Aitor Agirrezabal
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

Dolomitas: salvajes y domesticados

Sus particulares macizos, que se alzan verticalmente, y el característico color de su roca hacen de los Dolomitas una cadena montañosa única. Su historia, marcada por la Primera Guerra Mundial, y la conexión con diferentes modalidades deportivas convierten la zona en un destino propicio para todos.

Cortina d'Ampezzo, con Dolomitas al fondo (GETTY IMAGES)
Cortina d'Ampezzo, con Dolomitas al fondo (GETTY IMAGES)

Cuando te acercas hacia Cortina d'Ampezzo por la carretera que viene desde Venezia, la palabra que te inunda la mente es salvaje. Frente a tus ojos, grandes moles de piedra que parecen inalcanzables para la mayoría de los mortales. Sin embargo, pese al vértigo que provoca utilizar la palabra domesticado desde una de estas escarpadas cimas, lo cierto es que el ser humano ha hecho suya también esta zona alpina a través de carreteras, sendas y vías ferrata. Recorrámoslas.

Las que hasta finales del siglo XVIII eran conocidas como Monti Pallidi o las montañas pálidas, recibieron su actual nombre del geólogo francés Déodat de Dolomieu, que descubrió la composición de la roca en 1791. Situadas en el noreste de Italia, se extienden principalmente por la provincia de Belluno y también Bolzano, Trento, Udine y Pordenone.

Los Dolomitas son muy diferentes del resto de los Alpes; su aspecto está caracterizado por amplísimos valles cubiertos de bosques y prados desde los que se alzan, recortándose verticalmente por centenares de metros, los numerosos y aislados macizos montañosos. Estos últimos están formados en su mayor parte por una roca caliza de origen marino. Y el turismo es su gran motor.

Esta industria ha provocado que esas montañas que en un primer contacto parecen inalcanzables se hayan convertido en asequibles para todos. Carreteras en perfecto estado que superan con creces los 2.000 metros, pueblos y todo tipo de servicios en estas mismas cotas y telesillas que te plantan en los 3.000 metros si priorizas no sudar a la salud de tu bolsillo. Por ello, es un destino más que recomendable para cualquiera. Amantes del deporte en gran estado de forma, familias enteras o miles de jubilados que viajan en autocaravana. Y es que incluso sin bajarte del vehículo, el camino es un continuo deleite.

Cortina d’Ampezzo, el corazón

Cortina d’Ampezzo es el corazón de esta cadena, también llamada ‘La perla de los Dolomitas’. Está situada en un lugar privilegiado, rodeada de montañas. Es glamour. Si en invierno la jet-set mundial se junta aquí para recorrer sus pistas de esquí, en verano es territorio comanche para ciclistas y escaladores, que por la noche comparten batallas en los numerosos locales del lugar. Durante el día, por momentos, Corso Italia, la arteria principal de la localidad, parece el cuadrilátero de oro de Milán y es que ir de compras es una de las actividades que genera más ambiente y negocio. Las grandes marcas de moda o joyería tienen una sede fija aquí, pero además existen tiendas artesanales con productos exclusivos. Pero no hemos venido de compras. Así que nos introducimos en las montañas.

Para ello comenzamos con uno de los lugares icónicos de la zona. Tres Cime di Lavaredo. Desde Cortina 44 kilómetros nos separan del Refugio Auronzo, a 2.333 metros de altitud. La belleza del lugar y una carretera muy cuidada convierte este lugar en uno de los más concurridos de la zona. Pero, como veremos, esto también se puede salvar. En caso de hacer el recorrido en bicicleta, nos encontramos con un puerto de dos partes muy distintas. Muy tendido en la primera parte y una auténtica pared a partir del cruce en el lago Misurina, que ofrece algunas de las fotos más espectaculares del país. Los Dolomitas tienen una estrecha historia ligada a las dos ruedas, todo gracias al Giro de Italia. Aquí, el último en sentenciar la corsa rosa fue Vincenzo Nibali en 2014, que alcanzó el Refugio Auronzo bajo una intensa nevada.

Si, por el contrario, nos decantamos por el senderismo o la escalada, junto al citado refugio nos esperan grandes parkings, que cada día acogen a cientos de vehículos que tiene que pagar un peaje de 25 euros a mitad de puerto. Desde aquí, infinidad de rutas. Desde las más asequibles que rodean las tres cimas, hasta vías ferrata que te transportan a los picos aledaños con unas magníficas panorámicas de la zona, en las que desaparecen las aglomeraciones.

