No tengo pruebas de que la oposición ganara las elecciones de julio -no sería la primera vez que miente– pero tengo claro que la negativa del gobierno de Maduro a presentarlas es la peor prueba de su supuesta victoria. No tengo dudas de que muchos y muchas venezolanas están hartas de la gravísima situación económica y social del país –los millones y millones de emigrantes lo atestiguan- y de la deriva de una «revolución bolivariana» de la que su líder, el fallecido Hugo Chávez, es el primer responsable, como mínimo -y sin entrar en errores de gestión- por no haber sido capaz, desde su personalismo, de preparar un relevo que no dejara el movimiento en manos de políticos cerriles como el propio Maduro y /o Diosdado Cabello.Pero estoy asimismo seguro de que las sanciones económicas occidentales, esas que saludan personajes políticos opositores tan impresentables como Corina Machado y González Urrutia están detrás de muchas de esas penurias y de la cerrazón del Ejecutivo venezolano.No me sorprende que estos últimos se codeen con dirigentes políticos como el presidente argentino Milei y el expresidente colombiano Uribe. Ni que este, representante de la triple cruz de Colombia –latifundio, narcotráfico y paramilitarismo–, promueva una intervención militar internacional para desalojar a Maduro del poder.Me sorprende, gratamente, que dirigentes de la izquierda latinoamericana, cada uno con sus matices, como el brasileño Lula, el colombiano Petro y el chileno Boric, se hayan distanciado de la patada hacia adelante del presidente no electo ni probado venezolano y que insistan en una salida negociada y rechacen aventuras militares.No aconsejaría a nadie, ni siquiera a Maduro, acercarse al esotérico-autoritario postsandinista tándem Murillo-Ortega.Y temo que el desafío militar con el que responde el gobierno venezolano a la amenaza verbalizada por Uribe y por la que suspìra la oposición venezolana es lo último que conviene a una Cuba exhausta por el bloqueo y por el consiguiente «apagón ideológico-político» de la isla.De lo que no dudo, y de lo que estoy absolutamente seguro, es de que los EEUU de Trump no caben en sí de gozo.Para desgracia de la izquierda y del mundo.