Inventar y reinventarse
Reinventarse es un reto que con frecuencia se presenta en el ámbito personal. Pero puede ser también un ejercicio colectivo, de país o global para la humanidad.
Uno de los riesgos que acechan al científico, al artista y a cualquier creador, es el de reinventar lo ya conocido y existente. Y es sumamente frustrante, en efecto, dedicar meses o años a investigar, a nuevas creaciones, y acabar dando con una copia de algo ya existente.
Pero nadie que busque está exento del riesgo de encontrar lo ya conocido, de reinventar en definitiva.
De ahí la vieja expresión de «reinventar la rueda». Y es que podemos, en efecto, investigar sobre el modo más adecuado de transporte en tierra ignorando lo sabido. Con suerte inventaremos, reinventaremos la rueda.
Y esto puede ocurrir en cualquier ámbito. Es por eso que el plagio y la propiedad intelectual han de estar legalmente regulados pues, a veces deliberadamente y otras de manera inadvertida, hay quien acaba reinventando la rueda de otro.
A medida que avanza la humanidad es cada vez más lo que está hecho y es conocido y, por lo tanto, cada vez es más fácil caer en la estéril reinvención.
Son tantas las canciones grabadas y las novelas escritas que es cada vez más difícil crear textos y melodías que resulten radicalmente nuevas. Son tantos los artículos y libros científicos publicados que a veces resulta complejo evaluar el nivel de originalidad e innovación de lo supuestamente nuevo. Es por eso que, en cada ámbito, es indispensable desarrollar herramientas, mecanismos y criterios cada vez más refinados, para poder evaluar fiablemente el nivel de originalidad de una nueva creación.
En definitiva, si inventar es una de las grandes pasiones instintivas del ser humano, reinventar es uno de los mayores riesgos.
El concepto de “reinvertarse” tiene sin embargo un significado distinto. Se refiere a la necesidad que el ser humano experimenta en algunos momentos clave de su vida de reconducirla, de reconstruirla, dotándola de un nuevo sentido.
Hay quien decide reinventarse de manera espontánea, de motu propio pero, la mayoría de las veces, la necesidad de hacerlo surge en los momentos de crisis: pérdida de un familiar, accidente, enfermedad grave, cárcel, exilio, pérdida del empleo, ruina…
Y es que el humano, mientras puede, salvo raras excepciones, gusta siempre de caminar por el mismo sendero, cada uno en el suyo preferido. Solo cuando falla la brújula y se siente perdido es cuando busca, a cualquier precio, un nuevo camino que lo devuelva al hogar, aunque no sea el suyo ni el de siempre.
Ese proceso de reinventarse suele ser normalmente costoso, incluso doloroso. La necesidad surge de la pérdida y la tendencia humana es a quedar confinado en el agujero negro, en el cráter que se genera. ¿Por qué?¿Por qué a mi? ¡No puede ser!
Y es que nuestra memoria hace que difícilmente aceptemos una de las principales leyes de la Naturaleza: la irreversibilidad temporal. Sea lo que sea lo acontecido, por azaroso o injusto que pueda haber sido, por mucho que podamos recordar y casi tocar la realidad inmediatamente anterior a ese terrible acontecimiento, es imposible volver atrás en el tiempo.
Si un familiar murió en el accidente de coche cuando nosotros conducíamos y, todo por culpa de aquél otro que realizó un adelantamiento temerario, podemos repasar la escena mil veces en nuestro cerebro, pero no conseguiremos retornar a ese instante en el que decidimos tomar el coche, para no hacerlo.
O, si esa enfermedad tan rara e improbable se ha cebado en uno de nuestros hijos, en un evento de probabilidad ínfima, pero con resultados devastadores, podemos torturarnos intentando entender por qué el azar se ha vestido de luto al visitarnos. Pero no conseguiremos invertir el caprichoso destino de la Naturaleza de habernos concedido, sin haberlo pedido, el boleto ganador en esa tenebrosa tómbola.
