Nuria López Torres

Un viaje al Marrakech oculto

Más allá de la innegable espectacularidad y exotismo de la ciudad marroquí, este mágico lugar nos ofrece la posibilidad de descubrir una Marrakech con proyectos sociales desconocidos para la mayoría de los visitantes; es decir, un Marrakech oculto a los visitantes.

Marrakech aún conserva la esencia del enclave que en su día fue cruce de caminos y culturas.
Marrakech aún conserva la esencia del enclave que en su día fue cruce de caminos y culturas.

Marrakech es una de las cuatro ciudades imperiales del denominado Reino de Marruecos –junto a Fez, Mequinez y Rabat–, ubicada entre el Sahara y la majestuosa formación montañosa del Atlas. Centro de una encrucijada y lugar de parada de comerciantes, mercaderes, poetas y viajeros, desde hace siglos es también la antigua capital del desierto, donde se detenían las caravanas rumbo a la mítica ciudad de Tombuctú. Todavía conserva la esencia de aquel enclave que, en su día, fue cruce de caminos y culturas.

Conforme avanza la mañana la plaza Yamaa el Fna se va vistiendo con sus atuendos más coloridos. La música, los cantos y las voces inundan cada rincón, mientras los lugareños y los turistas se entremezclan hasta llegar a formar una masa compacta que se deja envolver por el ritmo acompasado de este espacio con vida propia.

Yamaa el Fna es la plaza central de Marrakech y el lugar más importante de la medina; el epicentro de esta histórica ciudad. No se sabe con seguridad cuál es el origen de su nombre, pero una de las teorías más extendidas afirma que significa «asamblea de la aniquilación» por ser el sitio donde se ajusticiaba a infieles y delincuentes, aunque djemaa o yamaa también se traduce por mezquita y, en este caso, podría relacionarse con la explanada de una antigua mezquita almorávide que había en las cercanías.

Declarada por la Unesco, en 2001, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, la plaza es en sí un microcosmos. Este espacio de cultura acoge a un sinfín de personajes que realizan actividades peculiares y donde tienen cabida encantadores de serpientes, contadores de cuentos, curanderos o charlatanes que prometen curaciones milagrosas de todo tipo, músicos y danzantes tradicionales, tatuadoras de henna, escritores de cartas, acróbatas, dentistas que ofrecen sus servicios junto a una mesa repleta de dientes y muelas o aguadores, entre otras gentes que parecen salidas de una gran producción hollywoodense y practican una actividad intensa y frenética.

La plaza se anima aún más al atardecer, cuando los incisivos rayos de sol pierden fuerza, y una ligera brisa hace el paseo mucho más agradable. Entonces este ajetreado lugar ve aumentar el número de sus visitantes con la llegada de los chiringuitos de comida típica, una procesión de carros que desfilan por Yamaa el Fna, y poco a poco van ocupando sus rincones.

 

Viaje al pasado en la medina

Con la palabra medina se designa en los países de influencia árabe a la parte más antigua de la ciudad. La de Marrakech fue fundada por los almorávides en 1070, y se convirtió en la capital y centro político y económico de estos nómadas. En el siglo XII tuvieron que construir una muralla para protegerla de ataques externos, y para ello se empleó una especie de arcilla rojiza que el sol hace variar en tonalidades según el momento del día dándole a la ciudad su sobrenombre de Ciudad Roja.

La medina de Marrakech acoge uno de los zocos más grandes y vibrantes del norte de África, un verdadero laberinto de callejuelas llenas de puestos y tenderetes de llamativos colores. Es un paraíso para los amantes de la artesanía y las compras, porque se puede encontrar una gran variedad de productos, desde incienso y especias hasta alfombras, lámparas, babuchas, ropa, tapices y piezas de cuero. En resumen, un batiburrillo de objetos en un espacio donde se impone el arte del regateo y la paciencia. Y es que aquí hay que olvidarse del reloj y adentrarse en un viaje al pasado.

