Cuando antes de las legislativas de 1993 los sondeos indicaban que la derecha alcanzaría la mayoría absoluta, el jefe del centrista UDF, François Bayrou, estimó que de darse ese resultado Mitterrand debería dimitir. Tres décadas después, aquel político de ambiciones presidenciales ha cambiado de idea y no considera ahora que Macron deba dejar el Elíseo, a pesar de que en el último escrutinio el electorado le abofeteara con la izquierda y con la derecha. En aquel entonces Bayrou, profesor de Historia, entró en el gobierno Balladur como ministro de Educación. De su impulso nació la ley que permitió a las redes de escuelas inmersivas, incluida Seaska, entrar bajo el paraguas de lo público mediante un contrato en el que Estado asume como suya una parte del servicio educativo, como por ejemplo el profesorado, mientras que las ikastolas, las bressolas catalanas o las calandretas occitanas se comprometen a seguir el programa propuesto por el ministerio. En un momento en el que la renovación del contrato entre Seaska y París está aún por firmarse, el regreso de Bayrou, esta vez como primer ministro, podría ser, dicen, de buen augurio. Pero para ello, la palabra del bearnés tendría que valer ahora lo mismo que valió hace treinta años; y eso, visto lo visto, está por ver, por escuchar y por escribir. Palabra de vasco.