Ciudades de cine: viaje a través de arquitecturas reinventadas 01 SET. 2021 - 11:16h Koldo Landaluze Hubo un tiempo en que el cine fue el único pasaporte que permitía la audacia de viajar. Si bien ello resulta ineficaz desde el plano físico, en lo concerniente a la imaginación, aquellas ciudades fueron reinventadas en el imaginario popular. Más allá del plano y diálogo compartido por los personajes, intuimos la escenografía cambiante de ciudades dispersadas por el planeta que, desde su primera visión en una pantalla, hemos hecho nuestras. Subvertida la realidad de estos decorados de hormigón, el espectador se transforma en turista accidental de cada uno de estos rincones que quedaron, para siempre, ligados a la retina de nuestra memoria.Nueva York, punto de partida Nueva York es el obligado punto de partida de este viaje creado a partir de postales de celuloide. Nadie mejor que Woody Allen para ejercer funciones de guía a través de este laberinto de rascacielos y sonidos envueltos entre la bruma matutina y los compases de ‘Rhapsody in Blue’, de Gershwin. «El adoraba Nueva York. La había hecho desproporcionadamente romántica. No importaba cuál fuese la estación, para él era una ciudad en blanco y negro que vibraba al son de las grandes melodías de George Gershwin». Tras esta declaración de amor a Nueva York a través de ‘Manhattan’, Allen nos lleva de paseo, en barca y coche de caballos, por Central Park. Cinco kilómetros de extensión, delimitados por la Quinta Avenida y Central Park West, dotan a este emblemático rincón neoyorquino de unas características oportunas para dejarse llevar por la fuerza evocadora de unas imágenes que siempre recordamos en blanco y negro. Cruzado el parque, entre las calles 33 y 34 de la Quinta Avenida, tropezamos con la desbordante alegría en technicolor que comparten tres marinos que saltaron a tierra para disfrutar de un único día de permiso en la Gran Manzana. Seguidos de cerca por la cámara de Stanley Donen, Gene Kelly, Frank Sinatra y Jules Munshin transforman la ciudad de los rascacielos en una gigantesca pista de baile gobernada por la silueta afilada del Empire State Building; el emblemático edificio que, un día, hizo suyo King Kong. Ajena al pánico generado por el gigantesco gorila, Audrey Hepburn acude puntual a su cita matutina en la Quinta Avenida para desayunar ante el escaparate de la joyería Tyffany & Co.. Como siempre, el tiempo apremia, así que al viajero-espectador únicamente le queda la posibilidad de utilizar la puerta sur de Central Park, la antesala del Lincoln Centre, y acceder a Columbus Circle. En la confluencia de la calle Broadway con la octava avenida subimos a un taxi que nos llevará al otro lado del Puente de Brooklyn.Durante el trayecto, caemos en la cuenta de que nuestro chófer guarda un sospechoso parecido con aquel Travis Binkle al que Robert de Niro dotó de vida y furia en ‘Taxi Driver’. De Nueva York a Londres De Nueva York a nuestro siguiente destino solo nos separa un breve fundido en negro. Son cosas del cine. El tiempo y el espacio no cuentan en esta ruta que, de improvisto, nos sitúa ante el tañido familiar del Big Ben y el río Támesis. Absorto ante las múltiples riadas de gente que confluyen en sus calles, el espectador-viajero está a punto de ser arrollado por el flamante Aston Martin plateado que pilota un tipo de aspecto duro y con licencia 007. Sin apenas inmutarse, James Bond aparca el vehículo, ajusta la pajarita de su smoking y se introduce en el Theatre Royal del Covent Garden. Justo al lado, en el populoso pub The Nell Old Drury, Alfred Hitchcock ultima los detalles de una secuencia para su película ‘Frenesí’. Al caer la noche y con las brumas como telón de fondo, las sombras de Sherlock Holmes y el doctor John Watson se proyectan sobre las paredes de ladrillo de Whitechapel en múltiples películas. No obstante, la que ahora nos ocupa es una sombra deforme que acaba de abandonar el Royal London Hospital y se encamina hacia la bulliciosa Liverpool Street Station de Bhisopsgate. El misterioso personaje cubre su cabeza con una burda saca de tela y arrastra su cuerpo retorcido por el empedrado de Tower Hamlets. Se le conoce por Joseph Merrick y David Lynch lo inmortalizó para siempre en su sobrecogedor drama ‘El hombre elefante’. Disipada la niebla, descubrimos el lado luminoso de Londres en el borough de Kensington y Chelsea. En el centro de la ciudad se alza el populoso y colorista barrio de Nothing Hill y, entre la muchedumbre que se cita en el mercado de Portobello Road, detectamos las presencias de Julia Roberts y Hught Grant perpetuando la relación compartida por un humilde librero y una estrella de Hollywood. El guionista y director Richard Curtis fue mucho más allá en su ambición romántica y colocó en diversos puntos de Londres una pequeña crónica sentimental que en su conjunto