El Museo San Telmo, testigo de los veraneos de Joaquín Sorolla en la costa guipuzcoana

Fecha

17.06.23 - 15.10.23

Lugar

Gipuzkoa - Donostia

Pinturas y fotografías, en este caso de la serie dedicada al rompeolas, comparten diálogo.
Pinturas y fotografías, en este caso de la serie dedicada al rompeolas, comparten diálogo. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

Joaquín Sorolla (1963-1923) encontró en la costa guipuzcoana su lugar de veraneo durante tres décadas. Eran tiempos en que la burguesía y la aristocracia española recalaban en Euskal Herria atraídos por los baños en el Cantábrico y una meteorología más fresca. Esto fue motivo para que el pintor valenciano se decantara por nuestra tierra a la hora de elegir destino vacacional.

En el centenario de su fallecimiento, ‘Viajar para pintar. Sorolla en San Sebastián’ refleja la estrecha relación que tuvo el artista con Donostia, Pasaia y Zarautz. También Biarritz. «Dejaron una huella significativa tanto en la vida y como en su obra», ha afirmado Susana Soto, directora de la pinacoteca. Ha participado en la presentación junto a Enrique Varela, director del Museo Sorolla; Acacia Sánchez, comisaria de la muestra; y Jaime Otamendi, director de Donostia Kultura.

Viajero incansable, la muestra da inicio al proyecto gracias al que su obra visitará los lugares que conoció de cerca –ciudades como Toledo, Valladolid o Sevilla– y que cuyos paisajes protagonizaron sus cuadros.

Su finalidad es que el público pueda ver la obra en el mismo sitio en el que fue creada. En el caso de Donostia, varias de las obras propiedad del propio Museo San Telmo completan la exposición, que se convierte en homenaje al pintor.

La visita a la muestra es el relato del día a día del creador, en cuya agenda no faltaban sus visitas diarias al puerto, a la playa de la Concha o a la tertulia del Café Oriental del Boulevard de Donostia, donde departía charla con Darío de Regoyos, entre otros. Ignacio Ugarte, José Salís, el doctor Juan Madinaveitia o Rogelio Gordón, director de la Escuela de Artes y Oficios de Donostia, son algunos de los nombres que figuraban en su círculo de amistades.

Desde 1889 a 1921

La primera visita que realizó a Donostia fue en 1889, de regreso de París. Posteriormente, en 2010 pasó los meses estivales en Zarautz y al año siguiente se trasladó a Donostia, donde disfrutó de cada verano hasta 1921. En los dos últimos años incluso estando enfermo tras el ictus que sufrió en 1920. Su familia mantuvo la esperanza de que el clima donostiarra lo ayudara en su recuperación, algo que finalmente no sucedió. «Tenía 60 años y había llevado adelante un trabajo titánico del que se calculan más de cuatro mil quinientas obras, de las que dos mil son pequeñas notas de color», ha contado Sánchez.

Dos fueron las motivaciones de Sorolla para sus estancias en Gipuzkoa, acompañado por su mujer, Clotilde, y sus hijos María, Joaquín y Elena. Por una parte, la cambiante luz del Cantábrico, lo que lo obligó a transformar su paleta en favor de colores más tenues, en comparación con la brillante luz de la costa mediterránea.

El segundo motivo es meramente social. «En sus amplias avenidas y en la playa de La Concha se dieron cita tanto la adinerada clientela del pintor, como su nutrido grupo de amigos en un ambiente cosmopolita, todos ellos seducidos por el nuevo concepto de ocio al aire libre que trajeron los principios higienistas en alza. En este contexto, Sorolla encontró en la ciudad el lugar más adecuado en el que pintar sus pequeñas notas de color y así ejercer como el sagaz cronista social que fue a lo largo de toda su carrera», ha explicado Sánchez.

En total fueron más de 300 obras las que Sorolla dedicó al paisaje guipuzcoano. La exposición es un recorrido por la totalidad de su proceso creativo, que fue evolucionando del realismo inicial a un estilo más deshecho, con la utilización de puras manchas.

