Kepa Arbizu
Bilbo

‘Bessie Smith’, la indomable vida de la Emperatriz del blues

‘Bessie Smith’, la novelada biografía escrita por la escocesa Jackie Kay, logra retratar en paralelo la genialidad y torrencial personalidad de una de las cantantes icónicas de la música negra como una época y un lugar marcado por el racismo y la miseria moral.

La célebre cantante de blues Bessie Smith.
La célebre cantante de blues Bessie Smith. (NAIZ)

La mejor y más trágica evidencia de lo que significaba ser mujer y negra en los Estados Unidos de principios del siglo pasado se manifiesta, entre otros millones de ejemplos, en el hecho de que una artista de la talla universal de Bessie Smith, que alcanzó cotas desorbitadas de popularidad y fama durante su carrera, tuviera que esperar hasta treinta años tras su muerte, sucedida en 1937, para, vía donación de –especialmente– la cantante Janis Joplin, conseguir una sepultura digna. No menos sangrante resulta que todavía a día de hoy sea complicado asegurar la fecha exacta de su nacimiento, ubicada según declaraciones de familiares y cercanos en 1894, dada la dejación administrativa que se ejercía para cualquier tipo de registro oficial relativo a las personas afroamericanas. Y si ni al nacer ni al morir eran tratados con el respeto merecido, mucho menos lo iban a ser en su realidad cotidiana.

Precisamente el reflejo de esa dura época y la fascinación como cantante, al igual que por su actitud rebelde e incontrolable, que ejerció sobre la escritora Jackie Kay la denominada, con toda justicia, Emperatriz del Blues, se convirtió en la motivación inspiradora para dedicarle una particular, y novelada, biografía. Publicada originalmente en 1997 y reeditada escasamente hace un año, es ahora cuando de la mano de la editorial Alpha Decay podemos disfrutar de su traducción en castellano. A pesar de encontrar en sus escasas doscientas páginas una buena representación de muchos de los momentos más significativos de la existencia de su protagonista, no es su prioridad adquirir un tono enciclopédico donde poder consultar datos, fechas o detalles musicales, ya que si es cierto que todo ello tiene cabida, su naturaleza pretende destacar el magnetismo e impacto que puede alcanzar el arte, en este caso representado por la genial cantante, pese a la distancia cronológica y/o geográfica que separa al creador de su receptor. Nada mejor para refutar esa incuestionable tesis que basarse en la atribulada vida de esta descomunal intérprete de blues, a quien la autora señala como un icono particular por su portentosa voz pero esencialmente por su capacidad para, un siglo después, seguir agitando las almas con las crudas pero reales historias vertidas por su garganta.

De la mano de una escocesa

Que Jackie Kay sea escocesa, nacida en 1961, de raza negra y escritora, son detalles aparentemente superficiales pero que hacen de su perfil el idóneo para expresar de la mejor forma posible ese vínculo de admiración profesado por la estadounidense como resultado de la complicidad brotada de unos textos, y su consiguiente interpretación, que le ayudaron a despertar su propia conciencia individual y colectiva. Tomando como vehículo a veces los libros de historia, otras declaraciones reales, incluso dejándose llevar por las leyendas que rodean habitualmente a los representantes de este género musical, y por supuesto de su, contrastada con su propia obra, agilidad con la prosa y el verso, la narración se convierte en un desenvuelto híbrido de géneros donde la inventiva es tan relevante como los propios datos contrastados a la hora de ir construyendo la figura en la que se convirtió Bessie Smith.

Nacida en Chattanooga, Tennessee, en el seno de una familia de extrema pobreza, fue una de los siete vástagos que tras la prematura muerte de sus padres se vio empujada a tener que trabajar a una muy temprana edad. Ya se sabe que en esos tiempos, una persona afroamericana solo tenía dos alternativas: o castigar su espalda y manos en la tierra o encomendarse al mundo del espectáculo. Evidentemente los portentos artísticos llevaron a la joven, todavía niña, a escoger esa segunda opción, dedicándose a cantar junto a su hermano en la calle a cambio de un puñado de monedas. Un ‘escenario’ del que su ya por entonces llamativa voz, hasta ese momento herencia de los cánticos religiosos a los que había acudido, le sacaría pronto, enrolándose en la compañía itinerante de Moses Stokes, donde  se encontraría por primera –que no única– vez con la que en aquel momento era la gran dama del blues, Ma Rainey, de la que más importante que las enseñanzas aprendidas en el ámbito del cante resultarían las del manejo del espectáculo.

A pesar de la mala reputación que siempre acompañó a este tipo de eventos de carácter vodevilesco a lo ojos de aquellos sectores de la población negra más pudientes, a los que siempre repudió Bessie, dado su imborrable origen racista, no obstante en los inicios este tipo de shows, denominados minstrel, se basaban en la participación casi exclusiva de individuos blancos que tiznaban sus rostros a modo de teatralización y abrazando todo tipo de clichés a cada cual más ofensivo, nuestra heroína lo entendió, y acogió, como su primer paso en el camino de la profesionalización y la fama. Y estaba en lo cierto, porque su cada vez más comentada puesta en escena, en la que se tomaba en cuenta tanto su particular tono, rudo, estridente pero con una dicción y una entonación llena de hondura y realismo, como su manera de desenvolverse y atraer la atención de los espectadores enfundada en sus siempre extravagantes trajes y abalorios, le fue encaminando hasta conseguir su propia troupe con la que viajar y esparcir su talento a lo largo y ancho de Estados Unidos.