Optamos por una de ellas, la que nos lleva al Monte Paterno. Además de las vistas, esta montaña nos traslada un siglo atrás, a la Primera Guerra Mundial. En aquella época guardaba la frontera entre Italia y el Imperio Austrohúngaro y la guerra ha quedado marcada a fuego en las rocas dolomíticas. De hecho, las ahora deportivas vías ferrata no eran otra cosa que pasos de montaña para los soldados.

Pero el Monte Paterno nos ofrece otra peculiaridad. Estas vías incluyen varios kilómetros de galerías cavadas por los soldados, en algunos casos con escaleras con una inclinación de 45º que recorren sus tripas casi hasta la cima. La ascensión se realiza por repisas expuestas pero anchas o con cable de vida y varias trepadas. No existen grandes dificultades técnicas, aunque son poco recomendables para quien tiene miedo a las alturas. Las citadas galerías nos acompañan durante el descenso.    

Abandonamos Cortina para trasladar el campamento al Passo Pordoi, desde donde emprenderemos diferentes rutas en los próximos días. Los 50 kilómetros de carretera que nos separan son un auténtico placer para la vista. Atravesamos el Passo Falzarego, al que regresaremos en los próximos días subidos a la bicicleta, para encontrarnos de frente con el Grupo Sella. Una auténtica mole. Un macizo en forma de meseta a más de 3.000 metros coronado por el Piz Boè.

El Passo Pordoi conecta Arabba en el Val Cordevole (provincia de Belluno) con Canazei en el Val di Fassa (provincia de Trento) y en su cima, a 2.239 metros, encontramos una estación de esquí convertida en un pueblo con todos los servicios necesarios. La pizza no puede faltar en un menú dolomítico y el restaurante Savoia es una buena opción para degustar una de horno de leña y recuperar fuerzas para lo que viene.

Amanecido en el Passo Pordoi, toca enfrentarse a la roca, hasta alcanzar los 3.152 metros. Aquí, también, hay opciones para todos los gustos. Desde la propia estación salen varias sendas que ya sea caminando o enfrentando una vía ferrata te introduce en la montaña y, para quien no se vea capaz de afrontar ese desnivel, un funicular te deja a apenas 200 metros de la cima. Arriba el paisaje adquiere un aspecto lunar, una amplia meseta de color gris se despliega entre murallas. Las facilidades hacen de esta montaña una de las más transitadas de la zona. Pero la principal razón es la panorámica que ofrece la cima. Pelmo, Civetta, Sassolungo o Marmolada se divisan en un radio de unos pocos kilómetros. Un bar en el punto más alto del Piz Boè refresca la estancia.

Marmolada, la verdadera reina del lugar

Y es que la Marmolada, la verdadera reina del lugar, se encuentra a ocho kilómetros en línea recta. De hecho, si la belleza de ambas montañas desde sus faldas es suficiente para nosotros, el sendero histórico de Viel Dal Pan puede satisfacer nuestras pretensiones. Este camino se utilizó en la Primera Guerra Mundial para el transporte de víveres con animales de carga, entre el Passo Pordoi y el de Fedaia, ofreciendo increíbles vistas de la cara sur de la Marmolada.

Para quien afronta la aventura sobre las dos ruedas, desde el Pordoi debe afrontar la conocida como ronda Sella, con el Passo Sella, Passo Gardena, Campolongo y el propio Pordoi como final de fiesta. Si bien no son los puertos más duros de la zona, la belleza incontestable de rodear el Piz Boè y el resto de picos del Grupo Sella no puede faltar en el plan cicloturista dolomítico.

En caso de que los 52 kilómetros y 1.700 metros de desnivel acumulados no sean suficientes, podemos, después del precioso descenso de Gardena hacia la no menos espectacular Corvara in Badia, desviarnos y sustituir Campolongo por el Passo Valparola. Este coloso empalma en su cima con el Passo Falzarego, desde donde podemos regresar a Arabba y afrontar el Pordoi para terminar la jornada. 100 kilómetros y unos 2.200 metros de desnivel con auténtico aroma a Giro. Tanto que en la cima del Pordoi, cima Coppi de la corsa rosa en 13 ocasiones, después de superar sus 33 tornanti o curvas de herradura, podemos encontrar dos monumentos ligados a la carrera. La bicicleta con la que Simoni ganó la edición de 2001 y el monumento al campeón de campeones italiano, Fausto Coppi.

