Le llaman el desaparecido
El universal cantante Manu Chao cumplió el año pasado sesenta junios y “Clandestino”, su primera obra en solitario, va camino de las bodas de plata. El influyente músico lleva más de una década sin editar discos y muy retirado de la primera línea. Un cronista británico compartió sus andanzas durante un lustro y ha escrito una detallada biografía.
Nacido en un parisino 21 de junio de 1961, en el inicio del solsticio estival y jornada de la Fête de la Musique, el chaval pareció llegar con un halo muy personal. Por esas coincidencias temporales, la viajera y musiquera genética familiar y, siguiendo la tradición gallega, un cuádruple nombre (José Manuel Tomás Arturo Chao Ortega) que acumulaba el de un abuelo, el propio, el de un tío fallecido y el del otro abuelo.
Los bilbotarras Felisa y Tomás fueron sus abuelos maternos y tuvieron una hija con el nombre de la madre. Él, pelotari, fue experto en comunicaciones de la República durante la Guerra Civil y destruía los sistemas telefónicos de los pueblos antes de caer en manos franquistas. Escapó a Argelia en el último barco fugitivo de Valencia y fue enviado a un campamento de refugiados. Felisa huyó al Estado francés con su hija y una hermana y fueron también internadas en un campo en el Roselló. Madre e hija consiguieron reencontrarse en Argelia con Tomás y, diez años después, se instalaron en París.
Manu ha recordado que aquel abuelo le contó sus correrías y que «no quiso volver a España ni tras la muerte de Franco; fue una gran influencia para mí, un luchador contra la injusticia que defendió sus ideales hasta el fin de sus días».
No se habla nada de su abuela paterna en las biografías y sí de su abuelo José, nacido entre la emigración gallega en Cuba. A los veinte años viajó a sus orígenes y se instaló en Villalba, Lugo, como administrador del Gran Hotel Chao. De su matrimonio hubo seis hijos; uno de ellos, Ramón, padre de Manu, fue pianista precoz e, ironías de la vida, en 1956 y con 21 años fue patrocinado por el franquista Manuel Fraga Iribarne para enviarlo a París. Allí sustituiría la disciplina musical por el periodismo de izquierdas.
La madre Felisa, investigadora científica, publicó teorías no aptas para el gran público como “La acción sucesiva de óxidos y reducciones electroquímicas en la estructura superficial de los electrodos del oro policristalino”. Del fruto de aquel encuentro parisino nacieron los hermanos Manu y Antoine, con un ADN familiar obligadamente muy creativo.
Mucha de esa información sale en la nueva biografía “Clandestino. En busca de Manu Chao” (Libros del Kultrum), traducción de “Clandestino: In Search of Manu Chao”, de 2013. Lo escribió el especialista británico Peter Culshaw, que narró con detalle y criterio sus andanzas con Manu por medio mundo. Un material recogido «en bares, expediciones por selvas y desiertos, conciertos benéficos, campos de refugiados, prisiones, grandes auditorios o playas inencontrables».
Manu Chao con su abuelos bilbainos Tomás y Felisa, exiliados republicanos en París. Fotografías: El Mano
La culpa fue del rockabilly. La familia Chao vivía en el multiétnico barrio de Sèvres y Manu, que amaba el rockabilly, formó a los 14 años con su hermano menor Antoine y su primo Santi Casariego el trío Joint de Culasse que versioneaba clásicos. Su mánager, anarquista y exhibicionista, tenía una personal filosofía: «un concierto que no termina en la comisaría de la policía local no vale la pena el esfuerzo».
En 1981 Manu vio a The Clash y flipó: «Nunca había visto algo así. Cuando empecé a componer fueron mi modelo... Chuck Berry fue mi maestro y Lou Reed y The Clash. Mucho más tarde Jacques Brel y Édith Piaf fueron mis maestros en francés». Después añadió a Dr. Feelgood o Bob Marley.
Manu y colegas probaron diferentes esquemas grupales (Les Flapper’s, Parachute, Hot Pants) y el más sólido resultó Los Carayos, que duraron ocho años y grabaron cuatro álbumes. Su primera canción propia fue “Mala vida”, con ecos de la influencia de Los Chunguitos y Camarón.
Su cuadrilla rockera participó en el movimiento okupa parisino con su local alternativo Issue de Secours, que finalmente sería desocupado por la Policía. La biografía dice que Manu «se unió a la división de Sèvres de la Liga Comunista Juvenil», aunque sostiene que no fue propiamente por amor al comunismo sino «a la bella rubia que encabezaba la célula».
La Mano Negra. Manu pasó meses tocando en el metro con sus colegas Les Casse-pieds y de allí surgiría en 1987 un nuevo proyecto («las melodías de Mano Negra empezaron en el metro», confesaría). El nombre se inspiraba en un grupo secreto anarquista andaluz del final del siglo XIX. Se iba a convertir en la banda rockera gala más internacional con discos como “Puta’s Fever”, “King of Bongo” o “Casa Babylon”. Practicaban la patchanka, una coctelera de abrasivas canciones cortas sin límites de estilo: rock, latino, aflamencado, punk, ska, blues, reggae, hip-hop…
Consiguieron romper el círculo francófono y su biógrafo anota que «Mano Negra viajó a Sudamérica casi como un puñado de turistas musicales, pero aprendieron mucho y construyeron una nueva confianza y cohesión. Regresaron cambiados como banda». Triunfaron incluso en Japón, donde grabaron un disco en directo.
