Acaba de publicarse a nivel estatal un interesante estudio llamado ‘Tendencia de exclusión alimentaria en la población española’, en el que se valora precisamente la exclusión de alimentos, nutrientes e ingredientes, así como principales dietas de eliminación que adoptamos. Este proyecto ha sido presentado conjuntamente por la Academia Española de Nutrición y Dietética y la Fundación Mapfre.
Este estudio, realizado en 3.150 residentes en el Estado español, ha tenido como objetivos identificar el motivo y objetivo de las exclusiones alimentarias, así como determinar si el cambio en el patrón dietético está justificado desde el punto de vista científico y clínico y, en caso contrario, si supone un riesgo para la salud.
¿Cuáles han sido los principales hallazgos de este estudio? En primer lugar, se ha constatado un alto autodiagnóstico de patologías como sensibilidad al gluten no celiaca, enfermedad infecciosa intestinal, intolerancia o sensibilidad alimentaria, mala absorción o intolerancia a la lactosa, fatiga crónica, enfermedad de Crohn, otras enfermedades infecciosas y enfermedad inflamatoria intestinal, así como elevada autoprescripción de dietas de exclusión. Se ha determinado que, por decisión propia, el 40% de la población estatal renuncia al consumo de ciertos alimentos o nutrientes.
Diría que son ‘curiosos resultados’ pero, sin embargo, no sorprenden en absoluto a los dietistas-nutricionistas, pues ya sea por autodiagnóstico o porque otro sanitario lo ha indicado sin hacer las pruebas pertinentes, muchas personas que acuden a consulta vienen con patrones de exclusión alimentaria de este tipo.
Pero, ¿cuáles son las exclusiones alimentarias top en nuestra población? Alerta spoiler: tampoco hay sorpresas. El tipo de dieta de exclusión más seguida por la población del Estado español es la dieta sin lactosa (25% de la población), aún cuando en el 61 % de los casos no está justificado clínicamente (solo en el 39 % está médicamente justificado). Pero, subimos apuesta: el 64% extiende este hábito a su núcleo familiar.
Dentro del 8% de la población que sigue una dieta sin gluten, el 72 % de ellos la siguen porque les apetece, pero sin una justificación científica y clínica. Y lo peor, también un 70% la hace extensiva a sus familias.
Doble combo: un 79% de los que evitan el gluten, también evitan la lactosa y el 56% de quienes llevan una dieta exenta de lactosa, también excluyen el gluten.
El 12% de la población sigue una dieta cetogénica sin una justificación clínica. Recordemos que la dieta cetogénica se define como aquella que contiene un nivel bajo de hidratos de carbono utilizando como principales fuentes de energía las grasas y las proteínas.
Los aditivos alimentarios son evitados por el 77% de la población por ser percibidos como ‘peligrosos’, lo cual resulta llamativo tratándose de ingredientes autorizados por la Autoridad Europea en Seguridad Alimentaria (EFSA), y que en su mayoría tienen como objetivo mejorar la seguridad de los alimentos. Por último, otras dietas de exclusión presentes en los hábitos son la flexitariana (7%), en la que hay una baja ingesta de carnes; la vegetariana (4%), que excluye carnes y pescados, pero incluye lácteos y huevos, y la vegana (0,8%) que excluye todo alimento de origen animal.
Este estudio es importantísimo para que podamos hacernos una idea concreta y concienciarnos de cómo el salutismo, la gordofobia y la escasez de profesionales de la nutrición en el sistema sanitario público nos están llevando al extremo del autodiagnóstico con la consiguiente ‘autoprescripción’ alimentaria y de los riesgos y, por qué no decirlo, el sobrecoste sanitario que sus consecuencias clínicas acarrean.