El oficio de comer es una de las ocupaciones más importantes que realiza el bebé, no solo por lo que a la supervivencia se refiere, sino porque es la actividad a través de la cual el niño empieza a relacionarse con el mundo exterior. La llegada de los 6 meses del bebé viene cargada de dudas para madres y padres, y es que marca el inicio de la alimentación complementaria (AC), una etapa que puede ser muy bonita si todo va bien o caótica y llena de preocupaciones.
Hace tan solo unos años era más sencillo, ya que nadie dudaba de que este ‘trámite’ pasaba sí o sí por proporcionar al bebé alimentos triturados (papillas y purés) y, además, existía un riguroso orden de introducción de ciertos alimentos potencialmente alergénicos como el gluten (cereales), el huevo o los frutos secos. Pero de un tiempo a esta parte ha aparecido otra opción: el Baby Led Weaning, más conocido por sus siglas BLW, una alternativa que consiste en proporcionar al bebé alimentos blandos pero sólidos y donde el propio bebé ‘decide’ el ritmo.
Ya no existe un orden de introducción, ni un gramaje orientativo y, además, tenemos la posibilidad de empezar con sólidos o triturados. Repasemos algunos puntos clave de este momento tan importante en el desarrollo de nuestro hijo. Se llama alimentación complementaria porque el objetivo de este proceso es el de complementar a la lactancia, es decir, primero se ofrece la leche (materna o fórmula) y después los nuevos alimentos. ¿Por qué no se puede empezar antes de los 6 meses? Porque, aunque puede haber niños preparados antes, y otros después, se considera que la mayoría tras cumplir los 6 meses alcanzan ciertos hitos del desarrollo necesarios para establecer la AC.
Independientemente del método que escojamos, es importante saber que existen ciertos alimentos prohibidos, bien por su forma y riesgo de atragantamiento, bien porque su organismo aún no está preparado para tolerar ciertos nutrientes o porque no son saludables. Algunos ejemplos son leche de vaca y lácteos hasta los 9 meses, miel hasta los 12 meses por el riesgo de intoxicación por botulismo, sal y todo lo que la contenga (conservas, snacks etc.), porque el sistema renal de los bebés es aún inmaduro para procesar grandes cantidades de sodio, espinacas y acelgas u otras verduras de hoja verde hasta el año para evitar el síndrome del niño azul, el atún por la cantidad de mercurio y frutos secos enteros, trozos grandes de manzana cruda, zanahoria cruda, granos de uva enteros, cerezas... por el riesgo elevado de asfixia. Por último, el azúcar y los embutidos y carnes procesadas son innecesarios y perjudiciales para la salud de bebés y adultos.
Las recomendaciones establecen que el primer mes debe ser para ‘experimentar’ más que para comer, pero es interesante empezar por alimentos ricos en hierro, un nutriente vital en esta etapa. Algunos de ellos son las legumbres, el huevo, el pescado, aunque, eso sí, estos dos últimos son potenciales alérgenos, por lo que una vez probado por primera vez, se debe esperar al menos 48 horas para ver si se tolera adecuadamente.