En 1990 cruzaron los Pirineos, con parada en Bilbo, y la gente veterana recordará sus explosivas actuaciones en un concierto sorpresa en las txoznas gasteiztarras, la visita a la Ilargi de Lakuntza en marzo del 91 o el doble bolo con Negu Gorriak en la sala Venezia de Mutriku en enero del 92. Su amigo Fermin Muguruza ha solido comentar las juergas en fiestas de Irun con el grupo ocupando su casa y alguno durmiendo en el balcón.
Menos positiva fue la aventura en EEUU de teloneros de Iggy Pop. Manu diría: «Había sido importante para mí durante quince años. Tenía ganas de conocer al tipo que hizo “Raw Power”, pero acabé conociendo a un sargento mayor». Su atrevimiento les llevó a girar por clubs eróticos de Pigalle o por barrios periféricos en la gira Caravane des Quartiers. Irónicamente, un concierto en el enorme distrito financiero de La Défense, iba a ser sin saberlo su último gran bolo francés.
Parada final en Aracataca de la gira en tren de Mano Negra por Colombia en 1993.
Fotografía: Youri Lenquette
Aventuras de riesgo. Al mayor de los Chao le prendaba la ruptura de límites escénicos de la compañía de teatro alternativo Royal de Luxe y animó a su grupo a embarcarse con ellos en la subvencionada gira por Sudamérica “Cargo”, de más de cuatro meses en barco. Les guiaba el realismo mágico del escritor García Márquez, que visitaba en París al padre de Manu cuando él era un niño. «Eras un dolor de cabeza cuando tenías cuatro años y aún lo sigues siendo», le dijo el Nobel colombiano cuando lo vio llegar en el buque de carga bautizado como Melquíades en homenaje al brujo gitano de “Cien años de soledad”.
La loca escapada desgastó al grupo que se fue enfrentando al mandón Manu “El Jesuita”. «La tensión entre la retórica colectivista y la realidad del liderazgo de Manu siempre fue difícil de aceptar para la mayoría. Aunque era igualitario en principio, Manu no estaba dispuesto a hacer concesiones artísticas», opina su biógrafo.
El cantante arrastró a Mano Negra a una nueva aventura con Royal de Luxe, una gira en tren por vías abandonadas de Colombia. Con otro guiño a García Márquez: intentar transportar una gran escultura helada en recuerdo del pasaje en que José Arcadio Buendía descubre el milagro del hielo en la influyente novela del maestro literario. La máquina que mantenía el frío acabó averiada mientras la iniciativa se cruzaba con militares, guerrilleros y narcos. Finalizó en Aracataca, lugar de nacimiento del magno escritor colombiano. El propio padre de los Chao narró la experiencia en el libro “Un tren de hielo y fuego”.
Pero el grupo se desgajó y solo Manu aguantó el viaje entero. La ruptura acabaría en los tribunales, lo que destrozó a su frontman, impedido legalmente para trabajar con su legado («tenía toneladas de canciones que grabé personalmente. No podía usar ninguna»). A sus 35 años llegó a pensar en dejar la música y hasta en el suicidio; había comenzado la «oscura noche» que se reflejó en canciones como “Día Luna… Día Pena”. Años después el grupo elaboró por su lado el DVD biográfico “¡Pura Vida!” (2005), que arranca con alusiones directas a su excolega: «A quien quiera decidir por nosotros le decimos: hazlo tú solo, nosotros pasamos».
Un clandestino universal. Entre 1994-1997 Manu «desapareció. Se convirtió en un nómada insurgente vascoparisino que deambulaba por las Américas sin identidad», según el escritor Josh Kun. También hizo escapadas a África. En la biografía explica que tiene «una mala adicción al viaje… Cada discoteca es más o menos igual en todo el mundo. Pero date una vuelta por la estación de tren o autobuses y el mercado central y puedes conocer gente y sentir la ciudad. El mercado es el lugar que realmente me gusta».
Su impulso creativo equilibró las tristezas y hasta depresiones sin dejar de colaborar en proyectos y registrar esquemas de canciones: se asentó en el madrileño barrio de Malasaña, diseñó su nuevo grupo, Radio Bemba, volvió a las andadas en 1998 con el festival alternativo Feira das Mentiras y disfrutó de una regeneradora vivencia entre sus raíces gallegas.
La suma de emociones personales e influencias se reflejó en su debut autónomo “Clandestino” y 1998 sería el año de su despegue personal. El jovial minimalismo, mayormente en castellano y aderezado con trucos sónicos de la mano del productor Renaud Letang, sobrevoló el globo terráqueo y el CD vendió millones de copias convirtiéndole en figura universal del mestizaje sónico y de la melancolía reconvertida en juerga.
