En la ficción es más fácil hacer llorar que hacer reír. Y en la vida real es más común criticar que alabar. En las redes sociales parece que nos sale el animal que llevamos dentro. Aquello de la crítica constructiva no está de moda y lo que más mola es ser cruelmente incisivo.
Porque no me gusta ese ambiente malsano, he dudado en escribir sobre Eneko Andueza (¡otra vez!), pero sus declaraciones me amargan cada dos por tres el desayuno, porque creo que al secretario del PSE le hace falta un cursillo sobre las bases de la democracia. Andueza no distingue entre mayorías y minorías y no sabe hablar sin menospreciar los sentimientos de una parte importante de la ciudadanía vasca. No entiendo cómo un político que se tiene a sí mismo por socialista descalifique el derecho a decidir defendido, de una manera u otra, por la mayoría de los habitantes de la CAV, argumentando que «llevamos 45 años decidiendo». Esa misma frase se podría aplicar a todas las reivindicaciones sociopolíticas como excusa para hacer oídos sordos de ellas: al fin y al cabo, nuestros representantes políticos están elegidos democráticamente. Es una afirmación lamentable. Andueza debería asumir de una vez que en la CAV el nacionalismo vasco es mayoritario con mucha diferencia frente a la opción política que él representa. Para empezar, no estaría mal un poco de humildad.
Y, sobre todo, debería desterrar ese discurso casposo sobre las «utopías identitarias» que, según él, ponen en peligro el bienestar de la sociedad vasca. Un nuevo estatus político que dé respuesta a las aspiraciones de la nación vasca no tiene por qué ser sinónimo de pobreza. Esa equiparación, además de demagógica, deja en evidencia la concepción de Andueza sobre el pluralismo cultural y la democracia, que es respetuosa con las diversas identidades, también con las que están en minoría, por ejemplo, la suya. El problema no es que Andueza se sienta español: está en su derecho. Su problema es que no cree en la democracia.