Floren Aoiz
Floren Aoiz
Idazlea, Iratzar Fundazioaren zuzendaria

Ser guay o transformar el mundo

No nos entendamos mal, a todo el mundo le mola ser guay: en general, todas y todos preferimos parecer guays. Hay quien opta por presentarse como el pitufo gruñón, es cierto, pero no es esa la tendencia mayoritaria. Aclaro esto porque no estoy, en principio, en contra de querer ser guay. El problema surge cuando ese deseo y la adopción de decisiones personales o la participación en esfuerzos colectivos entran en conflicto. O cuando la obsesión por ser guay se convierte en la brújula de la existencia y de la resonancia con el mundo. Como ocurre en algunos casos, cuando una recurrente necesidad de llamar la atención y disparar el guayómetro marca las posiciones y los discursos, la cosa se ha torcido y llega la encrucijada: ser guay o transformar el mundo.

Entonces hay que elegir y en esa elección están las claves de comportamientos políticos y formulaciones que a veces nos desconciertan. No pretendo decir que la opción por lo guay sea la explicación única, en eso que llamamos realidad siempre interactúan múltiples factores y reducirlos a uno solo es un error grave. Lo que sí afirmo es que ciertos fenómenos no pueden entenderse sin prestar atención a esa pulsión por ocupar la posición más guay en el espacio público. Que a veces, por cierto, es la de la provocación, la escenificación del atrevimiento de decir lo que nadie osaba formular. Porque eso sí que mola, claro.

Como quiera que nadie es inmune a esta tentación, la cuestión no es satanizarla cuando la apreciamos en otras personas o grupos e ignorarla, relativizarla o justificarla en casa propia. Se trata, simple y llanamente, de asumir que en ocasiones la opción correcta es incompatible con parecer guay y hacerse cargo de todo lo que eso supone. Y desde la legitimidad de la coherencia con esa posición autorreflexiva, mandar a paseo a quienes pretenden tenernos pendientes de su última ocurrencia para hacerse los o las guays.

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