Antes de que se oficializara la victoria del candidato más misógino, racista y chovinista de los últimos tiempos en Estados-Unidos, ese intelectual que aseveró hace año y pico aquello de que “si eres rico o famoso, las mujeres se dejan agarrar por el coño”, Emmanuel Macron, se apresuró a saludar el regreso triunfal de su homólogo asegurando estar “preparado para trabajar juntos como lo hemos sabido hacer durante cuatro años”. Un mensaje impostado que no esconde la antipatía que ambos líderes se han profesado en estos últimos años, con mofas incluidas por parte del multimillonario neoyorquino que no oculta su preferencia por Marine Le Pen. Sea como fuere, por el momento la líder de extrema derecha mantiene sus distancias con respecto al inquilino de la Casa Blanca porque, a pesar de la evidente simpatía mutua, las últimas encuestas muestran que la victoria de Trump sólo agrada a uno de cada diez franceses, una proporción que no la llevará a ser la primera mujer presidente de la República. Todavía. Porque al igual que la elección de Donald Trump no alterará en absoluto la centenaria sumisión militar, económica, política y cultural de la vieja Europa respecto a Estados Unidos, ese mismo sometimiento marca una tendencia ultraconservadora que, de no reaccionar, terminará agarrándonos a todos por los dídimos.