Diariamente, Isabel Díaz Ayuso, alias «La Ayuso», se convierte en el busto parlante que lee las ocurrencias que el día anterior parió su jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, más conocido como MAR. Normalmente lo que lee tiene el sesgo macarra de su autor, y es perfectamente reconocible. No hay más que fijarse en que los disparates que suelta «La Ayuso» por su boquita cuando deja de leer el texto que, indefectiblemente, lleva doblado en la mano, son manifiestamente diferentes que los que emanan del autor intelectual de todos sus discursos. MAR debe tener buenas amistades entre la judicatura, pues presume de saber cual será la próxima decisión de la justicia en temas sensibles, y, lo peor, es que suele acertar.
El proceso contra el fiscal general del Estado está siendo algo insólito, tanto por ser la primera vez que ocurre como por la forma en que se está materializando. El asunto se desata contra él por la acusación de filtrar correos relacionados con los acuerdos del novio de la Ayuso con la Fiscalía aceptando la comisión de un delito fiscal y una pena que no conllevaba su ingreso en prisión, además de una multa. Dicen que el primero en filtrar correos sobre el tema fue MAR, que los presentaba como si fuera una propuesta del fiscal al acusado, algo que suena muy, muy raro, y el efecto boomerang ha conllevado que ahora el empapelado sea el fiscal general.
El novio de la Ayuso parece tan intocable para su amada y para MAR, que ambos se han permitido amenazar a García Ortiz por su solicitud de citar al periodista, amenazándole públicamente de que si le llama a declarar va a ir pa’lante.
El asunto, más allá de ser una amenaza más propia de chulo de garito nocturno que de jefe de Gabinete, es claramente delictivo. El artículo 464 del Código Penal castiga con pena de prisión de 1 a 4 años y multa, al que, con intimidación, intentaré influir directa o indirectamente en un procedimiento para que el intimidado modifique su actuación procesal. Que es el caso.