La mentira es un juego de lenguaje que implica intención; no es sinónimo de falsedad, en esta puede haber, la hay habitualmente, falta de propósito. Algo que tomábamos por cierto, los hechos demostraron lo contrario, era desconocimiento, sin veladas intenciones; en la mentira debe existir intención de engaño con un fin. Cuando el engaño se dirige a muchos, ahora, con la nueva manía de crear nuevos conceptos que nada aportan a la claridad, le llaman posverdad y la que limpia, fija y da esplendor la define como «distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales», lo que hace más de veinticinco siglos llamaron demagogia. Bien es cierto que, por aquel entonces, para ser engañado intencionadamente debías de acudir al templo o al ágora y ahora no tienes más que darle a un botón o tan siquiera decir «Siri», «Alexa» para elegir el abanico de embustes y fruslerías. Asistentes virtuales los llaman. Que Dios nos asista.La avalancha de mentiras que circulan en las redes (también alguna verdad: Internet ha desvelado la cantidad de necios, resentidos y miserables que pueblan el planeta. Una evidencia desoladora) rezuman odio al diferente. Diferente que les pueda poner en duda su frágil identidad construida sobre endebles e irracionales mentiras que tratan de esconder el malestar de una existencia miserable. El odio les reafirma. Así creen sentirse alguien con poder, aunque sea de manera anónima. No es espontáneo, sino odio inducido merced a las mentiras interesadas de quienes detentan o intentan tomar el poder político.Mentira y Odio se han institucionalizado y cobrado carta de naturaleza. Solamente con oír los embustes y calumnias del despotenciado Mazón o de su jefe con relación a la catástrofe de Valencia; u observar a los designados por el déspota Trump para dirigir USA y parte del mundo para tomar conciencia de que se avecinan tiempos peores de imposible diálogo. En tiempos de tempestad, cuatro principios pero claros. Y activos.