Cuando el drama acontece son múltiples los riesgos que comienzan a acechar, igual que los carroñeros llegan puntuales al cuerpo aún moribundo, sin dejar, si quiera, que la muerte se consume. Depresión, problemas de drogadicción, suicidio, aislamiento, o demencia, son algunos a los que puede empujarnos una situación grave de pérdida irreparable.
El reto es entonces casi infinito: ¿Como salir del agujero?
La escena del intrépido protagonista cinematográfico que cae en una trampa tan simple y eficaz como una honda fosa excavada en el suelo, con paredes lisas, estrechas, imposibles de escalar, es una caricatura de esa dura realidad. ¿Cómo escapar?
Reinventarse pasa por dar con la salida a esa encrucijada imposible: doblegar el destino y salir del agujero. Conseguir, de algún modo en apariencia imposible, salir a la superficie para poder mirar la oscuridad de la trampa desde arriba, sonreír y darle la espalda.
Pero para ello hay que idear y desplegar un plan de fuga y esa tarea necesita de nuestro cerebro, inutilizado por la propia situación, ocupado, rayado, dando vueltas a la estéril pregunta de «¿por qué a mí?», que nos debilita y resta preciosos momentos de inteligencia necesarios para diseñar la estrategia de escape.
Solo hay una solución: parar el cerebro, reflexionar solo y exclusivamente sobre el modo de salir del hoyo y, sobre todo, pedir ayuda, echar mano de todo lo que pueda ser útil para escalar.
Fácil decirlo y muy difícil hacerlo. Que se lo digan, sin ir más lejos, a las víctimas del deplorable fármaco de la Talodamina, por ejemplo, que hace poco eran noticia tras el último portazo judicial.
Reinventarse no es tarea fácil pero con frecuencia es la única alternativa a una muerte lenta. Exige un esfuerzo enorme pero tiene como recompensa una vida nueva, más fértil, en la que quien lo logra se siente más realizado, más satisfecho, pudiendo valorar y calibrar mejor los diferentes aspectos de lo cotidiano en su justa medida. Y es que desde el agujero es muy fácil recordar todo lo que se echa en falta, y hacerlo en la jerarquía implacable de lo imprescindible e importante frente a lo accesorio: alimento, salud, la compañía de los seres queridos…
Reinventarse es un reto que con frecuencia se presenta en el ámbito personal. Pero puede ser también un ejercicio colectivo, de país o global para la humanidad en su conjunto, como lo son el calentamiento global, el cambio climático, o el suministro energético del planeta para el día en que el grifo del petróleo se cierre definitivamente.
La humanidad necesita reinventarse, sí, para poder seguir habitando de manera saludable y sostenible el planeta Tierra. Pero dedicamos a esa tarea demasiado poco tiempo por la simple razón de que el reinventarse siempre se deja para última hora, para cuando no hay más remedio.
Y entre esos dos extremos, entre lo puramente individual frente a lo planetario, hay un sinfín de escalas intermedias, de barrio, de ciudad, de país, donde la necesidad de reinventarse se plantea también inexorablemente.
El Estado español lleva años luchando contra una crisis económica feroz que ha dejado muchos indicadores negativos y de los cuales el del paro juvenil es el más devastador: ¡Más de un tercio de los jóvenes sin empleo! Los responsables en la materia intentan proyectar un poco de esperanza y señalan que se tardará diez años tal vez en que el quiste se diluya. Pero para entonces los que hoy son jóvenes ya lo serán menos.
Nosotros estamos también en nuestro proceso de reinventar Euskadi, el País Vasco o Euskal Herria; diferentes términos para referirnos a realidades socioculturales y políticas semejantes pero no idénticas, cuya definición pasa siempre por el euskera.
Por ahora son los partidos políticos los que se reinventan, uno a uno, a medida que las crisis internas y electorales van pasando factura, pues, al igual que las personas, buscan nuevos senderos solo cuando falla la brújula.
Falta ahora que reinventemos la sociedad en su conjunto, que recuperemos un espíritu emprendedor y de gestión eficaz que hasta hace poco nos caracterizaba; que definamos un proyecto a largo plazo, con valores y horizonte bien definidos, complementando así el cortoplacismo imperante, necesario en el día a día, pero insuficiente.