Venus', y porque esos materiales no aparecen mezclados, como en otros yacimientos, con restos de actividades cotidianas, lo que indica que esa cueva fue utilizada con fines exclusivamente rituales por un personaje especial. Esto es algo único, que nos permite acercarnos a un mundo del que, en toda Europa, apenas se conoce nada. Además, han aparecido pinturas que aportan al yacimiento un valor añadido», respondía Peñalver.

 

Más, incluso: «Praileaitz –añadía el arqueólogo– nos abre una ventana a un ámbito, como el ritual, del que no sabemos casi nada. En general, se cree que los periodos más oscuros son los comprendidos entre el Paleolítico y la Edad de Hierro. Cuando empecé a trabajar en el Hierro, enseguida me di cuenta de que sabíamos mucho más sobre lo que pasó aquí hace 15.000 años, en el Paleolítico Superior, que sobre lo acontecido hace 2.500 años. Es normal, porque en el Paleolítico la gente habitaba en cuevas y las cuevas son fáciles de encontrar. En el Neolítico o el Bronce, en cambio, habitaba al aire libre, y los restos de aquellos asentamientos, en una tierra con una vegetación tan abundante, son difíciles de encontrar».

Protección y polémica

Hubo protestas ciudadanas, pidiendo que se preservara la cueva; hubo declaraciones cruzadas... «Estamos hablando de una cueva con galerías colmatadas de sedimento arqueológico, que no se sabe hasta dónde llegan –explicaba Peñalver–. Sin embargo, el decreto [de protección del Departamento de Cultura de Lakua] establece que la cantera puede acercarse hasta cincuenta metros de las galerías que hoy conocemos. Así las cosas, probablemente descubramos hasta dónde llegan las galerías colmatadas cuando aparezca en la cantera un agujero producido por la dinamita o las taladradoras», añadía.

Al margen de la tormenta mediática y política surgida en torno a la cueva, la entrevista es interesante por el protagonista en sí. Hijo de un maestro que hacía prospecciones por su cuenta, recordaba que «en Toanés, Toledo, llegó a descubrir un berraco ibérico. Los vecinos lo utilizaban como banco y para afilar las navajas». Estudió en Zaragoza y, cuando regresó a Donostia al acabar la carrera, «tuve la suerte –relataba– de empezar a dirigir excavaciones, algo a lo que entonces se dedicaba poca gente. Al principio trabajé con los menhires, sobre los que hice mi tesina. Seguí con los crómlech y, en general, con la Edad de Hierro en la vertiente atlántica de Euskal Herria, sobre la que apenas existían datos» y a la que terminó dedicando su tesis doctoral.

Por el camino se topó con el poblado de Intxur en Albiztur. «Empezamos a excavar y tuvimos la suerte de que encontramos materiales del Hierro, es decir, del milenio inmediatamente anterior a nuestra era. El de Intxur, donde al final dirigí hasta nueve campañas, fue el primer poblado de esa época que se encontró en Gipuzkoa. Hoy conocemos ya nueve».

Cuando él empezó, apenas había gente dedicada a la arqueología, le recordaba el entrevistador. Las cosas han cambiado, ¿o no? «Da la impresión de que se está moviendo tierra en muchos sitios. Pero en la mayoría de los casos no se trata de excavaciones de investigación, sino de las llamadas de intervención. Es decir, van a hacer una obra en un solar o van a construir una carretera y es preciso 'vaciar' los yacimientos que puedan verse afectados», explicaba.

Ese era el caso de Praileaitz: «Efectivamente, por la idea de 'vaciar' la cueva antes de que la destruyese la cantera. Luego apareció lo que apareció y se trató ya de una excavación de investigación. Y es que el azar también juega en arqueología, aunque para tener 'suerte' sea preciso pegarse grandes palizas. En todo caso, lo de Praileaitz no es habitual. Las excavaciones de intervención son necesarias, pero las que verdaderamente nos van a permitir avanzar en el conocimiento no son ésas, forzadas por una obra, sino las llamadas de investigación; es decir, las que un equipo interdisciplinar programa en un lugar concreto en pos de una información. En eso no he visto tantos avances en los últimos años. ¿Cuánta gente trabaja actualmente en investigación? ¿Y en que condiciones?»