1977/2024 , 20 de Noviembre

Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad

Santi, Josu, víctimas de un Estado vil, símbolos para un pueblo digno

La muerte de Santi Brouard, el 20 de noviembre de 1984, y la de Josu Muguruza, ese mismo día, cinco años después, no solo conmocionó al espacio político al que ambos pertenecían, también causó un terremoto social en este país y mostró las dobleces de un Estado capaz de todo.

Detalle del acto de homenaje a Santi Brouard y Josu Muguruza en Bilbo en 2023.
Detalle del acto de homenaje a Santi Brouard y Josu Muguruza en Bilbo en 2023. (Oskar MATXIN | FOKU)

«A Santi Brouard lo mataron mientras atendía a una niña en su consultorio». El titular con el que 'Egin' informó de la noticia a la mañana siguiente resumía el perfil personal y profesional de la víctima, un médico pediatra cuya vocación y trato aún recuerdan miles de familias en Bizkaia; y el subtitular –«La muerte del presidente de HASI y miembro de la Mesa Nacional de HB conmociona Euskadi»– ponía de relieve su enorme trascendencia política en Euskal Herria. Una entidad, reconocida incluso por sus adversarios, que quedó de manifiesto también en las numerosas páginas que acompañaron a esa portada. 

Ocurrió el 20 de noviembre de 1984, hoy hace cuarenta años. Dos pistoleros, Luis Morcillo y Rafael López Ocaña, mercenarios a sueldo, con el comisario de Policía José Amedo y el comandante de la Guardia Civil Rafael Masa maniobrando en la tramoya y el PSOE de Felipe González bien asentado en las cloacas del Estado, entraron en el despacho donde el histórico dirigente abertzale, «armado de su fonendo y un bolígrafo», atendía a una niña de dos años en presencia del padre y la madre de la criatura.

Allí mismo fue baleado sin que nadie pudiera hacer nada por su vida. Según se explica en la crónica, el cuerpo, que yacía en la penumbra, pues la estancia estaba alumbrada por la simple luz de una lámpara de gas, ya que Brouard se negaba a pagar a Iberdrola en protesta por la construcción de la central nuclear de Lemoiz, fue en primera instancia arrebatado a sus allegados por orden del Gobierno Civil de Bizkaia, aunque posteriormente fue expuesto en el Ayuntamiento de Bilbo, antes de ser trasladado a Lekeitio, su localidad natal.

La respuesta popular fue inmediata y mayúscula. «Indignación, cólera y movilizaciones en las calles vascas tras la muerte de Brouard», resumía 'Egin' en una información en la que enumeraba las protestas, que se sucedieron a lo largo y ancho de la geografía vasca y que adoptaron todo tipo de formas, desde asambleas y manifestaciones improvisadas hasta la suspensión de plenos municipales.

Santi Brouard atiende a un niño en su consulta. (Roberto ZARRABEITIA I EGIN)

Muchas de estas movilizaciones fueron reprimidas por la Policía, y según relataron militantes de EMK que habían sido detenidos por pegar carteles en Errekalde, uniformados de la comisaría de ese barrio bilbaíno hicieron comentarios como «lo vamos a celebrar con champán a más no poder» y «así caerán todos, uno a uno». No hubo sorpresas, por tanto, cuando se destapó quién estaba detrás de todo aquello.

Además, HB llamó a una huelga general el día 22, que fue ampliamente secundada, y otras movilizaciones laborales que habían sido convocadas para esos días fueron reconvertidas en actos de protesta por la muerte de Santi Brouard. La condena fue asimismo unánime en el espectro político y sindical vasco, y el recibimiento del cuerpo del dirigente abertzale en Lekeitio, igual que antes en el Ayuntamiento de Bilbo, fue realmente masivo. Las imágenes de la multitud reunida en aquellas jornadas son tremendas.

Atentado en el Hotel Alcalá

Cómo imaginar que cinco años después volverían a repetirse. En torno a las once de la noche del 20 de noviembre de 1989, dos pistoleros irrumpieron en el restaurante Basque del Hotel Alcalá de Madrid, donde siete representantes de Herri Batasuna, que habían acudido a la capital del Estado para recoger sus credenciales como electos en las Cortes –Iñigo Iruin, Jon Idigoras, Itziar Aizpurua, José Luis Elkoro, 'Txillardegi', Iñaki Esnaola y Josu Muguruza– se encontraban cenando en compañía de Ramón Uranga, consejero delegado de 'Egin', Teresa Toda, corresponsal del periódico en Madrid, y el también periodista Xabier Oleaga.

En lo que 'Egin' tituló como «un atentado perfectamente preparado», los asaltantes –los ultraderechistas Ricardo Sáenz de Ynestrillas y Ángel Duce fueron condenados como autores materiales– mataron casi en el acto a Muguruza de un disparo en la cabeza y dejaron herido de extrema gravedad a Esnaola, con varios balazos en el pecho.

«Era 20-N, sí –aniversario de la muerte de Franco y Primo de Rivera–, pero ¿quién podía sospechar que ocurriría algo tan brutal?», se preguntaba Teresa Toda en la crónica escrita al día siguiente.

Igual que en el 84, el estupor, la ira y la conmoción volvió a apoderarse de una sociedad que una vez más salió a la calle de forma masiva en señal de repulsa. Una huelga general paralizó el día 22 casi toda actividad laboral en Euskal Herria, a pesar de que los partidos firmantes del Pacto de Ajuria Enea llamaron a no secundarla. Hubo un sinfín de movilizaciones desde el mismo momento en que se conocieron los hechos y duros enfrentamientos con la Policía.

Muguruza, de 31 años de edad y con una hija, Ane, en camino, era, igual que Santi Brouard, una persona de gran peso político en el seno de la izquierda abertzale. Mahaikide, responsable de formación de HB y diputado electo –iba a participar en el pleno del Congreso al día siguiente–, era periodista de profesión y ejercía de redactor jefe de 'Egin'.

Ese diario reprodujo al día siguiente de su muerte parte de la última entrevista realizada a su compañero. El titular, elocuente: «La negociación es deseable por todas las partes». Respecto a la autodeterminación, este errekaldetarra que también estuvo exiliado, valoraba que «se están soltando muchas falacias, como la que por ahí se dice que nos estamos autodeterminando con cada votación. Mentira insostenible desde el punto de vista jurídico, desde el político y desde el ético, pues no nos autodeterminaremos hasta en tanto como pueblo, con nuestra soberanía reconocida, no nos pronunciemos sobre si queremos ser independientes, confederados, federados o autónomos».

Una reflexión que, a la vista de algunas declaraciones en las últimas fechas, no ha perdido vigencia 35 años más tarde.

«Matar la esperanza», tituló el director de 'Egin', Jabier Salutregi, un escrito pleno de emoción y cariño en honor a su compañero y amigo, que reproducimos íntegramente en Artefaktua. Eso pretendían sus verdugos, matar la esperanza. Lograron matarlo a él, igual que habían matado a Santi, y sumir en un dolor terrible a sus allegados, pero la esperanza de libertad y paz para este pueblo sigue tan firme hoy como vigentes sus ideas.

Josu Muguruza, EGINeko erredakzioan (EGIN)