Visitar Marrakech y no perderse por su zoco es como estar en Estambul y no adentrarse en su Gran Bazar. Los coches no pueden entrar en sus laberínticas calles, pero sí es habitual ver a sus habitantes desplazarse en pequeñas motocicletas. Sin embargo, el medio de transporte más habitual sigue siendo el carro tirado por burros, lo que nos traslada por un momento a la época lejana de ‘Las mil y una noches’.

El zoco es mucho más que tiendas y comerciantes: es el espacio central de la vida social y por esta razón aparece profusamente en la literatura tradicional. Callejeando sin prisa podemos encontrar el zoco de curtidores de cuero –donde el espectáculo visual impresiona tanto como su espantoso olor– o los hornos donde se cuece el tajin, plato típico marroquí que se prepara en cuencos de barro.

Una vez recorridas las calles principales donde se ubican la mayoría de tiendas, descubrimos otra medina más oculta, desconocida para los extranjeros. Allí, en pleno corazón de la medina se encuentra la asociación Al-Kawtar, que significa Río del Paraíso, la única cooperativa de mujeres discapacitadas existente en el país magrebí.

La singular Al-Kawtar

Al fondo de un pasillo, una puerta a la derecha nos conduce al patio de la casa donde se ubica esta cooperativa. Tras una gran cristalera, en la planta baja se aprecia a un grupo de mujeres repartidas en una gran sala, concentradas en sus bordados y costuras. Ser mujer, pobre y discapacitada supone la exclusión y el rechazo de una sociedad conservadora y tradicional como la marroquí. Esta asociación representa para muchas de sus integrantes la posibilidad de obtener independencia económica, a la vez que les supone un fortalecimiento de su confianza y autoestima.

La cooperativa Al-Kawtar está formada por un grupo de 44 mujeres con diferentes niveles de discapacidad. Se organizan en dos grupos de trabajo que se alternan a lo largo de la semana. Cobran por horas trabajadas y también dependiendo del tipo de actividad manual que sepan hacer. Sus trabajos van desde la elaboración de mantelerías de hilo, colchas y cojines hasta bordados de distintas prendas, o confección de camisas y blusas. No realizan una producción en serie, por lo que suelen ser piezas únicas.

La cooperativa tiene, además, una tienda en pleno zoco donde vende parte de la producción, aunque la parte más importante de sus ventas se realiza a países de Europa mediante encargos particulares o acuerdos con algunos establecimientos europeos interesados en vender sus productos artesanales y de alta calidad.

En la acogedora sala de trabajo se respira calma y un ambiente distendido. Reina el buen humor entre estas mujeres, la mayoría solteras, aunque también hay algunas casadas. Las jóvenes hacen comentarios divertidos y todas ríen de forma contenida ante los comentarios picantes, generalmente relacionados con los hombres.

Una de ellas menciona lo afortunada que ha sido su compañera Latifa, quien hace tres meses se ha casado con un barrendero de la medina que se enamoró al verla pasar cada mañana camino de la cooperativa. Latifa no tiene pies pero, gracias a sus prótesis, puede caminar casi sin ninguna dificultad. Con sus grandes ojos negros, su piel de nácar y su enorme sonrisa conquistó el corazón de este joven, lo que la ha convertido, para sus compañeras, en una especie de heroína, fundamentalmente porque son conscientes de las dificultades que sufren las personas con discapacidad para encontrar pareja.

La cooperativa tiene una cocinera que elabora diariamente el menú para el mediodía. Comen juntas, distribuidas en tres mesas redondas, y comparten el animado momento de la comida. Tras el té, la sala entra en un soporífero silencio, dando paso a media hora de siesta para retomar energías y proseguir el trabajo por la tarde. La visita a esta asociación-cooperativa es una de esas experiencias que dejan huella.

 

El oro líquido de Marruecos

Merece la pena tomarse un día para salir de la ciudad y explorar otras zonas cercanas. Se puede realizar una escapada al valle de Ourika, a tan solo 40 kilómetros de Marrakech. Este valle es uno de los más bellos y mejor conservados del país, con sus pequeños pueblos aferrados a los flancos de los macizos de tierra rojiza y sus hermosas cascadas. Nos adentramos en el Marruecos más rural, para acceder a esta parte del territorio berebere conocida por su producción de aceite de argán, llamado también el oro líquido de Marruecos.

