El pasado domingo, desde las páginas del poco sospechoso de radicalismo periódico "La Vanguardia", los periodistas Carlota Guindal y Joaquín Vera daban cuenta de algunos detalles de la pieza "Pintor" del caso Villarejo, donde aparece con nombre propio la periodista Ana Rosa Quintana como facilitadora de un encuentro entre su marido y el famoso comisario, en el que se habrían confabulado para cometer una serie de delitos.
Perro no come carne de perro, se dijo durante muchos años de los periodistas y su conciencia corporativa. Nunca fue del todo cierto (que se lo digan a los de "Egin") pero es innegable que, durante los últimos tiempos, la demostración de los estrechos vínculos entre una cierta casta periodística y las cloacas del Estado ha hecho cada vez más impresentable en la propia profesión mantener la actitud corporativa y el código canino. Las relaciones y amistades de Villarejo con políticos, empresarios, jueces y fiscales generaron un amplio rechazo social. Durante un tiempo los periodistas pudieron librarse aduciendo que su trabajo requería de ese tipo de encuentros con «fuentes» como Villarejo, pero tras hacerse evidente que el grupo de periodistas afines al comisario eran la condición necesaria para sus fechorías, la cloaca ha salpicado de lleno a los otrora intocables profesionales de los medios que compartieron mesa, mantel y risotadas con el comisario.
Pero vayamos al caso. En la pieza de "La Vanguardia" se explica en detalle cómo Ana Rosa Quintana usó su amistad y cercanía con el comisario Villarejo para organizar una comida a la que asistieron la propia Quintana, Villarejo y sus respectivas parejas. Permítanme que les resuma. Juan Muñoz, marido de Quintana, quería contratar a Villarejo para extorsionar a un antiguo socio. Para hacerlo el comisario ofreció, por tarifa «de estudiante» (unos 200.000 euros), un vídeo en el que el abogado del socio al que había que extorsionar practicaba sexo con supuestas prostitutas y esnifaba cocaína. En el pack que vendía Villarejo a Muñoz iba incluida la colocación de una cámara en los baños de local nocturno, al que al parecer acudía con regularidad el citado abogado. La cámara debía servir para seguir acreditando vicios adecuados para la extorsión. Imaginamos que el abogado, que antes había sido juez, usaba el baño para hacer algo más que sus necesidades.
La gravedad de los hecho hizo que la Fiscalía Anticorrupción pidiera ocho años de cárcel para el marido de Ana Rosa. Juan Muñoz, junto a su hermano, reconoció los hechos, pactando finalmente con la fiscalía una condena que les librara de entrar en la cárcel a cambio de proporcionar información que ayudara a inculpar aún más al comisario Villarejo.
Si hubiera un mínimo de decencia y pudor en los medios de comunicación en España, con estos hechos reconocidos por los acusados, ninguna televisión permitiría que Ana Rosa dirigiese y presentarse un programa. Su presencia diaria en las pantallas no solo es un alarde de la putrefacción de buena parte del periodismo con más poder en España, sino que representa un paradigma de éxito empresarial, mediático y político. Ana Rosa sigue partiendo el bacalao cada mañana en el programa líder de su franja horaria.
Ha escrito el periodista Antonio Maestre que Ana Rosa es la mayor representante del periodismo de extrema derecha y que su programa es equivalente a los que han servido para aupar en Francia a Zemmour a la carrera presidencial superando por la derecha a la mismísima Marine Le Pen. Maestre define bien el modus operandi de algunos de sus colegas de profesión: periodismo que miente con descaro para influir políticamente defendiendo posiciones ultras.
Pero Ana Rosa es más que eso. Como reveló una investigación publicada por el digital LúH!, Ana Rosa es propietaria junto a su marido de la productora Unicorn Content, que produce programas para Mediaset y la Telemadrid de Isabel Díaz Ayuso. Esta productora habría incrementado sus beneficios en 2019 al eliminar el 88% de los contratos fijos y sustituirlos por eventuales, básicamente precarizando a sus trabajadores. La productora propiedad de un delincuente confeso y de la periodista que le facilitó delinquir con Villarejo, declaró en 2020 una cifra de negocio de 22,6 millones de euros –3,1 millones de euros más que en el ejercicio anterior– procedentes de la producción de programas para Mediaset y Telemadrid. La línea política de los programas de la productora de Ana Rosa y su marido ya se la pueden imaginar. Es de una indecencia sin límites pero es clave para entender las cartas políticas de la derecha y la ultraderecha españolistas. Tienen a su favor a muchos jueces relevantes, a mandos militares y policiales, a grandes empresarios y, por supuesto, también, a grandes medios y periodistas influyentes. De hecho, el éxito electoral de la ultraderecha y el proceso de involución que promueve junto a la derecha judicial y económica es indisociable de la derecha mediática que se encarga de fabricar y difundir la ideología del odio.
Es más, lo fundamental para entender las cloacas del Estado español es su relación con los medios. El poder de Villarejo no descansó nunca en sus habilidades como huelebraguetas, sino en sus relaciones con buena parte de los referentes del periodismo español. El hedor ha llegado a tal extremo que cada vez más profesionales del periodismo señalan por fin lo evidente. Menos mal.
Ana Rosa
El éxito electoral de la ultraderecha y el proceso de involución que promueve junto a la derecha judicial y económica es indisociable de la derecha mediática que se encarga de fabricar y difundir la ideología del odio.