1977/2024 , 27 de Diciembre

Artefaktua

Marc Legasse, un anarco-abertzale «sin dios y sin ley»

Artefaktua recupera la entrevista a Marc Legasse publicada en 'Egin' el 27 de diciembre de 1987.

Marc Legasse durante la entrevista concedida a 'Egin' en 1987
Marc Legasse durante la entrevista concedida a 'Egin' en 1987 (‘Egin’)

La extensa entrevista a Marc Legasse (París, 1918 – Ziburu, 1997) que publicó 'Egin' en 1987 es un autorretrato del propio autor y, también, de las principales figuras de la política vasca de la posguerra del 36 y la Transición. Tuvo contacto directo, y estrecho, con los que denomina «cuatro mosqueteros», el lehendakari Agirre, su sucesor Leizaola, Manuel Irujo y Telesforo Monzón; con José Miguel Barandiaran, maestro de euskara de sus hijas, Txomin Iturbe o 'Peixoto', de quien subraya «su mal humor cuando le pido que me hable en castellano cuando ya no le sigo en euskara».

El exquisito texto firmado por el seudónimo 'Etxepare' es una visita guiada a uno de los momentos más trascendentales que ha vivido este país.

«Nada de acatar y no obedecer, hay que atacar lo que no se acata»

ETXEPARE

El último piso acristalado de 'Perico Baita' se abre como un inmenso mascarón de proa sobre el puerto de Donibane. En su interior, Marc Legasse sigue soñando, impenitente, con historias de corsarios y contrabandistas, con batallas de arcabuz, mosquetón y frontera.

Ahora, a los 70 años, y a pesar de los quebrantos de salud, retoca los últimos fragmentos de un texto que se va a titular 'Iraeta, arpa eta txalaparta', en el que aborda la historia de dos países, Irlanda y Euskadi, hermanados en la misma lucha sangrienta, pero animados también por la misma esperanza indomable de ser un día países independientes.

Marc Legasse, desde su atalaya de Ziburu, sigue oteando el horizonte por donde vislumbra el paso del último alijo guerrillero con el que, finalmente, se colmará el más perenne de los deseos vascos. Mientras con la luna llena arriba el mugalari definitivo, Marc Legasse da vida a un fraile anarcoide, que sustituye los símbolos de su bandera negra por tres lunas que simbolizan «la fe del carbonero, la esperanza ciega y la caridad insurreccional». Con sonrisa de viejo pirata, y adelantándose a las aburridas explicaciones que le van a exigir para el estreno, dice: «De las tres, la más importante es la caridad insurreccional que, desde luego, no sé muy bien qué es, pero veo la idea entre la niebla y todos nos entendemos».

Alguien que no podría entender el mensaje sustancial de este hombre original le definió, tal vez apresuradamente, como loco, mentiroso o payaso. Ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario, él prefiere definirse como «abertzale anarquista», o como diría Malraux de los vascos, un «ingenuo barroco».

Ácrata, errante y soñador, se resiste a llamar a las cosas por su nombre, «mientras el contrabandista orienta sus pasos a la luz de ilargi zaharra», y teje historias mitificadas, relatos sorprendentes y vivaces, parábolas de urgencia, mensajes cifrados, textos elementales y abundosos, soflamas combativas y vitales, todo un largo rosario laico de convicciones esotéricas, con un ritmo electrizante e inquieto que descubre al ya convencido la dirección del viento y oculta al escéptico la interpretación justa.

Anarquista heterodoxo, libertario variopinto, se le ha visto recientemente en una mesa redonda organizada por ETB-2, visiblemente incómodo y contrariado «entre dos profesores y un juez», él que sin ninguna malicia se confiesa «Jaun gabe eta lege barik», discutiendo sobre el respeto a las leyes. Con evidente descoloque, las razones recurrentes de Legasse, vasco parisino de familia de armadores, escritor ahora fondeado a la vera del muelle Ravel de Donibane, tenían todo el aire «revolté» que siempre le ha animado, el sesgo inconfundible de quien anda fuera de un juego que no es el propio.

Legasse no habla, predica en una lengua que es solo suya, una mezcla indescriptible de francés versionado al español con metralla vasca; seguramente la lengua que utilizará el monje Abraham, pedagogo y alzado de la isla Iraeta de su última obra no publicada aún. Pero tiene la virtud de no ocultar nunca lo fundamental, de exponer a la vuelta de infinitos recovecos y encrucijadas, de múltiples trajines lingüísticos, lo que mejor le define: el mítico deseo de ver a su patria, Euskadi, independiente y libertaria, poco sujeta a regulaciones, dueña de sus destinos.

