18 ENE. 2021 - 00:00h Bargny, un pueblo en peligro Los habitantes de Bargny, una aldea senegalesa empobrecida aunque estratégicamente situada, conviven con la contaminación, los proyectos que están acabando con su modo de vida y hasta la erosión del mar que cada vez tienen más cerca. Ellos lo ven claro, quieren seguir viviendo de la pesca. Los habitantes de Bargny conviven con la contaminación. (AFP) Jone Buruzko Bargny, una aldea de Senegal ubicada a 15 kilómetros de Dakar, concentra a su alrededor un cúmulo de amenazas tanto industriales como naturales. Sus 70.000 habitantes conviven a diario con una fábrica de cemento, la basura, un centro de desarrollo urbano en construcción en las proximidades y otras infraestructuras anunciadas que están por venir como, por ejemplo, un puerto. Por supuesto no les gustan, porque han ocupado las tierras que antes cultivaban o habitaban y generan una contaminación peligrosa que afecta a su salud y a su economía. Sococim es una de las cementeras más potentes de África Occidental y ocupa actualmente 462 hectáreas de tierra cultivable de las que fueron desalojados muchos horticultores. Desde 1984, esta planta se ha dedicado a llenar de polvo y otras sustancias los campos y el mar de donde intenta comer la mayoría de la población de Bargny que, entre el 70 y el 80%, se dedica a la pesca. En torno a esta actividad han establecido no solo un sistema de trabajo, sino de relaciones en las que han tejido lazos de solidaridad que les permiten ayudarse cuando surgen los apuros. Y eso que la técnica de ahumado que utilizan con el pescado también es contaminante para ellos y para el medio ambiente. Las paredes de los edificios más cercanos a las canteras de Sococim tiemblan ante las voladuras que se producen para extraer la piedra caliza de la cantera porque agrietan las casas y otras infraestructuras del pueblo. También le culpan de los problemas respiratorios que sufren los vecinos de la localidad, vinculados a la contaminación y al monóxido de carbono. La central térmica de carbón era otro de sus quebraderos de cabeza. En diciembre de 2019, la compañía nacional de electricidad de Senegal, Senelec, decidió cancelar el proyecto de construcción de la planta de energía de carbón. Pero hay más. Hace seis años, Macky Sall, actual presidente de la República de Senegal, aprobó un nuevo modelo de desarrollo para acelerar cambios en el país africano. El proyecto, encuadrado en el Plan Senegal Emergente, promete “modernizar” el país para 2035 en una de esas iniciativas faraónicas pensadas para las élites, el turismo y las inversiones extranjeras. Su objetivo aseguran que era aliviar la congestión en la capital y revitalizar la economía nacional atrayendo inversionistas privados, a través de la cesión gratuita de tierras, etc. Pero ni siquiera la promesa de generar empleo convenció a los lugareños, partidarios de continuar con la pesca porque, aunque dependan de lo que cada día les permita el mar, se sienten autosuficientes. Lo prefieren a ese nuevo Diamniadio, que aspira a convertirse en un lugar de barrios residenciales, con complejo deportivo, museos de arte y salas de exposiciones, universidad, teatro de la ópera y, sobre todo, hoteles y tiendas de lujo. Y eso que la erosión costera que sufre intensamente Bargny es tremenda hasta el punto que ha llevado a algunos de sus habitantes a vivir más que en primera línea de playa a cero metros del mar porque el agua entra directamente en sus casas cuando no hace ni 20 años les separaba una amplia playa. En su momento ya lo dejaron claro en un mensaje al mandatario senegalés: «Considerando la contaminación industrial, la erosión costera, el polo urbano de Diamniadio, la pérdida de tierras, la desaparición de la agricultura, las pérdidas económicas... Para su excelencia Macky Sall, presidente de la República, la grandeza de una nación no se mide por sus hermosas avenidas, sus hermosas infraestructuras, sino por su capacidad para hacerse cargo de las preocupaciones de los estratos sociales más vulnerables».