11 AGO. 2024 PSICOLOGÍA Deseo y duelo IGOR FERNÁNDEZ Las relaciones de intimidad escogidas, en particular las de pareja, pueden ser el escenario de una obra balsámica o el de una que genere ansiedad y temor. Y es que, los deseos que nos llevan a acercarnos, a veces garantizan la neutralidad (ya que cada cual trae los suyos) y la invitación a un acuerdo tácito entre las partes para satisfacerlos; y otras, vienen cargados de exigencias, expectativas y proyecciones. Es decir, el deseo a menudo viene cargado de historia. Como todo lo demás en nosotros, en nosotras, más allá de un primer magnetismo físico -y, a veces, incluso eso-, todos los aspectos de la atracción entre personas son subjetivos. Probablemente, lo que a las personas nos une tiene mucho más que ver con cómo nos perciben que con las cualidades o defectos que podríamos declarar sobre nosotros mismos, nosotras mismas. Es innegable que emitimos unos estímulos u otros, y que estos pueden tener, hasta cierto punto, bondades consensuadas -lo que a todos, más o menos, en una determinada cultura, nos atrae de la otra persona- pero es la manera en que estos impactan en la historia del otro, la que determinará el acercamiento. Uno puede ser más o menos interesante, o empático, pero lo que interesa a una persona determinada serán, pues eso ‘sus’ intereses; o la necesidad de recibir la empatía que uno tiene aumentará el deseo de acercarse. Atenderemos, por norma general, a aquellas personas que nos resulten suficientemente conocidas (cuyas reacciones podamos predecir) pero que, al mismo tiempo, ofrezcan intuitivamente una posibilidad de compensar o potenciar -de satisfacer, en definitiva- una necesidad pendiente de nuestra historia. La necesidad estrella en estos casos es algo así como “sentirme querido, querida”, y con un corolario: “ser querido, querida, como yo quiero”. En esa última parte cada cual pone su mundo de fantasías y asuntos pendientes de las relaciones anteriores. Al recibir la manera espontánea del otro de querer, recordaremos, consciente o inconscientemente lo que tuvimos o lo que nos faltó; y también, consciente o inconscientemente, contrastaremos lo que estamos recibiendo aquí y ahora con ello. El resultado de esa comparación contradirá o confluirá con lo vivido. La contradicción puede ser una estupenda noticia si nos ha ido mal en el pasado, pero, al mismo tiempo, puede ser tan extraña y desestabilizante que lo bueno que nos pase nos llene de ansiedad. Cuando tenemos heridas de otras relaciones, por supuesto que llevamos a las nuevas el deseo de curarlas, de una nueva oportunidad, y el deseo puede ser sincero, pero el deseo no es un contrato, no puede serlo. Es más bien una esperanza en acción, una esperanza que tendrá que atravesar el doloroso recuerdo a veces, de que su satisfacción no ha sido posible en otros momentos. El deseo de hoy se enfrenta habitualmente al duelo de su insatisfacción en algún momento del pasado… Pero solo hay que pasarlo.