«Lo fundamental de un nacionalista es ser independentista. Esto no tiene discusión. Y el enemigo también lo sabe. Por eso sabe que a la hora de la verdad tiene que arreglárselas con quien mantiene esta idea clara. Además, esto ha sido así desde siempre, desde los orígenes del nacionalismo vasco, y es lo que aún mantiene la mayoría de este pueblo. Consecuentemente, yo considero una bajeza que Xabier Arzalluz, presidente del PNV, diga que la independencia para Euskadi sería una miseria. Yo creo que esta gente está vendiendo su casa y su patrimonio por un plato de lentejas».

Los cuatro mosqueteros y un rey muerto
En su intensa vida, Marc Legasse ha tenido la oportunidad de conocer a la mayor parte de los nacionalistas vascos de primera y última hora. Fuera de las fronteras vascas, Legasse confiesa que «aunque parezca raro, conozco pocos; no sé, puede parecer chauvinismo, o algo como muy estrecho, pero no; en el fondo siempre he sido bastante tímido y no, no conozco. Bueno, sí, conocí a Camus, que era un tipo formidable».

Marc Legasse (‘Egin’ | ETXEPARE)
Marc Legasse (Etxepare | EGIN)

De entre los vascos, Legasse manifiesta una preferencia nada disimulada por Lezo de Urrestieta, «un contrabandista de primera categoría», y en general los hombres de Yagi-Yagi como fueron Adolfo Larrañaga, el conde de Villalonga (el conde que esconde que es conde), Cándido Arregi y, sobre todos, Eli Gallastegi. De ellos resalta su «extraordinaria intransigencia» sobre el nacionalismo.

Legasse comienza a hablar y no para de Luis Arana Goiri, «el hombre de la idea», como le llamaban, «el verdadero padre del nacionalismo, hoy olvidado, pero que nunca traicionó la causa».

Además, recuerda, «he conocido bien a los cuatro mosqueteros: Agirre, Leizaola, Irujo y Monzón». De Agirre dice que «era simpático y extraordinariamente convincente». De Leizaola no quiere hablar, «porque aunque fue un capitulista no voy a hablar mal de un anciano». Pero sobre todo recuerda a Monzón por «su estilo, su amor por el euskara, su carisma, su influencia a pesar de que no pretendía jefatura alguna, su conversación, su sencillez, su cortesía». No le gusta tanto su afición a Lourdes y a la misa, pero nada disminuye su admiración por él.

Lo que exalta es su funeral y cuenta cómo una vez secuestrado su cadáver y colocado sobre una tanqueta, un niño que lo vio pasar por la autopista, al borde del caserío, exclamó: «Ama, ama, erregea», creyendo que se trataba del rey. «Y así era, era el rey sin corona y sin prebendas, como lo demuestra su tumba escueta en Bergara».

No se olvida de Barandiaran «gran científico y maestro de euskara de mis hijas». Ni de Txomin y 'Peixoto'. Del primero resalta su «extraordinario laconismo: no hablaba sino lo esencial y telegráficamente»; del segundo, «su mal humor cuando le pido que me hable en castellano cuando ya no le sigo en euskara».

 

Legasse no se anda con rodeos conceptuales, aunque se pierde por extraños andurriales idiomáticos, para expresar su pensamiento. «Yo estoy muy influenciado por la lucha del FLN argelino, por los fellagah y por su política intransigente que les llevó al éxito final. Ellos hablaban de la cuestión previa a la independencia cuyo equivalente claro son los cinco puntos de KAS. Así lo vemos muchos desde el interior del pueblo vasco, pero es que también lo están viendo desde el exterior: los vascos van a tener independencia o no van a tener nada. Yo creo que, finalmente, el no acatar este Estatuto que ha impuesto a Euskadi Sur, que no contiene ni derecho a la independencia ni a la autodeterminación, va a tener éxito y se va a ver que ésa era la única postura coherente».

«La postura de los argelinos fue al mismo tiempo inteligente y digna. Mantuvieron inquebrantable su objetivo y terminaron por doblegar al Gobierno de De Gaulle. Con respecto a Euskadi Sur, se está viendo que los mismos que firmaron el Estatuto están ahora viendo y diciendo, de una u otra manera, que fue una equivocación, que constituye una vía muerta. Yo creo, además, que no hay que ser mercaderes de ideas. Los argelinos, los irlandeses, los mismos hindúes en tiempo de Gandhi lo tuvieron y tienen bien claro. Por eso, a mí, como ciudadano de Iparralde, me parece particularmente significativo que el Gobierno español esté hablando con ETA en Argelia».