se revela como un variado puzzle de pulsaciones titulado ‘Love Actually’. El colofón a este paseo por Londres, en cuyo subsuelo también topamos con la vía ferrea imposible e invisible que nos traslada al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería donde curso estudios Harry Potter, lo aporta otra figura encapotada y que oculta su sonrisa bajo la sonrisa de Guy Fawkes. A distancia prudente del palacio de Westminster y entre fuegos artificiales, los acordes de la obertura 1812 de Tchaikovsky aportan la banda sonora que determina el adiós del parlamento británico que servía de climax en ‘V de Vendetta’. Dejamos atrás el misterio envuelto en ciudad llamado Londres para dirigimos a la ciudad que dio sentido a la luz. París y sus colores Jacques Offenbach mueve su batuta y atruenan los primeros acordes del Can Can. En el interior del Moulin Rouge tropezamos con el diminuto Toulouse Lautrec. En el reino del desenfreno gobiernan la fantasía de la absenta y los lienzos que quedaron por pintar. Contagiado por el frenesí de las bailarinas, John Huston mueve su cámara entre rojos y azules impresionistas. En ese preciso instante, el 3 de septiembre de 1973, a las 18 horas, 20 minutos y 32 segundos, un moscón de la familia Callíphora, capaz de producir 14.670 aleteos por minuto, se posa en la calle St. Vincent de Montmatre y, gracias a la varita mágica del cineasta Jean-Pierre Jeunet, nació, para quedarse entre nosotros, la hada urbana Amélie Poulain. Vestida con un deslumbrante vestido rojo, Amélie hace saltar pequeñas piedras en el Canal de Saint-Martin, que se extiende desde la Plaza de Stalingrad hasta La Bastille, y sirve para unir el Canal de Ourcq con el Sena. Junto al Museo del Louvre descubrimos a Jean Seberg vendiendo ejemplares del New York Herald Tribune y, llegado desde el otro extremo de los Campos Elíseos, irrumpe en la escena Jean-Paul Belmondo. Por una de esas extrañas circunstancias provocadas por el capricho de una película, ambos emprenderán una huida hacia delante en la referencial ‘Al final de la escapada’, de Jean-Luc Godard. París es, en definitiva, una fiesta de colores cambiantes y besos furtivos. Por diversos motivos también corren por las calles de París el letal agente «dormido» Jason Bourne y Robert Langdon. El primero, acosado por la agencia estadounidense que lo entrenó para matar, y el segundo, empeñado en revelar los misterios de ‘El código Da Vinci’. París también es la cita en la distancia que Ingrid Bergman y Humphrey Bogart nos legaron desde Casablanca y más allá del «siempre nos quedará París», recordamos las tonalidades de un recuerdo: «Los alemanes iban de gris y tú llevabas un vestido azul». A Roma desde París De París a Roma nos separa una moneda y una noche junto a la Fontana di Trevi. Marcello Mastroianni dedica a Anita Ekberg todos los cumplidos que inspiró la Venus llegada de los fiordos nórdicos. Radiante bajo la luna, ‘Anitona’ se zambulle en La Dolce Vita romana de Federico Fellini y nos advierte de las infinitas posibilidades de una ciudad que, primero, descubrimos en cartón piedra y, posteriormente, Roberto Rosellini nos la mostró tan descarnada como cabría suponer en una ciudad herida por la segunda guerra mundial. Cruzamos Via Veneto y a las puertas del Coliseo, seguimos el rastro de un enjambre de paparazzis empeñados en retratar el paseo en Vespa compartido por Audrey Hepburn y Gregory Peck. Finalizamos nuestras breves ‘Vacaciones en Roma’ en ‘Abril’ y con una visita fugaz al Parque Virgiliano, donde Nanni Moretti rememora sus recuerdos de infancia. Entre Berlín y La Habana A excepción de Wim Wenders, hoy en día ya nadie fija su interés en el cielo. Los ángeles de Berlín otean desde las alturas la conducta cotidiana de los humanos y charlan afablemente en su lugar de encuentro preferido, Staatsbibliothek, la Biblioteca Nacional ubicada en Postdamer Strasse. Ni siquiera los ángeles que Wenders nos mostró en ‘Cielo sobre Berlín’ son ajenos a la fuerza telúrica que albergaron las noches berlinesas de cabaret y desenfado. En el Kit Kat Club Joel Grey ejerce como maestro de ceremonias en esta antesala del nazismo salvaje y Liza Minnelli brinda con Michael York en Savignyplatz. El bloque de apartamentos del 21 de Berolina Straße, Rosenthaler Straße 68, Alexanderplatz, la fuente de Strausberger Platz en Karl Marx Alleee o el viejo edificio abandonado de Coca-Cola de Hilburghauser Straße 224-232 son los puntos elegidos para escenificar la perpetuación de una realidad que no lo es y que tuvo lugar en la película ‘Good Bye Lenin!’