04 JUN. 2020 - 09:25h La Ciudadela: historia, arte y tranquilidad amurallada La Ciudadela –junto con su zona ajardinada exterior, conocida como la Vuelta del Castillo– constituye uno de los pulmones verdes de Iruñea, un extenso parque amurallado que alardea de ser una de las fortalezas abaluartadas mejor conservadas de Europa. Muros de la Coiudadela. Eguzki Agirrezabalaga La ruta de La Ciudadela, en pleno corazón de Iruñea, está salpicada de baluartes, fosos, cañones, puestos de guardia, puentes antiguos, revellines, glacis, senderos, fuentes, plazas, zonas infantiles, antiguas construcciones militares convertidas en centros de arte contemporáneo, árboles centenarios y esculturas de grandes artistas, entre ellos Oteiza, Basterretxea, Larrea y Eslava. La Ciudadela, declarada Patrimonio Cultural de Europa Nostra en la categoría de «Conservación», abarca actualmente una extensión de 280.000 metros cuadrados dedicados al ocio, al deporte y a la cultura. Pero, además, gracias a su situación estratégica, ofrece a sus visitantes bonitas panorámicas de los barrios periféricos y de los montes que bordean la capital navarra. Para adentrarse en este parque urbano, considerado uno de los conjuntos defensivos más importantes de la arquitectura militar renacentista en Europa, hoy se utilizan dos de las cinco puertas originales, concretamente la Puerta del Socorro y la entrada principal de la Avenida del Ejército. Quien elija la primera opción accederá a su interior por la Vuelta del Castillo, tras salvar los fosos a través de un puente que en su día fue levadizo, mientras que el que opte por la segunda propuesta recalará en el Cuerpo de Guardia –edificio que hoy alberga oficinas municipales–, después de atravesar la muralla. La zona exterior que rodea la fortaleza, hoy llamada Vuelta del Castillo, ocupa, precisamente, los terrenos donde se encontraban los glacis, una zona en ligero desnivel hacia los fosos y las murallas en la que por seguridad no se permitía construir. Hoy la Vuelta del Castillo es la zona verde más extensa de Iruñea. Un sofisticado sistema defensivo Evidentemente, las piedras de sus murallas, puentes, baluartes y fosos esconden mucha historia, sobre todo referentes a batallas surgidas en una ciudad antaño fronteriza. Su construcción se remonta al año 1571, cuando la mandó construir Felipe II con una doble finalidad: por un lado, para afrontar cualquier ataque, principalmente exterior, sobre todo de Francia; y, por otro lado, para controlar a los propios navarros, pese a que, cuando empezó su construcción, ya habían pasado 50 años desde el inicio de la conquista. Precisamente por ese motivo, dos baluartes de la fortaleza estaban dirigidos hacia la ciudad, para poder atacarla si se producía un levantamiento contra la dominación española. De hecho, durante años, los alcaides y soldados de la fortaleza no podían ser navarros, e incluso se les vetaba el acceso a personas originarias de la tierra. Su estructura original fue diseñada por el ingeniero militar italiano Giacomo Palearo, el Fratín, que ideó un sofisticado sistema defensivo aplicando la teoría del Renacimiento italiano puesta en práctica poco antes en Amberes. Dicen que el diseñador dibujó sus planos siguiendo las directrices de las nuevas técnicas bélicas, basadas en cañonazos de largo alcance. Cinco baluartes originales En sus orígenes, la fortaleza tenía forma de pentágono regular con cinco baluartes en los ángulos –San Antón, el Real, Santa María, Santiago y la Victoria–, desde los cuales se controlaban todos los posibles ángulos de ataque, pero dos de los ellos fueron derribados durante la construcción del Primer Ensanche de la ciudad, a finales del siglo XIX y principios del XX. Eran los de San Antón y La Victoria, precisamente los únicos que apuntaban hacia el interior de la ciudad. Afortunadamente, durante las obras de construcción del Palacio de Congresos, se descubrieron los restos del baluarte de San Antón y se integraron en el diseño del edificio. Al parecer, su construcción finalizó hacia 1645, pero, posteriormente, hasta el siglo XVIII, a medida que surgían nuevas necesidades bélicas, el complejo amurallado fue ampliándose con las «medias lunas» de Santa Teresa, Santa Ana, Santa Isabel, Santa Clara y Santa Lucía y otros elementos que reforzaban el sistema defensivo. Tras numerosos avatares militares, en el siglo XX, concretamente en 1964, la propiedad del complejo defensivo pasó a manos del Ayuntamiento de Iruñea, que lo remodeló y habilitó como espacio público. Desde entonces, el parque, además de convertirse puntualmente en escenario de actos multitudinarios –como el lanzamiento de fuegos artificiales durante los Sanfermines–, ofrece una interesante oferta artística, especialmente de arte contemporáneo, en antiguos edificios militares remodelados, entre ellos el Polvorín y el Pabellón de Mixtos –los más antiguos– y la Sala de Armas, de finales del XVIII, junto con el Horno. Escenario de fusilamientos franquistas Algunos de los episodios más terribles acaecidos entre sus murallas se sucedieron entre 1937 y 1939, cuando la fortaleza amurallada fue utilizada por las tropas franquistas para hacinar a sus prisioneros. Durante la guerra, concretamente en la puerta del Socorro, fueron fusilados casi trescientos republicanos. Primero una placa colocada en 2007 y después, a partir de 2012, un monolito los recuerda cerca del lugar donde fueron ejecutados. La inscripción homenajea «a los 298 vecinos fusilados en 1936 por defender la libertad y la justicia social». Este monolito es una de las paradas obligadas de cualquier ruta por La Ciudadela, al igual que lo son algunas de las decenas de esculturas que convierten el parque en un museo al aire libre, entre las cuales destacan: «Retrato de un gudari llamado Odiseo», de Jorge Oteiza; «Bruja», Néstor Basterretxea; «Huecos», de Vicente Larrea; «Oteando el horizonte», de Alberto Eslava, «Kirolari Zaharra», de José Ramón Anda, y «Raíces del cielo», de Ricardo Ugarte de Zubiarrain. Guerra de bolas de nieve Seguramente, quienes, entre escultura y escultura, pregunten por este lugar a los lugareños que conocen bien su historia disfrutarán con un episodio histórico muy curioso. La anécdota se remonta a 1808, cuando la fortaleza fue tomada por las tropas de Napoleón sin disparar un solo tiro. Al parecer, sus soldados entraron en la ciudad dentro de los convenios alcanzados por Napoleón con la Corona española. Todos los días, los soldados franceses iban a la Ciudadela a recoger víveres. Y, aprovechando que la noche del 15 de febrero cayó una gran nevada, el general D’Armagnac, que comandaba esas tropas, apostó varios granaderos cerca de la Ciudadela, dispuesto a hacerse con ella. Los soldados que recogían los víveres llegaron a la fortaleza y empezaron a lanzar bolas de nieve para distraer a los centinelas, quienes se sumaron al peculiar combate, mientras los granaderos, aprovechando la distracción, se fueron acercando y se hicieron con la Ciudadela. Al margen de anécdotas históricas, lo recomendable para disfrutar de un tranquilo paseo por este parque urbano tan singular es caminar por sus senderos sin rumbo fijo, perderse entre sus árboles y gozar de lo que a cada paso depare la improvisación. Y, por supuesto, de las historias curiosas que salen al paso.