El 6 de agosto de 2012, el Athletic disputó un encuentro de pretemporada ante el Tottenham. A la conclusión del choque en White Hart Lane, en el barrio londinense comenzaron a sucederse una serie de graves incidentes que se prolongaron durante varios días. Con el objetivo de frenar los disturbios, el gobierno británico autorizó a la policía a utilizar material especial entre los que destacaban el empleo de las balas de goma. La BBC resaltó en sus informativos la excepcionalidad de la medida y recordó que a pesar de las prohibiciones europeas, uno de los cuerpos que aún las seguía utilizando era la policía autónoma vasca.
Pasaron los meses, los incidentes de la capital inglesa remitieron y el conjunto rojiblanco comenzó a concatenar una serie de brillantes partidos en la Europa League. En el camino, la Ertzaintza y los ultras de algunos equipos rivales protagonizaron diferentes altercados carentes de sentido alguno. Los leones dejaron por el camino al Manchester United y se cruzaron con el Schalke alemán en cuartos de final. Tras sentenciar prácticamente la eliminatoria en la ida, el partido de vuelta suponía la certificación del billete a las semifinales. Con el pase a la final de Copa asegurado y a las puertas de otro éxito histórico, la ilusión se había desbordado en la capital vizcaína. A la conclusión del encuentro, que coincidía con la semana santa, miles de personas tomaron las calles del centro de Bilbo y celebraron la clasificación. Licenciado Poza, María Díaz de Haro o García Rivero eran algunas de las calles donde más gente se concentraba. De fiesta, tranquilamente, a lo suyo, ajenos a lo que ocurriría minutos después.
Una presunta pelea desencadenó la versión oficial. Esa que la sociedad vasca se ha acostumbrado a no creer. La que sitúa la justificación por encima de la realidad y la que legitima el uso de la violencia legal. Todo encajaba. Presencia policial masiva, orden desde la comisaría de Deusto y operación de castigo. Una presunta pelea en el callejón de María Díaz de Haro, a escasos metros de la Kirruli Kultur Elkartea -la Herriko Taberna de Indautxu-, daba carta blanca a actuar contra todas las personas allí reunidas. De fiesta, tranquilamente, a lo suyo, pero ya no tanto. Dotaciones, sirenas y policías con cascos, capuchas y bocachas hacían acto de presencia en actitud violenta.
Una historia mil veces repetida. Sin motivo aparente, en medio de la calma. Finales de Aste Nagusia, Korrika y un sin fin de eventos han acabado así en los últimos años. Irrupción policial y disparos antes de preguntar. El lanzamiento de pelotas de goma, las mismas sobre las que la BBC subrayaba su excepcionalidad, han sido un elemento común del paisaje. En demasiadas ocasiones hemos tenido que escuchar aquello de "burua behera", "makurtu, kontuz...", "me ha pasado rozando, ufff" o el brutal sonido de su impacto contra una señal o un portal. O peor, contra la cara, el ojo o el cuerpo de alguien. A veces, como en el caso de Rosa Zarra en los noventa y de muchos ojos arrebatados, con trágico resultado.
Sin embargo, la impunidad y costumbre con la que se han empleado las pelotas de goma y las cargas de castigo borraban todo rasgo de anormalidad. Las críticas en los medios de comunicación no existían, todo era justificable o se liberaba a la institución pública de responsabilidad. Y, como no podía ser de otra manera, la fatalidad reapareció. Pelotazos en un espacio minúsculo y lleno de gente. Era el lugar perfecto, una zona llena de presuntos "borrokas" o "ciervos" a los que golpear. Era gratis y según denuncia la familia había orden de carga, vaciado y detenciones. No pasaba nada ya se construirían posteriormente las imputaciones judiciales y mediáticas. Lo iban a censurar "los de siempre" y se recordaría "la presión a la que se ve sometida la Ertzaintza" e incluso no faltaría quien mencionaría "las provocaciones, insultos y lanzamiento de objetos a los que se sometió a los agentes". Todo en boca de un consejero carente de escrúpulos como el señor Ares, que se estrenó cargando contra la multitud en Ibilaldia 2009 y se despidió con el caso Cabacas. Aunque cabe recordar que sus antecesores no compartían filiación pero sí estilo.
El debate sobre el modelo policial y las pelotas de goma llegaba a lo lejos desde Catalunya. El eco era aún pequeño. Hasta que una pelota de goma reventó la cabeza de Iñigo Cabacas y lo mandó a la UVI de Basurto. Mil sueños y una vida rota en el suelo. Ante la indiferencia de quienes dispararon, sin número de identificación visible y con una capucha para garantizar la impunidad y el corporativismo. La ruleta rusa se había consumado. En una sociedad necesitada de alegrías, que vivía esperanzada el nuevo tiempo abierto en el país, los éxitos del Athletic daban una razón para salir a la calle en positivo. La noche se cerraba con un joven al borde de la muerte. Tristeza.