En 1917 y 1918 quiso plasmar en una serie el que fue su lugar favorito de la ciudad, el rompeoles y sus vistas sobre el monte Ulia. «Sorolla quedó cautivado por el juego de cambios atmosféricos y lumínicos que encontró y por ello quiso plasmar con veracidad el sinfín de instantes que un mismo paisaje ofrecía. Pintó la fugacidad de la realidad, siempre nueva a cada minuto que pasa. (…) El mar embravecido, el cielo encapotado, la lluvia y de repente, la brisa, el sol y el atardecer. Se alternaban seduciendo a capricho a todo paseante. Unas condiciones climáticas más parecidas a las que encontraron en las costas atlánticas pintores realistas e impresionistas como Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir o sus amigos Anders Zorn o Peder Severin Krooyer», en palabras de la comisaria.

Gran aficionado a la fotografía, la utilizaba con el objetivo de captar el movimiento y la espontaneidad en su pintura. En San Telmo el visitante puede contemplar la obra pictórica y la obra fotográfica de Sorolla, dado que Sánchez ha creado un diálogo entre ambas. «En muchas ocasiones se trata de los mismos enclaves. A partir de las fotografías trabajaba la pintura posteriormente en el estudio, sobre todo en Villa Sorolla», ha indicado.

Además, utilizó una técnica novedosa, «que consistía en la yuxtaposición de color según la teoría creada por Michel Eugène Chevreul, utilizada por casi la totalidad de artistas impresionistas. Llegaron a la conclusión de que sobreponiendo colores complementarios las obras ganaban en luminosidad: violetas, morados, rosas, blancos... colores pasteles que contrastaban entre ellos». 

En opinión de la comisaria, destaca el periodo de la I Guerra Mundial, «años en que San Sebastián se convirtió en el epicentro europeo del veraneo. Realizó los 17 lienzos de la serie ‘Rompeolas’, más de 15 paisajes de los montes y más de 50 notas de color de esa ciudad abarrotada».

‘Notas de color’

Desde su llegada a Euskal Herria, Sorolla pintó al aire libre. Fueron ‘notas de color’ tomados en su caballete frente al paisaje, concebidas como obras finales en sí mismas. «Tienen un gran valor por su autenticidad y constituyen la esencia misma de pintura, al ser el medio más directo del que dispuso para captar la realidad», ha incidido Sánchez.

En San Telmo se exponen 27 de ellas, junto a diez lienzos, además de diversas fotografías. La exposición es fruto de la colaboración del Museo San Telmo con la Fundación Museo Sorolla y el Museo Sorolla. La Sala Capitular alberga la muestra del 17 de junio al 15 de octubre.

Su pintura no se limita a recoger el paisaje costero. El público puede ver en San Telmo escenas en el interior, en días de excursión. Muchas familias de la burguesía y aristocracia tenían grandes mansiones en los alrededores de Donostia. Es el caso del doctor Madinaveitia que, siguiendo los principios higienistas de la época, le recomendó el veraneo en Donostia, beneficioso para la quebrada salud de su hija María, quien sufría de tuberculosis. Precisamente en el jardín de su finca Aizetsua de Aiete, es donde fue pintado el famoso cuadro ‘La siesta’, en 1911.

Tres fueron sus residencias. «A través del estudio del archivo hemos sabido que primero se alojó en la villa de Madinaveitia, posteriormente en Villa Cristina, en Aiete, y finalmente en Villa Sorolla, en las faldas de Igeldo», ha señalado Sánchez.

Actividades

El museo ha organizado una serie de actividades paralelas. El 21 de junio (19.00, castellano) Acacia Sánchez ofrecerá una charla bajo el título ‘Viajar para pintar. Sorolla en San Sebastián’. Se emitirá por streaming.

El 1 de octubre (12.00, castellano), en la sección de la obra del mes, Lola Valverde ofrecerá la conferencia ‘Iñudes y otras sirvientas: del lienzo a la vida real’. Por su parte, el 4 de octubre (19.00, castellano) Montserrat Fornells (Amigos de San Telmo) analizará la vida y obra de Sorolla. Las conferencias son con entrada libre hasta completar aforo.

También se anuncian visitas guiadas: 6 y 20 de julio; 3 y 17 de agosto; 7 y 21 de setiembre; y 5 de octubre. A las 18.00 en español y a las 19.00 en euskara. Reserva previa en la web. Hay que adquirir la entrada del museo.

Ubicación

Museo San Telmo
Zuloaga Plaza, 1
Donostia. Gipuzkoa