Legasse no tiene ninguna simpatía por «los métodos democráticos» en el caso de los países pequeños, sin estado. «Por ejemplo, el derecho a la autodeterminación es imposible por métodos democráticos. Aunque todos los diputados vascos, incluidos los navarros, se pusieran de acuerdo para reclamar esta reivindicación, no sería posible conseguirla, porque matemáticamente es imposible. A los diputados españoles les basta con negar sistemáticamente lo que propongan los vascos. Por otra parte, suelen decir que el derecho de autodeterminación es propio de los países colonizados, como dijo el otro día un profesor, pero es que aun siendo así, nosotros somos un país colonizado. Además, hay que decir que no es la ley lo más importante; no es la ley la norma suprema. Por ese camino podían un día prohibirnos, legal y democráticamente, mirar de frente y deberíamos acatarlo. No, no. Las leyes que se hacen en contra de la voluntad de los pueblos hay que atacarlas; no hay que acatarlas. Ya pasó el tiempo de que mantengamos aquella fórmula cortés de se acata pero no se obedece. No, ahora hay que atacar esas leyes. Y te voy a decir una fórmula un poco oscura pero cierta: finalmente, no acatando, y atacando, el acatante termina por acatar las ideas del atacante. Yo espero que sea esto precisamente lo que pase. Llegará un momento en que todos van a convencerse de que ETA era profeta no acatando la Reforma, el Estatuto y todas esas cosas. Incluso, algunos de los acatantes de hoy, como Bandrés, Garaikoetxea o Arzalluz, van a terminar por aceptar, por acatar lo que el Gobierno va a acordar con ETA».

La idea original del nacionalismo

En el amplio salón que se asoma al puerto de Donibane huele a añejo. La gran estancia luminosa que «el abuelo», el pintor Perico Rivera, magnificara deshaciéndose del suelo de la buhardilla, está cuajada de libros bruñidos por el tiempo. El aroma que desprenden los muebles, que brota de las tapas antiguas de sus obras preferidas no es, sin embargo, rancio; posee la textura de lo permanente. El pistolón y el sable, la calavera ondeante sobre campo negro cruzado por dos tibias corsarias, en pie de igualdad con la ikurriña abertzale, anuncia guerras sin cuartel, la negativa más irreverente a capitular bajo ningún concepto.

«La independencia ha sido la idea original del nacionalismo vasco y, aunque parece que a muchos les hace temblar, es lo más elemental del mundo. Nosotros no queremos más que la no-dependencia. Algunos parece que olvidan el origen de las palabras. Esto no es nada terrible. Por el contrario, es lo que todo país del mundo desea para sí: no depender en lo fundamental de nadie. ¿Qué pueblo quiere ser dependiente de sus decisiones básicas? ¡Pero qué locura! ¡No se le ocurre a nadie! Nosotros no podemos permitir que nuestras decisiones como pueblo sean anuladas por un tribunal jurídico de otro país. Eso es absurdo. Nosotros no necesitamos, para sobrevivir, de grandes submarinos, ni ejércitos, ni cosas así. Nosotros no queremos ser grandes, sobresalir por encima de los demás. No entendemos la independencia de manera imperialista como lo entienden Francia, USA, e incluso España o Italia. Nosotros queremos decir que ni Barrionuevo ni Pasqua tienen derecho a entrar en nuestra tierra y llevarse a nuestros hermanos, que están en nuestras casas y ellos sí tienen derecho a estar ahí. A partir de que se nos reconozca nuestro derecho básico a gobernarnos, ya estableceremos contactos con quien haga falta. No tenemos ninguna intención de vivir aislados. ¡Qué tontería!».

Cuando le pregunto sobre la idoneidad de negociar con la organización vasca, Legasse vuelve sus ojos claros hacia mí reflejando la ingenuidad de lo obvio. «Mira, es un poco brutal pero claro, porque mata. Saben muy bien, porque no son tontos, que hay que hablar con los más irreductibles, que no merece la pena hablar con Arzalluz, Garaikoetxea o Bandrés, porque estoy seguro que en el fondo están de acuerdo. No se van a oponer a la independencia de Euskadi. Así que los gobiernos acuden a los que lo mantienen hasta las últimas consecuencias. A mí no me cabe duda de que si en Euskadi no hay más independentistas confesos es porque tienen miedo a los métodos castrenses españoles».

