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Mi idea al comenzar el viaje por Bulgaria era mostrar la vida de los refugiados que se han quedado viviendo en el limbo después de recorrer miles de kilómetros a pie o transportados por mafias. Por cada persona que entrevistara para poder crear en el lector/espectador una panorámica del problema humanitario sacaría una foto de la persona en su entorno y otra de sus manos. La primera con la intención de mostrar el desarraigo que en estas tierras puedan sentir estas personas. La segunda, la foto de las manos, en busca de una metáfora que hiciera pensar a los lectores.
No sabía cómo explicarle esto a Husain. No tenía manos porque una mina de los talibán se las arrancó allá por el 2012, quitándole no sólo ese miembro tan necesario de un cuerpo sino también un futuro “digno” en una tierra tan difícil como es Afganistán.
¿Cómo explicarle que mi intención no es el morbo de unas manos amputadas? ¿Cómo decirle que sus muñones no es lo que me interesa en sí, y que lo he hecho con todas las personas que he ido conociendo en este viaje?
Se lo digo a Bewar, traductor y ya amigo que trata de ayudarme en todo lo que le digo. “Fácil” me responde. Le hace el gesto sin miramientos de que me enseñe los muñones para que le saque una foto, así sin rodeos sutiles ni nada. Para cuando me doy cuenta, Husain ha encendido otro cigarro y se ha remangado la cazadora. Me siento cohibido. Todos empiezan a reír a mi alrededor. Creo que hasta me he sonrojado.
Después de la foto, Husain me pide que le enseñe la imagen. Responde con un “Good, good” y una sonrisa. Me pide el perfil de Facebook y me hace saber que le mande las fotos que le he sacado. Entiendo que está agradecido por haberle sacado la foto. Husain sonríe sin parar.