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Nick Cave, el futuro tras la pesadilla

El nuevo trabajo del australiano, ‘Wild God’ (PIAS, 2024), recupera la firma cómplice de sus Bad Seeds para exponer, tanto en el aspecto instrumental, de torrencial y luminosa formulación, como en su contenido emocional, el avistamiento de la esperanza tras el trágico fallecimiento de sus dos hijos.

Nik Cave, al frente del piano. (Megan CULLEN)

En ocasiones, el aficionado musical tiende a comportarse con aquellos referentes que han marcado su acervo sonoro bajo una intransigencia que prescinde de analizar cualquier elemento evolutivo: a veces desde el rechazo al mínimo atisbo de alteración que contamine aquel idílico ‘flechazo’ y, otras, en el sentido contrario, aupando hasta los altares y dotándole de un don de la infalibilidad a su creador. Ambas opciones, aunque posiblemente inevitables, construyen una mirada romántica pero escasamente realista –y lo más importante, objetiva– alrededor de ciertas carreras de largo recorrido.

La fe como cuestión de supervivencia

Actitudes extremas que todavía se muestran más endebles cuando el evaluado lleva por nombre Nick Cave, un compositor que su atribulada existencia y particular naturaleza ha servido de néctar esencial para sus creaciones. Una actitud por lo tanto siempre supeditada a unos virajes personales que en estos últimos años han adoptado su expresión más macabra, apostándose junto a él bajo la forma, sobre todo, de la pérdida de sus dos hijos.

Un luctuoso estoque que ha modificado su, ya de por sí compleja, relación con la existencia y que igualmente le ha llevado a reformular ciertos patrones en su actividad musical, apartándole de su zona más turbulenta, y arrebatadora, para dirigirla hacia texturas ambientales.

La muerte de sus dos hijos ha modificado su compleja relación con la existencia y le ha llevado a reformular ciertos patrones en su actividad musical

Más allá de que sus discos actuales vengan o no firmados en compañía de los Bad Seeds, algo que no sucedía desde ‘Ghosteen’ (2019), el binomio entre Nick Cave y Warren Ellis se erige como motor creativo, recayendo en su sosias predilecto el uso y disfrute de una instrumentación más evocadora y en esta ocasión de abigarrada presencia.

Texturas que si en sus pretéritos trabajos, todavía con el peso mortuorio sobre sus hombros, se transformaban en un sombrío imaginario, en su actual disco, reflejo de ese rumbo más espiritual, o abiertamente religioso, que el australiano ha encontrado como salvoconducto para superar el dolor y el inexplicable peso del destino, se materializa en un entorno más aireado.

Corifeo de salvación

Mientras que las ensoñaciones fantasmagóricas han protagonizado buena parte de su repertorio de antaño, las citadas en estas piezas vienen delineadas bajo el haz iluminador de la figura de Dios, encarnado como un espíritu humanista y bondadoso, del que emana un acento esperanzado. El mismo que es escoltado por una protuberante sección de cuerdas y un coro celestial –omnímodo a lo largo del álbum– que depura la condición de ‘Song of the Lake’, un acuerdo de conformidad con los caprichos del futuro.

Un fulgor que en el tema homónimo, de carácter más folk, se desarrollará bajo un increscendo que en su segunda mitad se expondrá con solemnidad, encontrando la perfecta metáfora sonora con la que describir el movimiento de cortina que deja paso a la entrada del sol, una experiencia tan intensa que puede llegar a resultar cegadora.

Ademanes clásicos, pero mucho más austeros, que hacen de ‘Long Dark Night’ uno de los momentos más destacados precisamente por su naturaleza recogida e intimista en oposición a la ampulosa celebración de la vida reinante, trasladando la pulsación de guitarra y su voz hasta un primer plano que consigue traer a la memoria a otros bardos excelsos como Johnny Cash o Leonard Cohen. 

Frente a esa raíz más tradicional, los alardes vanguardistas adquieren un papel completista de cara a configurar la identidad de algunos temas, desplegándose en ‘Frogs’ para propiciar una épica declaración o convirtiéndose en herramienta con la que hacer de ‘O Wow O Wow (How Wonderful She Is)’ un delicado y sentido homenaje a otra ausente, en este caso quien fuera compañera de trayectoria, Anita Lane.

Pero si de tejer un puente que una y cohesione diversos formatos instrumentales se trata, tal aspiración es verdaderamente completada con ‘Final Rescue Attempt’, de intenso vaho dramático, o por medio de ‘Conversion’, haciendo que la rabia y ese orfeón celeste vertebren un escenario subyugante.

Recibiendo al nuevo Nick Cave

Tras leer ‘Fe, esperanza y carnicería’, su libro confesional en cuanto a la puesta al día respecto a la forma de afrontar el mundo, más empática y religiosa, no debería sorprender que un disco como éste se cierre con la pieza tan luminosa y eclesiástica que es ‘As the Waters Cover the Sea’. Otro salmo de lírica bucólica que sin embargo no impide que su contenido se revele tétrico al no ser difícil imaginar la simbología que esconde, retratando la aparición de su hijo fallecido, a modo de Mesías, para, lejos de materializarse en dolor, impartir paz.

‘Wild God’ es un ajuste de cuentas con la fragilidad humana pero tratado desde un territorio alejado del rencor o del pavoroso recuerdo de los desaparecidos

‘Wild God’ es un ajuste de cuentas con la fragilidad humana pero tratado desde un territorio alejado del rencor o del pavoroso recuerdo de los desaparecidos. Las palabras de su autor, y la musicalidad de sus composiciones, alientan a continuar el viaje y a realizarlo, casia a modo de ofrenda a los ausentes, bajo un manto de esperanza.

Coordenadas que siguen despistando frente a aquel airado intérprete que nos arrebató con su descarnada y violenta puesta en escena. Un impetuoso enfant terrible, al que es imposible no echar de menos en un álbum demasiado focalizado en resultar exultante pero poco visceral, que ha desaparecido o está oculto –ya que todavía se pueden escuchar ciertos rugidos– tras el Nick Cave padre, marido e individuo que ha tenido que aprender de nuevo a traducir su entorno obligado por la mayor de las desgracias.

De nada vale implorar la vuelta del feroz cantante, que probablemente esté llamada a extinguirse casi definitivamente, para encabezar unas canciones que han encontrado su expresividad lejos de ese ánimo turbulento. Frente a este nuevo escenario, solo queda aferrarse únicamente al imborrable recuerdo de aquel pérfido pero carismático amigo o acompañarle también en su nueva travesía. Cada cual decide.