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Cholitas luchadoras: Golpes de libertad

Las cholitas luchadoras son un ejemplo de superación, queridas y admiradas por el pueblo. En muy poco tiempo de existencia se han convertido en un símbolo de libertad para la mujer boliviana y en un icono cultural del país que combate la segregación racial.

Cholitas.

La lucha libre ha ganado muchos enteros en Bolivia desde que se introdujo la figura de la cholita. Y ello a pesar de unos inicios muy duros, donde recibieron insultos y fueron marginadas en muchos casos dentro de sus comunidades. Hoy son la imagen del empoderamiento de la mujer indígena en la sociedad boliviana. «Las cholitas somos duras, los varones pensaban que solo ellos iban a subir al ring, pero no, hoy por hoy la mujer también», afirma frunciendo el ceño Teresa Huayta, alias Ángela la Folclorista porque le encanta bailar la Morenada sobre el cuadrilátero y, si es agarrada a un gringo, mucho mejor.

Ella lidera y gestiona la actividad de un grupo formado por ocho luchadoras independientes. Atrás han quedado los años donde estaban sometidas y explotadas por Juan Mamani; el hombre que tuvo la genial idea de introducir hace más de una década a las cholitas en la lucha libre, con la intención de solventar el descenso de público que sufría este deporte. Ahora son ellas las que han tomado las riendas de su profesión, negocian contratos y planifican sus apariciones en público.

Símbolo de libertad

Sin pretenderlo, las cholitas que practican lucha libre o cachascán, término que procede del inglés cath-as-catch-can (agarra lo que puedas), se han convertido en un símbolo de libertad que reivindica la emancipación de la mujer frente al patriarcado imperante. Y la igualdad de todos los bolivianos contra la segregación racial, que parece estar tocando a su fin en un país donde el ochenta por ciento de la población está considerada indígena. Hasta hace muy poco la chola o mujer de pollera –como se denomina a las mujeres indígenas o mestizas, muchas veces en tono peyorativo– estaba estigmatizada y, para acceder a la universidad o a determinados trabajos, debía desprenderse de su indumentaria tradicional y así evitar problemas.

En la actualidad, día a día, las indígenas están adquiriendo un mayor protagonismo en la sociedad. Incluso desempeñan trabajos que hasta hace muy poco eran exclusivos de hombres, como conductoras de autobús o guardias de tránsito. Ya no es extraño que estén presentes en las oficinas púbicas. Y muchas de ellas se han convertido en personajes destacados de la vida pública, como la presentadora de televisión Justa Elena o la locutora de radio Norma Barrancos.

La mujer indígena siempre ha jugado un papel fundamental en la economía del país, al desarrollar tradicionalmente actividades comerciales. Basta dar un paseo por los inmensos mercados de la capital y sus inmediaciones para ver que casi todos los puestos de comida o artesanía están regentados por mujeres de pollera. Muchas se han convertido en cabeza de familia en sus hogares, donde los maridos las ningunean; pero eso está cambiando.

Subvertir la lucha libre

El punto de inflexión en la sociedad boliviana respecto a las normas no escritas que segregaban a las indígenas en el imaginario colectivo se produjo con la llegada al poder en 2006 de Evo Morales. A pesar de reproducir los marcados patrones machistas que rigen el país, nombró ministras a tres mujeres de pollera. Elaboró también la ley contra el racismo y toda forma de discriminación, con el objetivo de eliminar la desigualdad establecida entre razas y géneros.

Sin embargo, hacía años que las cholitas luchadoras habían empezado a comunicar nuevos valores adelantándose a los gobernantes. Desde que nacieron, en 2003, han reivindicado con orgullo su condición de mujer y de chola, en un ambiente de hombres donde inicialmente fueron rechazadas, incluso por el público. «Esas mujeres deben estar en la casa cocinando, nos decían», afirma Lidia Flores, con una dulce sonrisa que se torna agria cuando en el estadio suena por megafonía su nombre artístico: Dina, la Reina del Ring. «Se acostumbraron a nosotras; ahora nos apoyan, tanto los turistas como el público nacional. En mi barrio están muy orgullosos de contar con una luchadora».

Lidia empezó con Carmen Rosa, alias La Campeona, que fue una de las primeras cholitas que se subió al ring en 2003, y que en el ‘Mamachas del Ring’ (Betty Park, 2009) afirma que «si nos sacamos la pollera la gente nos recibe bien». Fue también la primera en defender su indumentaria chola tanto en entrenamientos como en los espectáculos. Y es que hasta hace poco, incluso hoy en día, vestir pollera (su falda tradicional) puede tener un coste social muy alto.

Fue sonado el maltrato que sufrió una mujer en los juzgados de Quillacollo en octubre de 2016. Finalmente resultó ser la ministra de Justicia Virginia Velasco quien, ante el trato vejatorio que recibió por parte de los funcionarios, desató su indignación al preguntar: «¿Cómo será el trato a la gente humilde, que ni siquiera sabe hablar castellano, sino solo quechua?».

