«Una nueva fase histórica se está pariendo en Argentina, como siempre que cae una bomba neutrónica en el sistema político y que provoca consecuencias impredecibles». La apertura de la crónica que Daniel Galvalizi hizo para NAIZ de la victoria de Javier Milei en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales argentinas, hoy hace justo un año, daba una pista de lo que había acontecido en el país austral.
«Argentina entra en terreno desconocido tras la contundente victoria de Milei», resumía este periódico en primera página. Porque desconocidas eran, y siguen siendo un año después, las consecuencias de la llegada de este ultraderechista de aspecto cinematográfico, maneras estrambóticas e ideas peligrosas a la Casa Rosada.
Desconocido el rumbo de Argentina e imprevista, apenas unos meses antes, la victoria de un personaje que rivaliza en verborrea con Donald Trump pero que, más allá de la caricatura, inevitable, ha logrado enganchar a un amplio sector de la población, sobre todo joven. Con un discurso contrario a la «casta», cuyos intereses ha representado desde el primer minuto, haciendo negacionismo de los crímenes de la dictadura y dispuesto a desmantelar el Estado hasta sus cimientos, este exportero de cuarta división logró su mayor victoria al vencer al candidato peronista Sergio Massa.
Lo cierto es que a pesar de su trabajado perfil de outsider, Milei tiene una amplia trayectoria ligada al ámbito político, institucional y, sobre todo, empresarial. Así, entre 1994 y 1995 fue asesor del exgobernador de facto de Tucumán, el exgeneral de División Antonio Domingo Bussi, condenado por delitos de lesa humanidad.
Asimismo, fue economista senior en el banco HSBC entre 1996 y 2002, y luego, entre 2002 y 2003, trabajó como economista jefe de Máxima AFJP. Fue encadenando otros cargos de parecido calado, hasta que entre 2008 y 2021 fue ejecutivo de riesgos de inversión en un holding que, entre otras empresas, es dueño de Aeropuertos Argentina 2000, que tiene a cargo 35 aeropuertos de aquel país.
Su carrera en los medios, como tertuliano, columnista o protagonista de su propio programa de radio es conocida, y también tiene experiencia docente, pues daba clases de Política Monetaria y Fiscal en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE), donde la agresividad y los insultos contra los alumnos hizo que una estudiante lo denunciara ante las autoridades del Ministerio de Educación. La decisión de la universidad fue despedirlo.
Llegaba, por tanto, con la mochila bien cargada a las elecciones de 2023.
Hartazgo social y gestión económica
Con la mochila cargada pero con viento de cola. Según explicaba Galvalizi en su análisis poselectoral, a favor de Milei jugó «el hartazgo con el peronismo de una parte importante de la población», y apostillaba que «la gestión económica muy decepcionante que tuvo el Gobierno de Alberto Fernández fue gasolina al fuego».
Juan Luis González, autor de una biografía no autorizada del líder ultra, había declarado poco antes de los comicios a NAIZ que «en el fondo, Milei es un hombre profundamente solo. Creo que por eso también conecta con esa parte de Argentina que está sola, que está enojada, que está cansada, que tiene miedo y que no llega a fin de mes».
Se sienta o no solo, lo que está claro es que el mandatario argentino es un hombre con un ansia irrefrenable de poder.
Lo pone de manifiesto la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, nombre pomposo de una norma aprobada a finales de junio –cuando el Congreso la rechazó en febrero, Milei calificó la Cámara de «nido de ratas»– y que, por ejemplo, otorga al presidente competencias extraordinarias por un año, al declarar «la emergencia pública en materia administrativa, económica, financiera y energética». Esto le permitirá contar, hasta mediados de 2025, con facultades que normalmente le corresponden al Poder Legislativo.
En el mismo paquete se aprobó el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), que prevé beneficios impositivos, aduaneros y cambiarios durante 30 años para proyectos que superen los doscientos millones de dólares. El fin declarado es el de fomentar grandes inversiones, pero los críticos afirman que les dará una ventaja importante a las grandes empresas, en particular a las multinacionales, y que perjudicará a las pequeñas y medianas empresas, que hoy generan el 70% del empleo en Argentina.
También se alerta de que el RIGI llevará a la explotación de los recursos naturales argentinos a manos de empresas extranjeras, generando «una economía extractivista sin valor agregado» e instaurando un «colonialismo, versión del siglo XXI», en palabras de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Del mismo modo, la Ley de Bases permitirá al Gobierno poner en venta algunas empresas del Estado, objetivo declarado antes, durante y después de la campaña.
Lo cierto es que parte del éxito electoral de Milei reside en el apoyo brindado por Mauricio Macri. Según apuntaba Galvalizi en su crónica poselectoral, en la cabeza del expresidente (2015-2019), derechista de recorrido más ortodoxo pero objetivos concordantes con el «anarcoliberal», «gravita desde hace años la idea de que el cambio liberal que hace falta en la economía argentina debe ser más radical y menos gradual de lo que él mismo intentó en 2015 y 2016, cuando fue contenido por los sectores centristas y socialdemócratas de Juntos por el Cambio». «La 'motosierra' de Milei», añadía el periodista argentino, «viene a hacer ese trabajo pendiente en la cabeza de los halcones liberales».
Porque, al final, más allá de bufones y bufonadas, de eso se trata. Como desgraciadamente ya está sufriendo el pueblo argentino, sobre todo los sectores menos pudientes, los más alejados de la casta que hoy representa, igual que entonces, Javier Milei.