. Berlín como epicentro de espías. Por sus calles y plazas también corre Jason Bourne y en su fuga recorre la estación S Bahn de Friedrichstraße o el Checkpoint Charlie. Tom Hanks, mucho más comedido que el Bourne encarnado por Matt Damon, aguarda paciente un intercambio de espías en el Puente de los Espías o Glienicker Brücke. La secuencia se desarrolla durante la llamada «Guerra fría» que fue filmada por Spielberg en ‘El puente de los espías’. Próximo destino: Estambul En la Hauptbanhof Station de Europaplatz nos aguarda una maleta y un billete de tren con destino a Estambul. ¿Quién no soñó alguna vez con ser un escurridizo ladrón de guante blanco? Jules Bassin lo hizo por nosotros y, durante 119 minutos, nos hizo partícipes del robo que un grupo de ladrones ejecutó en el Palacio de Topkapi. Para brindar por el buen desarrollo del plan, nada mejor que acompañar a Melina Mercouri, Maximilian Schell y Peter Ustinov hasta el Casco Antiguo de la ciudad, ascender la colina que preside el estrecho del Bósforo y perdernos por entre los jardines que animan el Serrallo. Momentos antes de partir, estamos a punto de ser atropellados nuevamente por James Bond. En esta oportunidad, el Agente Secreto presta sus servicios a la Corona siguiendo de cerca a Tatiana Romanova, la espía que llegó desde Rusia y con amor. La llamada Mezquita Azul, el Puente de Gálata y la Basílica de Sofía conforman las etapas de este juego peligroso de seducción entre espías. Hacia La Habana Estre tanto sobresalto, nada mejor que dejarnos llevar por la brisa caribeña que nos abraza en el Malecón de La Habana, escenario elegido por Tomás Gutiérrez Alea para recrear el paseo interior y físico de un burgués abrumado por la incertidumbre del oleaje revolucionario. Pasado y presente se citan en una ciudad que recuerda los pasajes de la lucha clandestina contra el régimen de Fulgencio Batista y que en clave de celuloide se plasmó en ‘Clandestinos’, espejo de las grandes dificultades que conllevó respaldar la revolución desde las mismas entrañas de la bestia y que, mediante acciones como la que se recrearon en la vieja Armería, ubicada en la calle Mercaderes de La Habana Vieja, dotaban de sentido la tensión vivida en la ciudad cuando dicho establecimiento fue elegido por un grupo de guerrilleros para recaudar armas destinadas a la lucha armada. ‘Coppelia o la catedral del helado’ pasa por ser la heladería de Cuba más popular. Ubicada en pleno corazón de El Vedado capitalino, en la esquina formada por las calles 23 y L, nació de una idea de la heroína de la revolución Celia Sánchez, en cuyo honor se levanta un monumento en el interior del edificio. Su parte central –dividida en dos pisos– está rematada por un domo y áreas exteriores, todo integrado en una vasta vegetación tropical. También se la reconoce por las largas colas de cubanos que encontraron en el helado la excusa perfecta para charlar o romancear. En sus áreas o canchas exteriores, el visitante reconoce un espacio que acogió diversas secuencias de ‘Fresa y Chocolate’. Pekin, toque exótico El toque exótico de este viaje al otro lado de la pantalla lo aporta ‘La ciudad prohibida’ de Pekín. Una monumental estructura sellada y que preserva a los fantasmas de los emperadores chinos desde la dinastía Ming. Entre sus lujosos muros también quedó atrapado el último de ellos, Pu Yi. Siendo niño, ajeno a su destino como jardinero, corretea por el Salón de la Armonía Suprema que deriva en el gran patio. Todo ello fue registrado por la cámara de Bernardo Bertolucci en flamígeros tonos rojos. Mucho más afable, en la comedia ‘Tanguy’ el protagonista, el niño adulto que se negaba a salir de la casa de sus desesperados padres, encuentra su destino en Pekín y protagoniza un reencuentro familiar en esta arquitectura ancestral ‘La ciudad prohibida’. Antes de los años 30, las escuelas de actores de la ópera de Pekín funcionaban como orfanatos en los que se formaba a los niños en acrobacias, canto e interpretación, de modo que al llegar a adultos pudieran pagar la deuda que habían contraído. Uno de estos niños encontrará su futuro como cantante de ópera asumiendo el rol de la concubina Yu y entre fascinantes secuencias que dan sentido a ‘Adiós a mi concubina’. Frenesí oriental en Hong Kong El frenesí oriental adquiere su sentido más rotundo a lo largo del metraje de ‘Chunking Express’. Wong Kar Wai nos lleva en volandas por la escenografía cambiante y multicolor de Chunking Mansion, el célebre edificio de la parte sur de Tsim Sha Tsui en el que se congregan pequeños hoteles independientes y varios establecimientos comerciales. Un rincón denigrante y desolado que alberga el Bar Bottoms Up y el restaurante de comida rápida Midnight Express. Como colofón, abandonamos el caos urbanita y nos acercamos a uno de los enclaves más conocidos de Hong Kong: la península de Kowloon. En esta escenografía de pausa y armonía, en ‘La colina del adiós’, William Holden y Jennifer Jones aportan un beso en blanco y negro con aspiraciones a technicolor y que pone punto y final a esta película-viaje con escalas cambiantes, promesas de reencuentro y en flamante formato Scope.