Tan conocidos como sus talentos artísticos lo eran sus excesos bebedores y juerguistas, además de un carácter realmente hostil, que bien aderezado del alcohol necesario solía derivar en brutales peleas, donde, dicho de paso, pocas veces salía perdiendo dada su robusta complexión y un correoso nervio que incluso le llevó a enfrentarse, y a amilanar, a esos grupos de hombres con cerebros vacíos embutido en unas túnicas blancas y con devoción por las cruces ardiendo. Pero sus polémicas no acababan en los puños y las botellas, su desinhibida libertad sexual, que no ocultaba su lesbianismo, se convertiría en otro de los elementos, dado el contexto que le tocó vivir, o mas bien padecer, que le señalaron como una pionera, pese a no ser ni la primera ni mucho menos la única aunque probablemente sí la más explícita, en terrenos más allá de lo estrictamente musical.

Esa personalidad indómita y en apariencia inquebrantable encontró solo en la figura de su maltratador y hosco marido, Jack Gee, un enemigo capaz de doblegarla. Como muy sagazmente apunta la autora del libro puede que fuera aquel vestido rojo que le regaló, y que ella sintió como una unión infranqueable, para su primera audición o que simplemente buscaba, del modo que fuera, desligarse de su vida disoluta y por una vez intentar convertirse en mujer familiar alejada de vicios; el caso es que la cantante soportó durante años una relación plagada de palizas y de encontronazos, con adulterios incluidos por ambas partes. Tan extrema llegó a convertirse la situación que el vagón, previamente adquirido en exclusividad por la compañía, que trasladaba a las artistas a sus actuaciones se convirtió en todo un espacio abierto a bacanales, una suerte de oasis donde podía expresar su libertad lejos del radio de acción de su controladora y celosa pareja.

Himnos imperecederos

En paralelo a ese tormentoso vínculo marital y a una agitada, con innumerables juergas y amoríos pasajeros, vida en la carretera, su relación con el sello discográfico Columbia, con quienes debutó por medio de un single que incluía los temas ‘Down-Hearted Blues’ y ‘Gulf Coast Blues’, le granjería un incontable número de canciones exitosas, convirtiéndose ya en himnos imperecederos piezas como ‘Nobody Knows You When You’re Down and Out’, ‘Careless Love Blues’, ‘Baby Won’t You Please Come Home’ o ‘Aggravatin' Papa’. Y poco importaba si eran composiciones propias o ajenas, ya que una vez pasaban por sus cuerdas vocales, esas historias se convertían en parte de su biografía y por lo tanto en el relato de una realidad en la que se alternaban episodios de su ‘bon vibant’ como del sufrimiento padecido.

Una existencia marcada desde la cuna por la desgracia y que no mejoraría con el transcurrir de los años, porque si bien su éxito ya era notable y fue en propia vida cuando alzó su aura de mito, la cada vez más degradada relación conyugal, que saltaría por los aires en una explosión de violencia tras enterarse de una infidelidad por parte de su marido, sumiría a la intérprete en una crisis personal considerable. Pero no sería la única, ya que instalada en lo más alto del estrellato, la llegada del ‘crack del 29’ relegó su papel como consecuencia de una debacle social que alteró, evidentemente, las capacidades adquisitivas de los ciudadanos al igual que los propios valores que se pretendían exhibir, manifestados en la irrupción del jazz y de unos modelos vocales diferentes, como los de Billie Holiday o Ella Fitzgerald.

Una precipitación de los hechos que tuvo su cénit dramático cuando de camino a una actuación, y encontrándose en una suerte de recuperación profesional, tuvo un accidente de tráfico a la postre mortal. Luctuoso hecho que como todo lo que le atañía estuvo sembrado de interrogantes, ya que a pesar de lo difícilmente demostrable que resultaba en su caso, lo cierto es que la dejación y el relajo con que los sanitarios realizaban su tarea cuando se trataba de atender a una mujer negra era una práctica habitual, reflejo de una trágica situación de segregación racial.

Finada su existencia, tampoco los restos de la genial cantante pudieron dormir con tranquilidad el sueño eterno, ya que al execrable trato racista que recibían los entierros, sin ningún decoro y en el más frío anonimato, se sumaron los ánimos revanchistas y el desmesurado afán por acumular dinero de su ex marido, que impediría los sucesivos intentos por ofrecerle una sepultura digna, algo que solo se alcanzaría tras una campaña de donaciones en la que la participación de otra doliente estrella, en este caso del rock, como Janis Joplin, confesa admiradora de Bessie Smith e irremediablemente espejo en el que se sentía reflejada, resultaría capital.

Será precisamente el explícito epitafio que corona su tumba, ‘la cantante más grande de Blues del mundo jamás dejará de cantar’, el que pueda hacer las veces de exacto resumen de lo pretendido por la escritora escocesa con este libro a la hora de adentrarse en la vida de la extraordinaria intérprete, quien un siglo después es capaz de trasladar con sus cuerdas vocales el álbum fotográfico de una época y un lugar en el que nada suponía tanta condena como la aleatoria situación de haber nacido con un color concreto de piel. Pasarán los años, cambiarán ciertas realidades, pero la voz de Bessie Smith seguirá atravesando los calendarios y mapas para golpear con su torrencial lamento nuestra alma hasta hacernos sentir esos latigazos que tantas personas como ella han acumulado, y acumulan, en sus espaldas.