Maribel Herruzo

Linz, la ciudad reinventada

El Danubio, ese río generoso que recorre una decena de países, parece hacer un alto en Linz para abrazar a la ciudad que ha sabido reinventarse tras quedar marcada por su pasado nazi. La encierra sin ahogarla entre esos dos brazos protectores que forman el meandro.

Linz es una ciudad que ha sabido reinvertarse.
Linz es una ciudad que ha sabido reinvertarse.

Lentos es el nombre con el que los celtas bautizaron este cambio de rumbo de la corriente fluvial y un cambio de rumbo radical es el que ha tenido que experimentar la ciudad en su último siglo de vida, identificada como estaba hasta hace no demasiado con el lado más oscuro de los instintos humanos bajo el infame paraguas político del nazismo. Linz, lejos de huir de su terrible pasado, hace frente a la historia, sabiendo que la ignorancia solo puede llevar a una repetición indeseable. Y por ello propone interesantes e impactantes itinerarios que tienen que ver con esa época perversa.

Nadie ha olvidado que Linz era una de las ciudades fetiche de Hitler (con Berlín, Múnich, Hamburgo y Núremberg), en la que estudió hasta los 18 años, desde donde proclamó la anexión voluntaria de Austria a Alemania en 1938 y para la que ideó planes megalómanos que incluían la construcción de puentes, palacios, un hotel con su nombre, una torre-mausoleo, un Führer Museum –donde concentraría las obras de arte sustraídas de colecciones europeas públicas o privadas– y fábricas que sirvieran a su industria de la guerra.

Danubio, frontera de dos mundos

Por suerte, esos proyectos se quedaron en muy poco: un puente de los Nibelungos sin esculturas, algunos edificios institucionales y viviendas sociales y, desde luego, las fábricas dedicadas a la producción de instrumentos para la destrucción. Acabada la guerra, Linz fue la única ciudad, junto con Berlín, en sufrir una división de su territorio y durante diez años, el Danubio volvió a ser frontera de dos mundos separados por algo más que una corriente fluvial.

En 2009, aprovechando su título de Capital de la Cultura Europea, Linz mostró al mundo, en una especie de psicoanálisis público y a tumba abierta, su relación con ese siniestro pasado del que –recuerdan algunos– aún hoy viven. Por ello, entre otros eventos, presentaron una polémica pero necesaria exposición sobre ese capítulo de su historia, para que no quedaran dudas acerca de la connivencia de aquellos habitantes de la capital de la Alta Austria con las ideas totalitarias del nazismo, ni de su lejanía y desprecio por las mismas en la actualidad.

El cambio de rumbo de Linz incluye editar publicaciones científicas, señalar lugares conmemorativos y organizar simposios y proyectos culturales, como proclamarse «ciudad de la paz» tras haber sido un importante vehículo para la consecución de la guerra. Y es que inmediatamente después de acabada la contienda, las fábricas de armamento supervivientes –los complejos fabriles fueron bombardeados por los aliados– fueron transformadas en nuevos motores de riqueza para la población, dedicándose al hierro y al acero para usos civiles.

Expertos ya en el arte de la transformación, cuando en la década de los ochenta la industria pesada empezó a experimentar una aguda crisis, Linz se reinventó de nuevo. Recuperó, en esencia, la vieja idea hitleriana de convertir la urbe en un centro de la cultura, pero esta vez sin expulsar a la vanguardia, sino todo lo contrario, haciéndola protagonista del cambio. Y así nació la nueva Linz, orgullosa de un presente ya alejado de fantasmas y repleta de nuevas ideas que ha ido poniendo en marcha al ritmo que marcaban sus nuevos museos, centros culturales y festivales.

La ciudad de acero y cristal

Los elementos clave de esa transformación tienen nombre propios: Lentos, Ars Electronica Center, el Schlossmuseum (Museo del Castillo), Design Center de Linz, Donaupark… Lentos Kuntsmuseum es el nombre de una modernísima galería de arte moderno y contemporáneo a orillas del Danubio que abrió sus puertas en 2003. De formas sencillas, el edificio es un espectáculo en sí mismo durante la noche, cuando la luz se proyecta desde su fachada. Además del continente, el contenido se renueva constantemente, destacando las 135 obras del pintor, fotógrafo y arquitecto Herbert Bayer, considerado uno de los padres del diseño gráfico actual.

Muy cerca de este símbolo de la renovación estilística de Linz, siempre a orillas del río, se encuentra el Donaupark, que desde 1977 es sede de once obras escultóricas de diversos artistas nacionales e internacionales (Bayer, Paolozzi, Kowalski…) ideadas expresamente para este emplazamiento y que tienen en común el material de construcción: el metal. La intención de los impulsores de este proyecto fue unir el arte con el principal motor económico de la ciudad, enlazando el papel que tiene Linz como centro industrial con el de pujante foco del arte más actual.

Apenas a unos metros del parque escultórico de Donaupark se encuentra la Tabakfabrik, una antigua fábrica de tabaco diseñada por Peter Behrens –uno de los precursores de la escuela Bauhaus– que está llamada a convertirse en otro de esos edificios que la ciudad dedicará a eventos culturales. Y frente al Lentos, en la orilla opuesta, el museo Ars Electronica Center se ocupa directamente del futuro.

