1977/2024 , 14 de Diciembre

Aritz Intxusta
Redactor de actualidad

Bush anuncia la captura de Sadam Hussein y lo encamina a la horca

El presidente de EEUU George W. Bush se dirigió en directo por televisión a los estadounidenses para comunicar la captura de Sadam Hussein el 14 de diciembre de 2003. «Ha terminado una era oscura y dolorosa para los iraquíes», afirmó.

Fotografía no autorizada que circuló en redes tras la captura de Hussein.
Fotografía no autorizada que circuló en redes tras la captura de Hussein. (AFP)

«Esto representa el final de Sadam y todos aquellos que mataron y abusaron de la población en su nombre», proclamó en esa conexión en directo. «Sadam Hussein se enfrentará a la justicia que negó a millones de personas», prometió el presidente de EEUU.

Bush quiso escenificar con la captura de Hussein el cierre del ciclo que inició su padre con la guerra de 1991. Una de las directrices de la operación especial Amanecer Rojo era capturarlo vivo para poder juzgarlo.

La excusa para retomar la invasión de Irak –las evidencias de la CIA y el MI6 de que el líder iraquí contaba con armas de destrucción masiva– aún no había decaído formalmente. El presidente de EEUU no admitió hasta 2008 que creer sus informes de inteligencia fue «su mayor error».

Los principales líderes europeos felicitaron a Bush por su captura. El británico Tony Blair calificó la detención como un hecho «terriblemente positivo para el futuro de Irak». El alemán Gerhard Schröder manifestó haber recibido la noticia con «mucha alegría». Y el español José María Aznar sostuvo que «había desaparecido el principal obstáculo para la paz».

En un búnker junto a la aldea donde nació

Los marines encontraron a Hussein en un diminuto búnker cercano a Tikrit, a pocos kilómetros de la diminuta aldea en la que nació. En las imágenes aparecía sucio y desastrado, con pequeñas heridas y una enorme barba entrecana. Decía el editorial de GARA del día siguiente que lo habían exhibido «como a un mono de feria». Tenía 66 años.

El peor enemigo de Occidente –hasta la irrupción en escena en 2001 de Osama Bin Laden– había nacido pastor de cabras y no aprendió a leer hasta los diez años. Su tío lo sacó de la miseria, se afilió al partido laico panarabista Baaz con 19 años, cuyo lema es: «Unidad, Libertad, Socialismo».

Tras participar en un atentado frustrado contra Abdel Karim Kassem, el militar que derrocó al rey Faisal II de Irak, huyó de su país con un balazo en la pierna. Lo acogió el Egipto de Gamal Nasser (también panarabista y socialista).

En 1963, baazistas y nasseristas derrocan a Kassem y, en un par de años, Hussein logra imponerse en la pugna en las distintas corrientes del Baaz. El panarabismo se rasgaba por todo Oriente Medio. El Baaz se partió en dos familias: la iraquí de Hussein y la siria, que quedó en manos de Hafez Al Assad (padre de Bashar al Assad), que también había logrado hacerse con el control de Damasco.

El panarabista Baaz se fragmentó en dos grandes corrientes, la liderada por Hussein desde Bagdad y la Al Assad desde Damasco.

Hussein devino en los años siguientes en un dictador contradictorio, excéntrico (mandó escribir un 'Corán' con su propia sangre) e implacable.

Lanzó a su país a una guerra contra Irán tras invadir el país vecino en 1980, virando su eje de alianzas y aliándose con el imperialismo. EEUU volvió a abrir su embajada en respuesta en 1984.

Tras la guerra con la República Islámica (se calcula que murieron entre 250.000 y 500.000 iraquíes y un millón de iraníes), se creyó tan respaldado por EEUU que aumentó sus atrocidades contra sectores no afines dentro de su país, cuya composición social es sumamente compleja, debido a su enorme riqueza cultural, religiosa y étnica. En 1991 cometió el error de la invasión de Kuwait, lo que precipitó su caída en desgracia y el inicio de la Primera Guerra del Golfo.

Una familia kurda observa la ejecución de Sadam Hussein. (Marwan IBRAHIM | AFP)

Los crímenes cometidos contra kurdos y chiíes (confesión mayoritaria en Irak) se convirtieron después en acusaciones formales durante el juicio que arrancó en 2004, en cuanto los marines pusieron al reo bajo la custodia del nuevo Gobierno iraquí. El proceso resultó terriblemente mediático y convenientemente televisado.

Un juicio con final anunciado

Un Hussein recompuesto, nuevamente aseado, aunque ya sin abandonar la barba, reapareció en un juicio que encadenaba escándalos (cambios de jueces, abogados muertos...). El principal eje de la acusación fue la matanza de Duyail de 1982, en la que murieron 148 chiíes, que constituyó una suerte de desquite del tirano tras un intento de matarlo.

Las causas por distintos crímenes se acumulaban una tras otra, pero no dio tiempo a procesarlo por todas. Entre quejas de organizaciones internacionales como HRW, se le condenó a la horca. Hussein renegó de que le cubrieran la cabeza con una capucha durante la espantosa ejecución, que también fue televisada.

La paz prometida por Bush tampoco llegó tras el ajusticiamiento. En los dos años siguientes Irak se sumergió en una fase de guerra civil, a la que se alude como «guerras sectarias», con cifras mensuales de muertes violentas de hasta 3.000 personas.