Ejemplo para Iparralde

Opina Marc Legasse que «la independencia conseguida por Euskadi Sur sería un verdadero ejemplo para los abertzales del norte. Sería algo definitivo, ya que acuciaría nuestras conciencias haciéndonos ver que teníamos la posibilidad de unirnos con un estado vasco soberano. Sería un foco de calor que unificaría finalmente a los vascos de los dos lados. Yo creo que no se puede decir que los vascos del sur se olvidan de nosotros; nos tienen más en cuenta que nosotros a ellos. Está claro que nosotros políticamente no tenemos nada que hacer. En cualquiera de las fases en que hemos presentado candidatos abertzales no hemos sido capaces de superar el 5%. Así no vamos a ninguna parte. Pero claro, tampoco vamos a unirnos a una Euskadi dependiente del Estado español, una simple autonomía sin poder. Si el sur consigue ser independiente será otra cosa. Entre nosotros hay la idea de que ser vasco en el sur es peligroso; aquí no, como no hacemos nada. Tal vez ahora con la actividad de los chicos de IK se despierte un poco la conciencia, no sé. Pero, en fin, yo creo que cuando nos faltan los hermanos del sur andamos bastante mal. Además, a mi juicio, por una simple operación matemática, lo que se decide en el sur representa a la mayoría de los vascos en su totalidad. No hay que olvidar que el sur supone el 93% del total de vascos. El sur es nuestra referencia, sin duda. Como los franceses autónomos en Suiza, Walonia, Aosta, etc., consiguen sus reivindicaciones porque se presentan como una parte, en diáspora, de la gran nación francesa independiente: si no, nada de nada».

A pesar de sus 70 años, y su quebranto, Legasse es de los que esperan ver el final de la historia. No se inmuta cuando los franceses le afean su utopía, recordándole que eso es esperar en «de vieilleis lunes», porque él responde con el mito de «ilargi zaharrak», que es bien distinto. Aguarda izado sobre el puente de mando que suene la hora del zafarrancho, y de la provocación final para sus compatriotas de Iparralde. «Ese día –dice– no quisiera estar en el pellejo del subprefecto de Baiona, porque los vascos del norte van a refugiarse en el estado independiente del sur; no pasará como con el Gobierno francés que se ha sacudido a los vascos porque no son su problema».

«Nosotros vamos a vencer pero anárquicamente»

Marc Legasse es un anarquista. Pero un anarquista abertzale. Esto que parece la cuadratura del círculo tiene en él un encaje sorprendentemente simple. Dice que los anarquistas clásicos u ortodoxos no le reconocen su anarquismo. Lo anormal sería que alguien le reconociera ortodoxia alguna, porque Legasse es la antítesis de los reglamentos.

«Mi anarquismo es muy simple. Fue José Antonio Agirre quien me dijo que yo era un anarquista porque no aceptaba todas las cosas que estaba haciendo el PNV. Y, en fin, pues pensé que era una buena definición para mí, que no quería ser abertzale como ellos. Y lo reivindiqué para mí. Yo creo que define muy bien a un separatista. Mejor que con el vocablo de nacionalista que está tan desprestigiado desde los nazis y fascistas. Yo creo que anarquista suena mejor para significar lo que soy, incluso lo más adecuado para un vasco. Yo soy un individualista de lo nuestro. Un anarquista, por tanto, casero. A los vascos no se nos ha educado siempre a ridiculizar al estado, a combatirlo porque no ha sido nuestro. Por eso yo me identifico con los que, ahora, no acatan sino que atacan las leyes impuestas. Algunos me definen como ácrata, en el sentido peyorativo, de un intelectual que está ahí y dice bobadas, pero yo me río. Quizá mejor fuera libertario. Yo creo que la Euskadi askatua que queremos no tiene nada que ver con la Euzkadi de batzoki. Es una Euskadi anárquica, vital. Y esa es la vida a la vasca. Es tristísimo un país de mayorías absolutas, uniforme. Todos los vascos somos bastante anárquicos, no entramos fácilmente por las leyes, por el orden. Hasta los obispos vascos se han comportado, ahora con el último documento, bastante anárquicamente con respecto a la Conferencia Episcopal, porque ellos bien sabían que su escrito no iba a ser aceptado por sus colegas».

Le señalo que la izquierda abertzale que él admira, y con la que se identifica, está pidiendo organización y unificación de esfuerzos para conseguir forzar la negociación, para acceder a la Euskadi independiente y socialista. Me dice que sí, que es cierto, pero parece que le incomoda un poco pensarlo, o que no va mucho con él.