Siguió pasando por paréntesis vitales como una estancia en Dakar, capital senegalesa, donde abrazó a su manera el islamismo y se casó con una madre soltera, más como apoyo que como proyecto familiar. De hecho, regresaría al viejo continente para asentar su oferta discográfica en 2001 con el continuista “Próxima Estación... Esperanza”. Después vendrían la grabación “Radio Bemba Sound System”, el libro-disco “Sibérie m’etait contée” con ilustraciones de su colaborador ucraniano Jacek Wozniak, el extenso “La Radiolina” y la experiencia radiofónica en un psiquiátrico de Buenos Aires “La Colifata”.
Su último disco fue “Baionarena” (2009), significativamente registrado en directo en las fiestas de la capital labortana. Su raíz vasca ha estado presente con constantes visitas y conciertos multitudinarios. Por ejemplo, en 2001 en la plaza del Gas de Bilbo, en 2002 en el espacio donostiarra Ilunbe (donde acabó con un esguince) o en 2014 en la playa de la Zurriola.
La estrecha relación con Muguruza y su entorno tuvo momentos cumbres como el proyecto Jai Alai Katumbi Express de 2003 (que pasó por los Kafe Antzokia de Bilbo y Ondarroa o la sala Zambra de Lesaka) o el macro encuentro de Negu Gorriak con Radio Bemba en la Feria de Muestras bilbotarra. En la reciente biografía aparece una foto de Fermin y se describe el encuentro de los dos amigos en escena en tiempos de boicot para el ex Negu Gorriak.
Con la activista Trinidad Ramírez bendice el ingreso de Manu en los macheteros mexicanos del FPDT (Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra). Fotografía: Roxanne Hayne
Nomadeo vital. De personalidad tímida, cálido espíritu vital y exigente en el trabajo, el «subcomandante Manu del rock latino», que destacó en las jornadas anti mundialistas de Génova 2001 o visitó a los zapatistas, acabó siendo referencia mayor del inconformismo político, el internacionalismo solidario o la independencia artística. Por eso, haber triunfado en la industria musical le ha costado mil y una contradicción y hasta una canción irónica de sus colegas Les Wampas.
Se le calcula una abultada cuenta corriente y la biografía parece poco rigurosa al respecto cuando dice que «las estimaciones en las redes sitúan el rango entre los 8 y los 150 millones de dólares». Pero mantiene su estilo de vida nómada y estética humilde, acompañado de un destartalado ukelele. Su biógrafo inglés escribe que Chao dio, por ejemplo, una parte de las ganancias de “Clandestino” a los zapatistas y que «se me dijo que ‘el dinero es un problema que se ha resuelto’ y que había creado una fundación que ayudaba a buenas causas…Puede rechazar patrocinadores y anunciantes por principios, pero también porque aceptar tal publicidad le supondría ‘venderse’ como todos los demás y sería nocivo para su propia marca».
“Malegrías”, depresiones y paradojas de por medio, el creador parisino parece haber sabido sortear el peso del estrellato y lleva más de una década sin giras al modo habitual de los cantantes con tirón, rechazando ofertas de grandes festivales y actuando a salto de mata. No tiene compañía discográfica ni edita obra autónoma y en estos últimos tiempos ha ido colgando gratis sus novedades en la red. No muestra mayor interés promocional, casi no da entrevistas, mantiene un contacto virtual con su público y aparentemente vive sin teléfono móvil.
Manu Chao en una prueba de sonido en 1990. Fotografía: Youri Lenquette
El viento nos llevará. Con doble pasaporte hispano-galo, a caballo entre Barcelona, Brasil, Colombia o cualquier rincón del mundo, mantiene su compromiso reivindicativo apoyando toda “causa perdida”: el pueblo mapuche, las revueltas sociales o la lucha de la etnia tikuna en Colombia, las reivindicaciones campesinas en India, contra la mega minería en Argentina, a favor de la acogida de emigrantes en el Mediterráneo...
En los últimos años Chao colaboró con el productor catalán Chalart58 y la relación más fructífera parece haber sido con la cantante y actriz griega Klelia Renesi, con la que grabó varias canciones y clips. Desde su taller-vivienda barcelonés de unos 80 metros cuadrados, ha elaborado y publicado en red diferentes títulos propios y versiones. El pasado verano hizo conciertos acústicos por Italia en formato de trío, el mismo esquema con el que se anunció en este marzo en Santiago y Lugo bajo el sobrenombre de El Chapulín Solo.
Ha ido acumulando distintas relaciones afectivas, tiene un hijo en Brasil y ha llegado a pensar estudiar sanación con un chamán amazónico o retirarse como apicultor. Se enfrenta a su propio halo social opinando que «no hay nada más corrupto que ser un líder». No piensa «en una gran revolución que lo va a cambiar todo», sino «en miles y miles de pequeñas revoluciones de barrio. Esa es mi esperanza».
Su biógrafo Culshaw escribe que aún hoy existe mucha gente que no sabe situar el origen geográfico de este salta fronteras de la Pachamama y piensa que es «mexicano, argentino, español, norteafricano y francés». Como reza una de sus canciones más populares, “el viento viene, el viento se va por la frontera. La suerte viene, la suerte se va, por la frontera…”.