Imanol Intziarte
Una visita a Twickenham

Peregrinación a la catedral del rugby, tras la estela de los flamencos rosas

Ver rugby en el estadio de Twickenham es uno de esos objetivos que el aficionado a este deporte tiene marcados en su agenda de viajes imaginados, la mayor parte de los cuales nunca se convertirá en realidad. Pero a veces los planetas se alinean y todo fluye, y entonces hay que contarlo.

Estadio de Twickenham. (Ainara Rueda)
Estadio de Twickenham. (Ainara Rueda)

No hay pérdida, solo hay que seguir a los flamencos rosas. Son las 9.15 de la mañana en una estación londinense. No es King Cross y tampoco buscamos el andén nueve y tres cuartos. Hoy no es el día de caminar tras las huellas de Harry Potter. Estamos en Waterloo y nos dirigimos hacia el tren que partirá desde la vía 17 en dirección suroeste. Es domingo y nuestro destino es La Catedral, con mayúsculas. Twickenham, el icónico estadio de rugby, acoge la segunda y definitiva jornada de un torneo de las Series Mundiales de Seven. Un caramelo demasiado goloso como para dejarlo escapar en nuestro viaje familiar a la capital inglesa.

Entramos en un vagón y nos sentamos cerca de un trío de fijianos. Uno de ellos especialmente grande y con pinta de haber jugado cuando era más joven. Entre sus manos, que son como palas, la lata de cerveza australiana Foster de medio litro parece mucho más pequeña. Sus compañeros tampoco se quedan atrás. Recuerden, las 9.15 de la mañana.

Vista general de Twickenham,llegando al estadio.

Espectacular placaje en el Fiji-Nueva Zelanda.

El ambiente es de jolgorio. Camisetas de diversos equipos, camisas hawaianas lo más floridas y horteras posibles, bañadores en tono fosforito a pesar de que no hace calor y disfraces tan llamativos como los flamencos rosas que nos han guiado hasta aquí. Y esto es solo el aperitivo.

Una cuadrilla disfrazada de conos de tráfico.

La ruta está trazada. Vauxhall, Putney, Mortlake, Richmond… van cayendo las paradas. De repente se abren las puertas y el tren se vacía. No hay duda, es aquí. Salimos de la estación y giramos a mano derecha. La Policía y los servicios de seguridad han vallado las aceras para que los peatones no puedan caminar por la calzada. La marabunta avanza por Whitton Road, pasando por delante de una sucesión de casas de ladrillo rojo con dos plantas de altura. El típico barrio inglés de las películas.

Es el momento de hacer una parada de avituallamiento en una tienda llamada ‘Twickenham Food & Wine’. Un alarde de originalidad. A su lado se encuentra un pub bautizado como ‘The Scrummery’.

Rodeamos una rotonda y ya vemos nuestro objetivo, su parte superior sobresale al fondo, por encima de los tejados. Puestos de venta con banderas y bufandas. Una enorme estatua de metal, en la que dos jugadores aupados por sus compañeros pugnan por un balón lanzado desde el lateral nos confirma que aquí se juega al deporte que inventó William Webb Ellis allá por 1823. Al menos eso es lo que dice la versión oficial, aunque hay otras.

Exterior lleno de puestos de bebida y comida.

Se viene a pecar. Las fotos de rigor y los ojos se dirigen a la tienda de la RFU, la Federación Inglesa. Camisetas en oferta por menos de 30 libras, el precio es irresistible incluso para un seguidor de ‘Les bleus’. A esta catedral se viene a pecar. Con la Visa ya calentita es el momento de dirigirse al arco de entrada. Cacheo superficial y revisión de mochilas. Todo correcto salvo dos latas de cerveza, que se tienen que quedar. La otra opción es bebérselas ahora. Si fuera un problema de seguridad no dejarían meter latas de refrescos, y no es el caso. ¿Rugby sin alcohol?

Enseguida se despeja la duda. En el interior venden cerveza, rubia y negra, por unas siete libras la pinta de medio litro. Unos 8,4 euros al cambio. Todo apunta a que el motivo de la incautación es económico. Esto es una máquina de hacer pasta. Hay numerosos ‘food trucks’ con salchichas, hamburguesas y otras clases de comida rápida. Los tres chavales que pasarán la jornada sentados a nuestra derecha se van a dejar fácil unas 40 libras por barba.

Disfraces de Wally y ambiente en el estadio.

Chapa y pintura. De cerca se percibe que Twickenham, inaugurado en 1909 y que ya ha vivido numerosas ampliaciones y reformas, necesita otra manita de chapa y pintura en algunos puntos. Por ejemplo, los baños. Pero no deja de ser un coliseo para 82.000 almas. Escuchar el espiritual “Swing Low, Sweet Chariot” con el campo lleno cuando juega el XV de la Rosa tiene que ser una experiencia cuasi mística.

No somos tan afortunados. A la jornada final de las Seven Series acuden unas 20.000 personas, el anillo inferior. Este evento es un espacio perfecto para comprobar que Londres es un derroche de multiculturalidad. Hay seguidores de prácticamente todos los equipos, en su mayoría residentes en la capital inglesa y sus alrededores. Las hinchadas más numerosas y bulliciosas son las de Fiji y Sudáfrica.

Al ritmo de “Sweet Caroline”. El Seven es una fiesta en la grada. Partidos divididos en dos partes de siete minutos, uno detrás de otro, y los tiempos muertos amenizados por un DJ. «Sweet Caroline –‘pa, pa, pa’–, good times never seemed so good», canta Neil Diamond. «So good, so good, so good», corea el pueblo. Hay canciones para las que no pasa el tiempo. Si alguien busca a Wally, aquí tenemos a una cuadrilla de 20 personas vestidas con rayas horizontales rojas y blancas. Otros han optado por disfrazarse de conos de tráfico. Todos mezclados y con muy buen rollo gane quien gane.

Un lance de la final entra Australia y Nueva Zelanda.

Las horas pasan volando, las eliminatorias caen una tras otra. Cuartos de final, semifinales y una gran final en la que se plantan australianos y neozelandeses. Los ‘aussies’ ganan en la prórroga y se meten de lleno en la lucha por el título final junto a Sudáfrica y Argentina, que no han estado finos en este torneo. Resta la última parada, a finales de agosto en Los Ángeles (EEUU). Los españoles que dirige el donostiarra Pablo Feijóo terminan séptimos, su mejor resultado del curso, y se aseguran la permanencia en las Series Mundiales.

Toca regresar a Londres. Se nota que lo tienen todo muy estudiado, sin ir más lejos la semana que viene se jugará aquí la final de la Premier, la liga inglesa. El camino está delimitado y vigilado, para que nadie se cuele entre las urbanizaciones y moleste a los vecinos. Como corderitos regresamos a la estación. Se regula el acceso a la misma para evitar que haya aglomeraciones en el andén y prevenir así caídas a la vía. Tanta jarana ha dejado ‘perjudicados’ a algunos jóvenes. Por ejemplo a ese que camina con la parte trasera de los pantalones rotos y todo el culo al aire. No parece preocupado.

Esta vez el tren va directo, y sin paradas intermedias llegamos a Waterloo. Hace mucho que se perdió la pista de los flamencos rosas. Habrán emigrado, quizás regresen el año que viene. A nosotros tampoco nos importaría repetir la experiencia.

Australia ganó en la prórroga el torneo londinense de las Series Mundiales de Seven.