«Sí, eso es verdad y lo entiendo. Pero tengo la impresión de que vamos a ganar y además lo vamos a hacer anárquicamente. Yo sostengo que los vascos somos los proletarios que van a adueñarse de su país, como los proletarios de otras naciones se han hecho dueños de las fábricas, o del barco o de lo que fuera. El barco que nosotros debemos asaltar se llama España y Francia. Nos importa un bledo si ese barco es grande o pequeño, si es el mejor o no; nos importa que es el nuestro y lo queremos. Pues lo vamos a conseguir, pero así, sin mucha rigidez».

Legasse echa mano de su memoria prodigiosa y comienza a descifrar pasajes históricos, encontrando en André Malraux una frase que para él está siendo evidente. El gran escritor francés como «lógica cartesiana», lo español como «fantástico mórbido» y lo vasco como «barroco ingenuo». Sostiene Legasse que, en efecto, «nuestra vida de vascos es bastante barroca y compleja».

«Tanto la guerra como la política de los vascos es de un barroquismo curioso –prosigue–. La ruptura del PNV es de un barroquismo pintoresco. Barroca es la personalidad de Arzalluz que de jesuita pasa a mandarín del PNV y no sé si algún día nos va a decir que cree en Primo de Rivera. Yo he dicho que hay dos jesuitas que se lo han montado fantásticamente: Jesús Agirre, que es Duque de Alba, y Xabier Arzalluz, que es Duce del PNV. La muerte de Txomin, fíjate. ¿Quién había de predecir que Txomin iba a morir a los 40 años y en un accidente de coche? El movimiento abertzale en su conjunto es barroco, abigarrado, no se distingue entre los jefes y la tropa. ¿Además, quién es el jefe? Pues unos días uno, y otros otro. Los alcaldes de HB, igual. Lo que pasa que a nosotros nos parece normal. Pero a los que nos observan les parece barroco, no sé si complicado pero sí fantástico. Y ya el colmo del barroquismo es que en este pueblo todavía hay gente que muere antes de dejar de ser vasco. Sigue habiendo gente que está dispuesta a perder su vida antes de abandonar su patria. Más aún, está dispuesta a pasar años de cárcel, someterse a tortura, a ser humillados. Y lo mejor de todo es que suelen ser decisiones colectivas. Junto a los combatientes presos, refugiados, etc., encuentras toda la familia generalmente. El padre, la madre, los hermanos, la novia. Esto, desde fuera, sorprende. Y sorprende más aún cuando lo ves que es de generación en generación. Por eso suelen decirnos: ¿Pero qué vais a ganar los vascos? Y hay que contestarles que nada, que lo nuestro. Que no vamos a tener submarinos nucleares, ¡pues vaya cosa! Ni gran ejército, ni mucha policía… ¡Y para qué la queremos, digo yo!».

Una vida barroca

Marc Legasse dice que su propia vida es bastante barroca. Nacido en París, de padre de Iparralde y madre de Orereta, pertenece a una familia burguesa de armadores, dueña de una empresa de barcos de pesca que dejó de existir hace unos diez años. Muerto su padre en edad bastante temprana, Marc se encontró con un buen dinero y unas rentas que le han permitido vivir con cierta holgura y resarcir así la «miseria» que le produce su obra. Algunos de sus libros han tenido una repercusión notable, como por ejemplo 'El libro rojo del separatismo vasco', reproducido íntegramente en su día por 'France Soir', 'Las carabinas de Gastibeltza', 'El contrabandista de Ilargizarra', 'Pavana por un rey muerto' o 'Pasacalle por un país que ni existe'.

Nacido ahora hace 70 años, inició estudios de Ciencia Política que interrumpió en la guerra y abandonó después. Poseedor de la «gran cruz de guerra» francesa, no puede ocultar la ridiculez de esta circunstancia. Emparentó con la poderosa familia bilbaína de los Sota al casarse con una de las hijas de Ramón, de la que posteriormente se divorció para casarse con una euskaldun de Ziburu.

A pesar de su condición de escritor, nunca dominó el euskara como para poder escribir sus obras que, por lo demás, salvo cuando están redactadas originalmente en francés, tienen que ser corregidas y rehechas por sus pacientes amigos. El lo achaca a sus orígenes familiares y a que sus compañeros nacionalistas siempre le incitaron a escribir en francés o en castellano «para explicarnos en el exterior». Sus textos son, por ello, el terror de los editores. Su condición de «ciudadano francés» le ha impedido comprarse una casa en la localidad navarra de Legasa, en donde está prohibido para cualquiera que ostente nacionalidad extranjera…