Acaba de publicarse el libro Madrid DF, de Fernando Caballero, que aspira a ser el éxito de esta temporada. Resumiendo, propone un Madrid de 10 millones de habitantes. Un Madrid que se convierta en la punta de lanza del Estado español como competidor global y el proyecto al que todos nos sometamos, a la espera que caigan los supuestos beneficios. El volumen acaba de salir, pero el autor ya ha gozado de importantes espacios de promoción en los medios. Afortunado él.Lo más llamativo de sus entrevistas es que Caballero habla de su propuesta como si esta no estuviera en marcha ya. No solo en el presente o recientemente, sino desde hace al menos tres décadas. Convertir Madrid en un área metropolitana hipervitaminada, sobresaliente en la carrera internacional por atrapar inversiones, absorbedora de recursos y talento de toda su área de influencia y más allá. Permitir que sea algo similar a un paraíso fiscal. Nada de eso es nuevo. Al contrario, ha sido un consenso en todos los gobiernos desde prácticamente las últimas legislaturas de Felipe González.La novedad es que, lo que siempre se ha hecho por la fuerza y mediante hechos consumados, ahora necesite una justificación teórica y una intelectualización. No me parece poca cosa. Seguramente sea porque el proyecto del gran Madrid se ha topado siempre con una oposición que le resulta insuperable. Es razonable que las áreas dinámicas del Estado no comulguen con pagar la fiesta de otros sin que ni siquiera se les invite al reparto. Y también es esperable que los territorios que deben ser desertificados para que eso prospere pongan objeciones.«Madrid es España y España es Madrid», dijo Isabel Díaz Ayuso en un día de inspiración. Sin duda es un buen resumen del proyecto político en el que están las élites madrileñas, es decir, las españolas. La incógnita es si ahora que la cosa coge cuerpo teórico y se quita la careta, para lanzar su última embestida, la heterogénea oposición al proyecto del gran Madrid será capaz de actuar conforme al reto que se le plantea.