Pasaron las horas y la situación no mejoraba hasta el desenlace fatal. Mientras tanto, desde Lakua se encargaron de negar la realidad. Cambiaron sus versiones y trataron de justificar lo ocurrido con manuales anticuados y demasiado repetidos. Intentos de criminalización y justificación también coparon notas de prensa e incluso alguna columna de opinión. Sin embargo, los hechos apuntaban en dos vertientes. La primera que un aficionado del Athletic, el mayor punto de unión de la sociedad vizcaína para gente de toda ideología y condición, había muerto celebrando el éxito del club debido a los injustificados disparos de un agente público. Esa era la evidente, aunque no menos dolorosa. Por otra parte, estaba el componente político e institucional. Lo que hasta ahora había salido gratis abría un antes y un después. La operación de castigo, agresión e impunidad contra un sector social de la sociedad vasca, la excusa de la Herriko Taberna era "perfecta", se había vuelto a repetir. Algo que se había repetido durante años, bordeando la fatalidad, y sin ningún reparo ¿por qué iba a ser distinto aquella noche?
La ola de testimonios e indignación llegó a los medios, las redes sociales, miles de personas corrieron por Indautxu para huir de los pelotazos y agresiones. La gente lo había sentido y visto con sus propios ojos. Lo que unido al nuevo tiempo político abierto en Euskal Herria, lo cual obviamente ha implicado cambios de percepción, y la relación de lo sucedido con el Athletic hizo que la versión oficial pasase a ser la mentira insoportable.
Ha pasado un año y el actual director de la Ertzaintza aseguraba hoy mismo en la SER que la muerte de Cabacas “fue un accidente”. Lo cual es rotundamente falso, ya que cuando se usan armas que están prohibidas en media Europa, que se sabe que pueden matar, disparando a la multitud a una altura indecente y la ecuación se repite habitualmente, la fatalidad aparece. Era más una cuestión de probabilidad que otra cosa. Y ocurrió.
La actuación tiene y tenía responsables políticos. Los principales los señores López, Ares y Varela. Ninguno dimitió. Las justificaciones y explicaciones ultramontanas se sucedieron hasta que la presión mediática y social les resulto insoportable. Entonces, además de arremeter contra los parlamentarios que les criticaban con argumentos del manual comunicativo goebbeliano, aseguraron que depurarían responsabilidades hasta el final. A la par, algún medio se apresuraba a hacer un lifting social sobre la dureza de la vida de los ertzainas tras lo ocurrido y su presunta depresión. Nada de lo prometido ha sucedido, las bocachas siguen en la calle y se han usado, el número de identificación brilla por su ausencia y nadie ha purgado por su responsabilidad. Poco se sabe sobre las cadenas de mando, las decisiones de quién fueron, quién las autorizó y mucho menos sobre quién disparó. Todo ello siempre bajo la responsabilidad máxima de Ares y Varela. Lo de pasar por un banquillo de los acusados no parece que se vaya a producir tampoco.
El Athletic, salpicado directamente por lo sucedido, tardó en reaccionar. El responsable de comunicación de Ibaigane, dependiente en exceso de la postura que para algunos temas se toma no muy lejos de la sede de Mazarredo, optó por esperar. Sin embargo, en la época de las redes sociales los acontecimientos le superaron. Los futbolistas comenzaron a lanzar mensajes y el silenció del club careció de sentido. Una nota de prensa anunciaba condolencias y un minuto de silencio para el choque ante el Sporting de Gijón. Asimismo, el club envió una representación al funeral de Iñigo Cabacas. En los campos de Europa se extendió una ola de indignación y fueron numerosas las pancartas desplegadas por diferentes hinchadas. El terrible silencio de los primeros minutos ante los gijoneses, la actitud de la afición y los jugadores honró la imagen del Athletic en ese sentido. Ahora en el aniversario tampoco se atisba algún signo desde el club, falto de bastante reflejos en el departamento de comunicación institucional.
Ha transcurrido un año y la escasa luz arrojada por la investigación supone un insulto para la familia, las personas que pudieron haber sufrido el impacto de las pelotas de goma aquella noche en Indautxu y toda la sociedad vasca en general. Patxi López y Rodolfo Ares siguen ejerciendo en política sin ningún reparo -cosa que tampoco tuvieron compartiendo filas con García Damborenea, San Cristobál, Redondo Terreros o Rosa Díez-, Varela ha sido "fichado" por el Gobierno de Andalucía y la obscenidad que rodea al caso es máxima.
Quedan varias tareas pendientes. La primera el esclarecimiento, la verdad, la justicia y la reparación. Y para ello, se deben depurar hasta las últimas responsabilidades que afectan desde al autor material del disparo hasta el contexto y las razones reales de la carga. La segunda es abordar definitivamente el debate sobre el modelo policial en el país. Constatado como un absoluto fracaso el papel de la Ertzaintza en los últimos 30 años, lejos de los Bobby ingleses han parecido más una infame versión vasca de las prácticas aprendidas en Israel, al ser una herramienta de parte para el castigo social. Abierto ese melón, queda depurar responsabilidades, reeducar o directamente depurar el cuerpo y poner en solfa su propio papel histórico. La disolución de la Brigada Móvil, otro eco llegado de Catalunya, es otro de los puntos en una agenda global para que este país deje definitivamente atrás el pasado y las vulneraciones de derechos. En definitiva, para que lo sucedido con Iñigo Cabacas, que no fue ni casual ni accidental, no se vuelva a repetir jamás.
Por último, aprovechar estas líneas para enviar un abrazo afectuoso a los familiares, amigos y amigas de Iñigo Cabacas en unos días donde volverán con intensidad al punto del dolor. A un lugar de no retorno, a la tristeza infinita. Al menos, que no les roben la verdad y para los demás que se construya un futuro más justo.
Beñat Zarrabeitia, periodista