La guerra es sumamente aburrida en la mayor parte del tiempo. Toca esperar a algo que no sabes ni qué puede ser ni cuándo sucederá. Sólo queda charlar con los soldados que llegados el momento entrarán en batalla. Creo sinceramente que es una buena manera de conocer a la gente. El primer día seguramente serás un intruso en un batallón que mira al foráneo con no muy buenos ojos. El segundo se acordarán de ti cuando haya que repartir el rancho. El tercero te preguntarán por la familia, por las aficiones y por tus amigos. El cuarto día llega la pregunta de rigor «por qué haces este trabajo y no otro. En tu país hay más oportunidades que en esta como para querer venir a la guerra de manera voluntaria a trabajar».
Y uno se queda sin respuesta, se encoge de hombros, trata de buscar otra pregunta que dé salida a esa situación. Pero no lo halla. El quinto día te acogen y enseñan fotos de su familia, videos de fiestas, de la boda del primogénito. Les enseñas las tuyas. El lazo está hecho. Sin embargo hoy, Idriss ,que se ha convertido mi sombra en este frente de Wardeek, me ha dicho que «en el fondo, las familias no somos tan distintas en muchas partes del mundo. Tú y yo tampoco. Vamos a guerras y en el fondo no tenemos respuestas para eso».