Este centro mezcla de manera natural diversos géneros –el artístico, el científico y el tecnológico– para mostrar de la manera más interactiva posible creaciones que tienen mucho que ver con el futuro más inmediato y sus consecuencias. Biotecnología, neurología, ingeniería genética, robótica y arte digital se presentan al público con diversos enfoques y en permanente actualización. El edificio que lo alberga, como no podía ser de otra forma, también destaca en su vanguardista e impactante diseño.

Gran parte de la «culpa» de que Linz sea conocida como el centro industrial de Austria la tiene la fábrica Voestalpine, la principal productora de hierro y acero para Alemania durante la II Guerra Mundial. Convertida en multinacional, la factoría de Linz también abre sus puertas al público para mostrar las modernas tecnologías que incorpora en su proceso de fabricación, llevando al visitante por un recorrido que incluye un gigantesco crisol, réplica del recipiente usado en la producción de acero.

La ciudad verde

Pero no solo de acero, arquitectura e industria vive el visitante, que puede aprovechar que Linz es una de las ciudades más verdes de Austria –cuenta con 51 parques– para acercarse a su jardín botánico, a solo media hora caminando del centro histórico. O dedicar una jornada a un tramo del Donauradweg, el popular carril de bicicletas que trascurre en paralelo al Danubio y a partir del cual se pueden realizar cortas excursiones, o atreverse a pedalear hasta Alemania o Hungría. Y es que Linz le debe mucho al río que la resguarda. Esta «vía de reyes y emperadores» le ha dado una riqueza económica que se remonta a los romanos. Su pasado y su presente se basan, de manera muy directa, en el fluir de estas aguas.

Además, el aporte económico del Danubio a la ciudad se confunde con el ocio que proporciona, ya que a los senderos para ciclistas y caminantes, hay que sumar las 600 hectáreas de bosques que la circundan en sus inmediaciones y los trayectos en barco entre Linz y otras ciudades, como Krems, Passau o Viena. Es incluso posible embarcarse en el Schönbrunn, un vetusto barco a vapor que navega desde 1912.

Pese a ser la tercera urbe de Austria, Linz no supera los 300.000 habitantes, contando el área metropolitana. Con la ventaja de unas dimensiones tan humanas, cuenta con un centro histórico pequeño pero al que se puede calificar de coqueto y pintoresco, con edificios barrocos cubiertos por esos tonos pastel que dulcifican las ciudades.

El punto neurálgico es la Hauptplatz, una gigantesca plaza –una de las mayores de Europa–, que ha sido el escenario principal de los mercados de la villa y de los acontecimientos más importantes desde el siglo XIII. Se encuentra a dos pasos del puente de los Nibelungos y aún se conservan en ella algunos locales centenarios. No muy lejos, en la ribera danubiana, el Schlossmuseum ofrece, desde su terraza, una vista formidable sobre la ciudad.

Para una visión aún más panorámica, al otro lado del río, un funicular lleva hasta Pöstlingberg, una colina sobre la que se alza una iglesia del siglo XVIII muy visitada, uno de los emblemas de la ciudad. Aunque el edificio religioso más llamativo es la nueva catedral, Mariemdom –la mayor de Austria, con una capacidad para unas veinte mil personas–, una impresionante obra de arte neogótico cuya torre es apenas unos metros más baja que la de Viena y cuyos vitrales representan la historia de la población.

En cuanto a la música, Linz es una ciudad austriaca y su relación con dos genios, aunque tangencial, la ha marcado. Dicen que Mozart compuso, en apenas tres días, la ‘Sonata’ de Linz y la ‘Sinfonía’ de Linz, en el palacio del conde de Thun, donde se alojó junto a su esposa en 1783. Convertida hoy en Mozarthaus, aunque su interior permanece cerrado al público, sí puede visitarse la cafetería de su patio.

La ‘Octava Sinfonía’ de Beeethoven

También Beeethoven concluyó su ‘Octava Sinfonía’ en Linz, ciudad en la que su hermano tenía una farmacia y convivía con su ama de llaves sin estar casado, para horror del compositor. Se cuenta que llegó hasta allí para expresar su rechazo ante ese comportamiento y que no abandonó la ciudad hasta que persuadió –o más bien obligó con amenazas– a su hermano Johann de que contrajera nupcias. El piano con el que terminó la sinfonía se exhibe en una sala del Schlossmuseum.

Aunque el músico más ligado a Linz es el compositor romántico y organista Anton Brucker, nacido muy cerca de la ciudad y cuyas huellas se encuentran por todas partes. Hoy la música más clásica se vive en el novísimo Musiktheater, la que afirman es la ópera más moderna de Europa, obra de Terry Pawson. El resto, en la Brucknerhaus y el Posthof Linz.

A medio camino entre Viena y Salzburgo, Linz sigue un rumbo propio, más acorde con los tiempos, sin las concesiones a la tradición de la ciudad de Mozart, sin las exigencias de una capital, con un espíritu inquieto, joven, diferente. Se nota. Les gusta compararse con Bilbo. Por motivos obvios.