11 AGO. 2020 - 22:25h Un paseo por la costa a vista de pájaro Como Ícaro, el sueño de muchas personas es volar. Urruti Parapente lleva más de tres décadas haciendo realidad ese deseo. Una experiencia que, además de ofrecer una auténtica sensación de libertad, permite contemplar nuestra costa desde una perspectiva privilegiada. El hombre ha intentado volar desde hace mucho tiempo. Maitane ALDANONDO Menos adrenalina que un salto de paracaidismo, pero una placentera sensación de libertad es lo que ofrece el vuelo en parapente. Y sin preocupaciones, si se escoge realizar el paseo aéreo en un biplaza controlado por un instructor titulado. Iñigo Urrutikoetxea es uno de ellos. A través de la tienda Urruti Sport situada en frente de la playa de La Concha gestiona estas experiencias únicas así como cursos para aquellos con alma de pájaro que quieren aprender a volar solos. Sobrevuelan la costa de Gipuzkoa: Ulia en Donostia, Talai Mendi en Zarautz, Endoia en Zestoa, pero mayoritariamente Kukuarri en Orio, «uno de los sitios más seguros en cuanto a seguridad como a tiempo en el aire». No obstante, la elección depende de las condiciones meteorológicas. El verano es una época ideal para practicar parapente, «son los meses más fáciles»; pero vuelan todo el año. A partir de octubre, con los vientos del sur, se van hacia Nafarroa, a San Miguel de Aralar, Elizondo, Ernio, Errezil… La actividad dura cerca de una hora y media, de la que el vuelo supone entre 20 y 45 minutos, dependiendo de las condiciones del día y del pasajero. Habitualmente suelen realizarlos entre la 13:00 y las 18:00, cuando hay brisa del mar, y su precio oscila entre los 95 y los 130 euros, incluyendo un video del paseo. Familias, cuadrillas, despedidas de solteros… el público que se anima a probar es cada vez más heterogéneo. No hay límites ni hacen falta conocimientos, vuelan desde niños –con autorización de ambos progenitores– a personas de edad o con limitaciones físicas. El instructor no lo recomienda a menores de 7 años, «porque no se enteran», ni a embarazadas o personas con problemas graves de corazón. La mitad de los participantes suele ser de Euskal Herria y el resto, turistas del Estado o extranjeros; aunque este año la tipología ha cambiado un poco. «La gente del interior alucina. Está volando con brisa de mar, viendo todo verde, aterriza al lado del agua….», apunta el instructor. Con los extranjeros aprovechan para explicarles un poco de historia y tradiciones de la zona, como el remo o el funcionamiento del puerto de Mollarri. También para cambiar de escenario, ya que a los visitantes les cuesta menos ir a Aralar o Ernio. «Para ellos es un plan chulo, una forma de ver un sitio que de otro modo no conocerían, porque normalmente vienen a la costa y se quedan. Les llama la atención», aclara Urrutikoetxea. Mínimo contacto La COVID-19 ha cambiado un poco ese perfil, pero no han tenido que hacer demasiadas modificaciones al ser un deporte al aire libre. El contacto es mínimo, solo en el momento de vuelo, y ambos van con mascarilla. «Es uno de los sitios más agradables para llevar mascarilla, porque te da el aire continuamente. A la gente le cuesta y nos dice: ‘Y para las fotos, ¿cómo?’, porque hay una parte muy fuerte de enseñar, de chulear del vuelo». Define la sensación de volar como «agradable y tranquila», «disfrutas mucho y se pasa muy bien». Explica que el movimiento en el aire se asemeja al de un barco y al igual que en el mar, hay quien se marea. Arrepentirse, muy pocos; y en el aire, ninguno, «porque no hay marcha atrás». Lo que es más habitual es que les asalten las dudas en el último momento y tengan que «convencerles, entre comillas». Son muy pocos los que se han quedado en tierra, «contados con los dedos de una mano, no más, en 30 años» y matiza que son personas que vienen sin saber nada o que no se han atrevido a decir que no. Y una vez en el aire la experiencia les sorprende. «Nos dicen: no me lo imaginaba, es una maravilla, qué tranquilidad...». «Tienes la sensación de avanzar y de aprender mucho. Es muy gratificante» El responsable de Urruti Parapente Iñigo Urrutikoetxea vuela desde 1985 y antes de terminar esa década puso en marcha tanto Ostargi Parapente Eskola como el Club Deportivo Ostargi. Reconoce que «el parapente nunca ha sido un deporte de masas, es algo minoritario», pero antes enseñaban a más gente. Ahora ha crecido el interés por la vivencia, pero el número de alumnos se mantiene estable. De esa prueba a veces nacen nuevos aficionados, si bien es más habitual que adquieran bonos regalo o la publiciten en su entorno. «Si alguien tiene muchas ganas de repetir, es porque quiere volar y normalmente hace el curso de parapente» señala el piloto. Es un deporte con una progresión inicial muy rápida, «tienes la sensación de avanzar y de aprender mucho. Es muy gratificante». A los días el alumnado ya vuela en soledad, siguiendo las directrices que le dan con un walkie-talkie, por lo que «engancha mucho»; pero después el aprendizaje se alarga y el avance se ralentiza. El curso inicial garantiza un mínimo de 20 horas, pero suelen ser más. «Nuestra intención es que la gente siga volando, les damos cuartelillo. Les dejamos que vengan, se animen y se decidan, porque tienen que comprar un equipo y eso es una inversión. Hay que estar convencido». Calcula que la gente que vuela habitualmente empieza a ser autónomo a partir del año, «pero hay de todo». No obstante, «es un deporte solidario, todos necesitamos de todos», apunta Urrutikoetxea. «Normalmente volamos en los mismos sitios y si hay un volador se va a ofrecer a ayudarte y no vas a tener problemas para continuar». También tienen cursos de perfeccionamiento, y además del parapente, comercializan viajes en globo, saltos pendulares o tirolinas.