Itziar Ziga
Itziar Ziga
Una exrubia muy ilegal

La mazmorra amorosa

Este verano estuve visitando a una amiga en su mazmorra. Semejante inicio sería desconcertante para alguien que desconozca la existencia de espacios de encuentro sexual BDSM. No, mi amiga no vive recluida en un castillo medieval, y de ser así no podría ir a visitarla, en todo caso iría a rescatarla, en plan superheroína. Mi amiga no necesita ser rescatada de su pasión ni de su medio de vida. Nadie te cuenta historias tan interesantes de su día a día como una dómina, nadie. De pronto me vi quitando el polvo a la mazmorra, que es también su fantasiosa casa: en unas horas llegaba un cliente/sumiso. En un pasillo tiene clavada la cruz de San Andrés, la verde de nuestra ikurriña, apreciadísima en el BDSM porque te mantiene con las piernas abiertas, atada. Imagina. Lástima que el cliente de esa mañana no quería público, me hubiera encantado ver a mi amiga en acción. Ella me mostró el extensísimo cuestionario que rellenan antes de comenzar la primera sesión. Antes de nada se reúnen, ella vestida de calle, y mantienen una charla donde se aclarará y pactará todo, cuidadosa, prodigiosamente.

Volvemos a las fantasías sexuales: si las identificadas como mujeres en este mundo patriarcal imaginamos lascivamente ser dominadas, y dominar también, que conste, ¿cómo no iban a hacerlo los identificados como hombres, adoctrinados desde niños para mantener un control que a menudo no tendrán y quizás no desean? El BDSM nos permite jugar sexualmente con el poder y la violencia a nuestro favor, porque estamos jugando. Y pactando, justo lo que no podemos casi hacer con todas las opresiones a las que somos arrojadas al nacer.

Esa mañana, mientras se vestía para dominar, ella me llamó para que rebuscara en el baúl de los sumisos. Estaba repleto de vestidos de furcia: muchos desean jugar a ser feminizados, putificados. Mi estilo habitual. Me llevé uno de terciopelo aguamarina y espalda descubierta. Después me dijo ella, fliparías, puede ser cualquier tío que ves por la calle. Y yo, dichosa, me pondré esta noche su vestido.

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