IKER FIDALGO
PANORAMIKA

Poso

El arte funciona como un sedimento. Sobre él se van acumulando capas de memoria, de experiencia y de vivencia. Las obras artísticas no son transmisoras de significados. Ni siquiera vehículos encargados de enviar mensajes a una supuesta audiencia. Lo que sucede en un proceso creativo que desemboca en una pieza, va más allá de dar forma material a un sentido poético. El arte sobrevive a la muerte de quien lo crea y de quien lo ve por primera vez. Existe un anhelo de permanencia en la creación artística, casi una pretensión de eternidad. Al igual que hoy nos enfrentamos a obras creadas hace años, en el futuro, el arte de hoy mantendrá todo los significados que sobre él se habrán ido posando a lo largo del tiempo. A este respecto cabe destacar que una de sus principales fortalezas es que no será contemplado con una perspectiva historicista o arqueológica. El arte nos invita a formar parte de algo. Requiere de nuestra participación y de nuestro compromiso y no siempre nos promete un viaje placentero. Nos dejamos arrastrar por él y nos confronta con nuevas situaciones, perspectivas y formas de mirar. Su tarea se completa cuando desde su posición es capaz de alterar la nuestra.

A finales del pasado marzo, el Museo de Arte e Historia de Durango inauguró una exposición que podrá visitarse hasta el 21 de mayo. Entramos pues en la recta final de una apuesta por recuperar la figura de José Manuel Rozas (Bilbo, 1944-1983), para la que se ha previsto algún que otro capítulo en forma de itinerancia en otros espacios expositivos. Cuarenta años después de una muerte prematura en dramáticas circunstancias, su legado resurge como un redescubrimiento desde el que volver a releer la herencia reciente del arte de nuestro territorio. Precisamente por esta condición de recuperar un espacio olvidado para el público, el título de la muestra es “Renacimiento”. Acercarse a esta colección nos ayuda a comprender, de manera retrospectiva, la evolución de su carrera a través de las diferentes etapas que conformaron sus intereses. Si bien la pintura se erige como la disciplina principal del artista, la escultura en madera reivindica un importante lugar en el repaso a su camino. Cabe destacar, meses antes de su fallecimiento, la puesta en marcha a principios de los años ochenta de un proyecto colectivo llamado “Equipo de Arte Independiente”. Recogiendo el legado de colectivos como “Gaur” y “Orain”, junto a otros socios, que pretendían sumar una nueva voz colectiva al panorama cultural de Euskal Herria. Ya en sala, encontraremos un importante despliegue de un lenguaje propio, marcado por una pintura en la que las figuras humanas asumen lugares protagonistas y cargan con el peso narrativo de las piezas. Espacios diáfanos, atmósferas neutras y paisajes infinitos inclinan hacia tintes surrealistas la resolución final de los lienzos.

De manera certera, emergen críticas al mundo en que vivimos como en “Habitáculo social II”, “Gestación universal” o “Escalada”. Mención especial merece su labor escultórica, dominada por la gama de texturas y colores que permite la madera de pino pulida y trabajada para composiciones de mediano y pequeño formato. Asistimos a un desfile de personajes mordaces y planteamientos de corte más poético como “Alegoría para una catedral sin altar”. Una oportunidad inmejorable para conocer de cerca a José Manuel Rozas.

“Vitamina, pero” es el título de la exposición inaugurada por la Fundación BilbaoArte a cargo de la creadora afincada en Bilbo Estela Miguel Bautista (Cuenca, 1992). Hasta el 19 de este mes, la artista nos invita a conocer los resultados de un proceso de creación e investigación en torno a las posibilidades escultóricas de materiales orgánicos. La idea de deshecho y de residuo se altera y se convierte en el punto de partida. Sin embargo, no conviene detenerse únicamente en la condición técnica de su trabajo. La propuesta, de corte escultórica e instalativa, da sentido a una puesta en escena marcada por las superficies, la piel y las texturas.