Hoy es domingo, y es tarde de lucha en el Coliseo Multifuncional de la ciudad de El Alto, a 4.000 metros de altitud. Ángela la Folclorista planifica el espectáculo junto con el equipo de luchadoras que lidera. Han roto moldes, dando visibilidad a la mujer en un deporte que hasta hace poco estaba dominado solo por hombres; transformando la manera de recrear y de pervivir la figura de la chola paceña, quebrando los estereotipos que las tildaban de personas tímidas, calladas y sumisas; todo lo contrario que representa una cachascanista. Estas mujeres han subvertido la lucha libre, trasformando su indumentaria tradicional en un elemento reivindicativo racial y de género. La chola ha emergido en la lucha como una persona segura, independiente y fuerte.

Los esposos, «a un ladito»

Hasta la llegada de estas mujeres al ring, este deporte estaba en decadencia y pasaba desapercibido en Bolivia. Hoy, la lucha libre es muy popular, y los hombres han sido desplazados a un segundo plano por las cholitas, que se han convertido en un icono cultural identitario del país. «Actualmente sí, somos las estrellas, es por eso que algunos luchadores nos discriminan», dice Mariela Averanga, alias Benita la Intocable. Dina añade: «Cada vez que los hombres nos tratan de bajonear, esas bajoneadas nos dan más fuerza para la próxima pelea». Y remata Ángela: «En nuestro país, acá en Bolivia, el esposo no deja que nosotras podamos surgir. Como ha dicho mi compañera, nos tratan de bajonear, nos dicen: ‘Eso que has hecho está mal o eso no se hace así’, pero a nosotras esta actitud nos da más fuerza, más aliento». A base de tesón y humildad; esa es la manera que tienen de luchar contra los cimientos del patriarcado.

Benita, sin embargo, no tuvo ningún problema en casa cuando decidió iniciarse en la lucha. Todo fue comprensión: «Vengo de familia luchadora, mi señor padre y mis hermanos son luchadores». Pero Dina ha tenido que salvar algún escollo: «Solo a mi hijo mayor no le gusta que yo sea luchadora, pero mi hijita y mi hijito me apoyan, y mi esposo viene a verme pelear». Ángela es la que ha tenido que vencer más obstáculos en el seno de su familia para poder subir al ring: «He tenido problemas con los hermanos más que todo. Me decían: ‘¿Por qué te vas a meter ahí ?; la lucha no es para mujeres, es para varones’. También he tenido problemas con mi marido, que no ha aceptado que sea luchadora, pero a mí me gusta, hoy por hoy es mi vida. Tenemos nuestros esposos a un ladito, y nosotras con la lucha hacia delante».

Un ingreso extra

Es sorprendente la fe que profesan en una actividad que no les da para vivir. Durante la semana tienen un trabajo a tiempo completo con el que compaginan los entrenamientos, las tareas de casa y el cuidado de los hijos. De las tres, la única que se dedica en exclusiva a la lucha es Ángela, que gestiona todo lo relacionado con el grupo de luchadoras que lidera. Benita trabaja en una empresa de seguridad y Dina es cocinera en un restaurante. La lucha es un ingreso extra que complementa sus economías, pero sobre todo les enriquece como mujeres y como personas. «Mi mayor satisfacción es poder mostrar la vestimenta de la chola paceña, y que vean que las mujeres podemos hacer este deporte», dice Benita.

Cuando saltan al ring se genera un simpático caos, donde los golpes van y vienen sin piedad. Es una suerte de espectáculo en el que las acrobacias siguen un hilo narrativo que enfrenta a una «buena» contra una «mala», todo ello aderezado con humor y donde siempre gana la «buena». Aunque lo más interesante es observar cómo las cholitas han incorporado a sus personajes atributos considerados masculinos, como la rudeza, la fuerza, la violencia o la ausencia de pudor, algo inédito en la tradición. En los combates con hombres, los ridiculizan, incluso en múltiples ocasiones ningunean su masculinidad afeminándolos según los patrones patriarcales. Y siempre, el combate lo gana una cholita.

Las cachascanistas son pioneras en dar visibilidad pública al empoderamiento de la mujer andina. Y abanderan el movimiento que ha conseguido despojar de carga peyorativa al término cholita y su indumentaria, dignificando el hecho de ser indígena. Si hasta hace muy poco, las mujeres dejaban la pollera para no ser discriminadas y poder integrarse más fácilmente en la sociedad, hoy hay mujeres que hacen el camino a la inversa. Incluso ha surgido una gran industria de moda alrededor de la indumentaria chola.

Actualmente la mujer de pollera se atreve con la escalada, el alpinismo, fútbol, el ciclismo, el periodismo, la política... La culminación sería ver una chola de presidenta del Estado Plurinacional de Bolivia. Algo que no es difícil imaginar escuchando a Ángela: «Las cholitas somos fuertes y luchadoras; nosotras podemos con todo, no hay nada que se nos resista».