Lucas Vallecillos
LA ROMERÍA DE LA VIRGEN NEGRA

La peregrinación más gitana

El próximo domingo, como cada 24 de mayo, miles de gitanos del Estado francés y de toda Europa peregrinan hasta Saintes Maries de la Mer para adorar a Santa María Jacobé, Santa María Salomé y, en especial, a Santa Sara Kali, la patrona de los gitanos. Las calles de esta pequeña localidad de la Camarga adquieren un ambiente mágico donde reina la alegría.

La primera vez que oí hablar de la capital de la Camarga y de su peregrinación gitana fue a un amigo que durante una época formó parte de los Gipsy Kings. «En una peregrinación a Saintes Maries de la Mer, que cada año reúne a miles de gitanos para venerar a Santa Sara, fue donde nacieron los Gipsy Kings. En una fiesta familiar al aire libre, y en torno a una hoguera, es donde las familias de los Reyes y los Baliardo descubrieron que combinaban a las mil maravillas, y decidieron unirse para fundar el grupo de rumba más famoso de la historia de la música», dice Miguel Molero, que pasó durante los ochenta un verano haciendo galas por toda la Costa Azul francesa, formando parte de los Gipsy Kings. Y añade: «No pudieron escoger mejor lugar ni mejores fechas para nacer. Durante la peregrinación, Saintes Maries de la Mer se torna una gran fiesta donde la pasión, el misticismo, la música y el baile son los protagonistas; de día, en las calles del pueblo y de noche, en el campo alrededor de fogatas».

Al sur de Arles, el río Ródano, antes de morir en el mar, crea una zona de marismas denominada Camarga, que se extiende en el oeste de la Provenza. Fruto de la lucha territorial entre las aguas dulces del Ródano y las saladas del mar Mediterráneo, esta inmensa marisma del sur del Estado francés dibuja un paisaje móvil donde las mareas trazan el perfil de la costa. Tierras insalubres en otro tiempo, hoy configuran una gran área de humedales protegidos considerados de gran interés ecológico, en los que retoza el caballo blanco camargués, pastan los toros y se yerguen elegantes los flamencos rosados sobre una sola pata. Un paisaje idílico, donde los humanos mantienen una relación ancestral con las salinas, los arrozales y las marismas.

Nada más poner un pie en Saintes Maries de la Mer, sorprende la blancura de sus casas con un marcado carácter mediterráneo. Tal y como lo dibujó Van Gogh, el pueblo sigue arremolinado en torno a una maravillosa iglesia fortaleza medieval llamada Nôtre Dame de la Mer. Su cripta es el hogar de Santa Sara Kali, la patrona de los gitanos, también conocida como la Virgen Negra.

«¡Vive Sainte Sara!» La mañana del 24 de mayo, esta sosegada población marinera se torna un hervidero de gente, sobre todo de peregrinos gitanos que llegan en coche, furgoneta o caravanas, y algún romántico en carro tirado por caballo; procedentes en su mayoría del Estado francés, Italia, Bélgica y Suiza. También del este de Europa y del Estado español, en especial catalanes y del levante.

Saintes Maries de la Mer debe su nombre a una leyenda protagonizada por dos santas, María Salomé y María Jacobé. Dentro de la iglesia, contemplo con curiosidad la ingenua escultura que representa a ambas santas posadas sobre una embarcación. Ante mi interés por ellas, una gitana oronda de cara afable se acerca y me dice: «Ellas trajeron a nuestra patrona desde Tierra Santa. Venían huyendo de las persecuciones a los cristianos y traían a Sara como esclava. En el mismo barco también llegaron María Magdalena y Santa Mart». De repente, la mujer me mira fijamente y en voz baja añade: «También se dice que era hija de Jesucristo y María Magdalena». Hace una pausa de cinco segundos y esbozando una sonrisa, añade: «Pero yo me inclino por otra versión, la que cuenta que Sara era una gitana de la Camarga que socorrió a las santas cuando llegaron exhaustas a estas costas». La gitana me da un fuerte abrazo y se despide susurrándome al oído: «Que la Negra te bendiga».

Sobre el altar, hay un gran sarcófago policromado que momentos antes ha descendido del techo de la iglesia durante una ceremonia que destilaba una pasión desbordante y en la que los gitanos, abrumados por el momento, alzaban los brazos portando velas con el deseo de ser los primeros en tocar las reliquias que alberga: los cuerpos de las dos santas, María Salomé y María Jacobé, con el de Sara y tres cabezas que trajeron en la barca, de las que dos pertenecen a Santos Inocentes y una supuestamente a un apóstol. Y a los pies del altar, ahora el personal se amontona sobre la figura de Santa Sara, que no para de recibir besos y abrazos de una exaltada multitud. Yo no lo puedo evitar, también la toco. Uno no cree, pero nunca se sabe. En teoría, Santa Sara no podría estar dentro de la iglesia, debido a que no está reconocida por Roma como santa.

Fuera del templo, miles de gitanos esperan la aparición de su patrona y rompen en gritos de júbilo cuando la ven salir a media mañana. Va en procesión portada por un remolino de manos, presidida por una corte encabezada por dos gitanos ancianos que van abriendo camino y flanqueada por dos filas de caballos blancos montados por gardians (nombre que reciben los ganaderos locales), que cubren su cabeza con un sombrero negro y portan lanza. La comitiva se abre paso por las estrechas calles del pueblo en dirección a la playa, entre una muchedumbre emocionada que no cede en su empeño por tocar el mantón de Santa Sara. La virgen es vitoreada en todo momento y la procesión camina al son de la rumba o de melodías que emanan de un acordeón húngaro, entre gritos de «¡Vive Sainte Sara!». Cuando llegan a la playa, se introducen en el mar, donde realizan una parada para cantar a Sara y lanzar salves en conmemoración a las santas que llegaron por el mar procedentes de Tierra Santa. La multitud llevando a hombros a la santa, con el agua hasta la cintura, junto con los gardians cabalgando sobre las olas del Mediterráneo en sus caballos blancos es una de las estampas más plásticas de la peregrinación. La comitiva, mucho más calmada, vuelve a la iglesia para guardar a Santa Sara en su cripta, entre vítores de despedida.

Por la tarde, el pueblo de Saintes Maries de la Mer adquiere su momento más extrovertido, después de haber liberado todas las tensiones durante la procesión de la Virgen Negra. Los gitanos toman sus calles inundándolas de música. En cada esquina, un grupo de flamenco, de rumba o de música cíngara de los Balcanes hace que el personal cante y baile sin parar. Una gran fiesta que al anochecer se traslada al exterior del pueblo, donde, de un modo más íntimo, familiares y amigos se reúnen en torno a una hoguera donde comen, cantan y bailan hasta altas horas de la madrugada.

Al día siguiente, la procesión se repite, pero en esta ocasión con Santa María Salomé y Santa María Jacobé. El número de gitanos presente en la procesión disminuye considerablemente y no tiene la alegría y el colorido del día anterior. Por la tarde, todo es mucho más tranquilo. En el tercer y último día de celebración tienen lugar toda una serie de actos relacionados con la cultura tradicional del lugar, como una corrida camarguesa o demostraciones en el manejo de las reses por parte de los gardians en honor al marqués de Baroncelli (1869-1943). Este es un personaje muy querido por la defensa que hizo a ultranza de las tradiciones de la Camarga. Fue la persona que logró convencer a la Iglesia católica para que autorizara la procesión anual de Santa Sara, a pesar de no estar reconocida por Roma, y se convirtió en un gran defensor de los derechos del pueblo gitano en esta parte del Estado francés.