La cooperativa Tiguemine, situada en la única carretera que atraviesa el pueblo de Ourika y frente al río del mismo nombre, se dedica a la extracción artesanal de este preciado líquido. Tiguemine la constituyen viudas y mujeres que han sido repudiadas por sus maridos, por lo que se han visto obligadas a convertirse en la cabeza de familia y, en consecuencia, son las únicas proveedoras del sustento de sus allegados. La mayoría de estas mujeres son analfabetas y carecen de recursos económicos.

Esta cooperativa les permite aspirar a una cierta autonomía e independencia económica en un entorno rural muy desfavorecido. Creada en 2003, legalmente no se constituyó hasta dos años después. Actualmente la integran 55 mujeres repartidas entre la cooperativa de Ourika y la que hay en la ciudad costera de Essaouira. Malika, su directora, procedía del sector del turismo cuando se decidió a organizar el trabajo que algunas de estas mujeres ya realizaban en sus casas pero de forma muy poco productiva. Asociadas y consiguiendo alguna pequeña ayuda del Estado, sus resultados mejoraron ostensiblemente.

El aceite de argán tiene grandes beneficios para el organismo, es rico en omega 3 y, entre otras bondades, ayuda a reducir el colesterol. Se consume crudo, añadiéndolo al pan o las ensaladas, pero no se puede utilizar para cocinar. Sin embargo, su verdadera demanda está en la industria cosmética. El alto porcentaje en ácidos grasos esenciales y los tocoferoles que contiene con cualidades antioxidantes hacen que sea uno de los productos que más se utilizan en la fabricación de cremas, emulsiones, geles de baño o champús.

 

El proceso de extracción

Su extracción es un proceso lento y laborioso. Primero se extrae de la semilla del árbol del argán rompiendo una cáscara en forma de bellota. Después se tuestan las semillas, se muelen en una piedra de moler tradicional y el resultado se convierte en una pasta que hay que amasar con las manos durante horas para que finalmente se convierta en aceite. Para obtener un litro se necesita el trabajo de siete mujeres durante seis días. Y para que sea aceite puro cien por cien tiene que hacerse de forma completamente artesanal, sin la intervención de ninguna máquina.

Lo saben bien estas mujeres, para las que el trabajo duro es la rutina diaria. Najma (40 años), sentada junto a una ventana, se afana en moler las semillas de argán para crear una pasta de un color poco atractivo, mientras canta una canción tradicional. De tanto en tanto intercala un grito al estilo berebere, y las otras mujeres ríen y la secundan. Son muchas horas de una labor tediosa y monótona que tratan de aliviar con cánticos y paradas mientras saborean un té con pan recién hecho bañado, por supuesto, en aceite de argán.

Najma no pierde la sonrisa pícara que parece tener dibujada de forma permanente en su rostro. Es madre de dos hijos, que tuvo con su primer marido. Después, con 30 años, se casó con un hombre de 70. Su nuevo marido ya tenía otras dos mujeres cuando llegó a su vida.

Durante mucho tiempo convivió en una misma casa con las otras dos esposas y sus hijos, manteniendo una relación cordial con las otras mujeres. Fue finalmente su marido quien pidió el divorcio y la repudió. Entonces Najma construyó una pequeña casa con sus propias manos en un trozo de tierra que su padre le regaló y allí vive en la actualidad junto con sus hijos de 18 y 19 años.

Están para los buenos y los malos momentos. A la salida del trabajo todas acompañan a Mena, incluida Malika la directora, a su pequeña aldea encaramada en los flancos de la montaña, a presentar sus respetos a la familia por el fallecimiento de un vecino que durante un tiempo trabajó en la cooperativa como chófer.

El ascenso por esos caminos de tierra roja requiere de una buena forma física para poder llegar, después de un kilómetro y medio, con algo de aire en los pulmones. Pero las vistas del valle desde esta ladera de la montaña son imponentes, y el esfuerzo físico merece la pena. Un regalo para los ojos y para el alma como colofón a un día intenso que nos ha permitido descubrir otras vivencias.