«No sin mi reina»

Quien acude a los Dolomitas con la idea de hacer deporte, sin embargo, no puede abandonarlos sin acercarse hasta la Marmolada. La pequeña localidad de Caprile hace de cicerone para conocer, en todo su esplendor, a la reina de estos macizos. Antes de llegar a ella, sin embargo, podemos dar un rodeo para calentar las piernas en, quizá, el otro gran puerto de la zona. Digiriéndonos hacia Selva di Cadore comienza la subida al Passo Giau, de gran dureza y constancia. Los primeros kilómetros se recorren en medio de un frondoso bosque, que va desaparenciendo conforme ganamos altura. La cima se alcanza a 2.236 metros, bajo la atenta mirada del monte Nuvolau, que custodia a todo el que ose enfrentarse a las rampas.

Desde la cima emprendemos el descenso hacia Cortina d’Ampezzo, para, pocos kilómetros después, tomar el cruce que nos devuelve hacia el Passo Falzarego. En esta cima podemos reponer fuerzas. Al bar que corona cada passo se le añade aquí venta ambulante de queso de la zona. Tan atractivo como caro. Más vale que te lances rápido a por el descenso, que nos lleva de vuelta a Caprile, donde ahora sí, afrontamos el Passo Fedaia, más conocido por el macizo que crece a su vera: la Marmolada.

La ascensión comienza por un trazado que alterna alguna pendiente importante con tramos de falso llano. Tranquilos. La cosa ya se complicará más adelante. Por ahora, toca disfrutar. Y para ello lo mejor es tomar la senda del desfiladero de Sottoguda, una ruta reservada tan solo para ciclistas, donde no hay vehículos. Dos euros de peaje que, sin duda, hay que pagar para digerir como debe ser este puerto.

¿Has disfrutado? No te preocupes. Durante un rato lo vas a olvidar. Y es que saliendo del desfiladero se abre la verdadera puerta al infierno. La recta de Malga Ciapela. Unos tres kilómetros, siempre por encima del 10% en los que ves el final del camino que, sin embargo, no se acerca. Tras este interminable tramo, unas tornanti, en las que las piernas oxigenan pese a seguir en dígitos muy altos, nos trasladan a la cima del passo Fedaia, junto al lago del mismo nombre. Curiosamente, después de una de las zonas más duras de los Dolomitas, la cima cuenta con aproximadamente un kilómetro de llanura, difícil de encontrar entre estas montañas.

La aventura dolomítica, pero, no queda rematada sin pisar los 3.343 metros de la Marmolada. También aquí hay teleféricos que te impulsan hasta los 3.000 metros, pero la principal dificultad del ascenso es cruzar el mayor glaciar de la zona que, sin embargo, se encuentra en sus últimos años de vida. Ha perdido un 30% de su volumen y un 22% de su extensión entre 2004 y 2015, según un estudio del Instituto de las Ciencias Marinas del CNR, en colaboración con varias universidades. Los investigadores apuntan que si el nivel de pérdida de hielo continúa como en la década anterior, «en los próximos 25 o 30 años el glaciar prácticamente desaparecerá», dejando solo «pequeñas placas de hielo y de manto nevado».

Por el momento, estamos en disposición de cuidar y disfrutar de él. Armados con arneses, crampones y piolets, ya que el glaciar está repleto de peligrosas grietas, ganamos altura ayudados, en ocasiones, por líneas de vida. Una cruz en el horizonte nos avisa de que la cima está cerca. Tocado el techo, hora de reponer fuerzas en el Refugio Capanna Punta Penia, que aguarda un metro por debajo de la cima para revitalizar a los montañeros. La cabaña tiene una larga historia: fue construida por el guía de montaña Giovanni Brunner a finales de los años cuarenta, readaptando una guarnición militar austriaca de la Primera Guerra Mundial, recuperando los materiales traídos por los soldados. Ahora, una minestrone caliente preparada por Ermanno Lorenz, que pasa largas temporadas sin bajar del refugio, es suficiente para recuperar todos los males y templar el cuerpo antes de finalizar el viaje con un largo descenso.