Xabier Iñigo Moretti
LA INCREÍBLE HISTORIA DE UNA OBRA OLVIDADA DE INGENIERÍA

Memorias del cable de Irati

Existen pueblos a los que las historias de las que fueron escenario les cambiaron su fisonomía. Pueblos con alma, alimentados por el carácter de las personas que participaron en unos hechos ahora abocados al olvido y que corren el peligro de desaparecer si no son rescatados para contarlos. Uno de estos lugares es Mendibe (Nafarroa Beherea), con apenas 190 habitantes y a una altitud de 260 m.

Enclavado en Nafarroa Beherea, a apenas un kilómetro del vecino Lekumberri y a medio camino entre Donibane Garazi e Irati, Mendibe es paso obligado para los que se dirigen a la selva de Irati por su vertiente norte. Un pueblo hoy silencioso, cuya tranquilidad es rota únicamente por los vehículos que lo atraviesan, ignorantes de los acontecimientos que almacena su memoria, hechos que sucedieron en la década de los años 20 del siglo pasado y se prolongaron hasta la década de los 50. Una historia que está unida al cable, un modelo de teleférico que sirvió el nexo de unión entre Mendibe y el bosque y es el principal protagonista de estos hechos.

Situado a una altitud media de 1.200 m, el bosque de Irati tiene una extensión de 17.300 hectáreas, de las que 15.000 pertenecen a Nafarroa, 1.050 a Nafarroa Beherea y 1.250 a Zuberoa. Es el mayor y más antiguo hayedo de Europa occidental, un lugar mítico y famoso por su pastoreo. Se compone de un 90% de hayas; el resto se reparte entre pinos negros, olmos y abetos. Estos últimos prácticamente desaparecieron en el siglo XVII a consecuencia de su tala indiscriminada para la construcción naval.

En 1920 dio comienzo la explotación forestal que nos ocupa en este reportaje, a raíz de la autorización para obtener un lote de 800.000 metros cúbicos de madera en terrenos pertenecientes a Nafarroa Beherea y Zuberoa. Ante la dificultad existente para el traslado de la madera hasta el valle y bajo la dirección de Hans Bermak, un ingeniero suizo especializado en el montaje de cables aéreos, en 1923 los hermanos Pédelucq, propietarios de diversas explotaciones forestales en las Landas además de la Compañía de Irati, decidieron realizar una instalación para unir el bosque con Mendibe. De esa manera abastecerían a la moderna serrería que proyectaban construir. Hay que recordar que en aquella época no existía la carretera que llega hasta Irati, que no se construyó hasta 1965.

En 1924, los Pédelucq contactaron con los Moretti, unos experimentados «cablistas» italianos con una amplia trayectoria en este tipo de instalaciones. Los Moretti pertenecían a una familia originaria de Brembilla, en la provincia de Bérgamo, cuna también de otros experimentados cablistas conocidos como los bergamasques. Ya en 1900 realizaron varios trabajos en los Alpes, trasladando posteriormente su actividad a los Pirineos. Entre otros montajes, los cablistas italianos fueron los autores de la construcción en 1920 de la conocida pasarela de Holtzarte, suspendida a 140 metros de altura sobre el barranco del mismo nombre de Zuberoa.

Desde Italia a montar el tricable. Francesco, el mayor de los Moretti y jefe del grupo, formó un equipo constituido por sus hermanos Vicenzo, Battista, Giussepe, Bortolo, su cuñado Pesenti, sus hijos, gente del pueblo y otros miembros de la familia Mazza. El equipo comenzó los trabajos para instalar el cable, nombre con el que ellos llamaban a este tipo de instalación. Utilizaban un sistema llamado «tricable», inventado por los bergamasques y que fue el precursor de los teleféricos que hoy conocemos en las estaciones de esquí, inexistentes en aquella época. Con esta invención contribuyeron en buena medida a facilitar la explotación de los bosques y al traslado de la madera a los valles.

Entre Mendibe e Irati se trataba de instalar un cable primario de 14 kilómetros de longitud –que llegaría a ser el más largo de Europa–, con un desnivel de 800 m y acompañado de varios secundarios en el interior del bosque. Toda un gesta en aquellos tiempos.

La instalación se sustentaba principalmente sobre postes de madera, utilizando también el acero en algunas estaciones. El sistema tricable era muy simple y se componía de tres cables de acero de distintos diámetros: uno, un portador fijo, donde se deslizaban los dos carros portadores del tronco; un cable paralelo de diámetro inferior también fijo para asegurar el retorno de los carros vacíos, y un cable tractor, que arrastraba los carros. Este último creaba un bucle en forma de ocho entre las grandes ruedas de las dos grandes estaciones de salida y llegada. Funcionaba por gravedad, ayudado por un motor eléctrico desde la estación inferior.

El modo de marcar el terreno que utilizaba Francesco como jefe de equipo era muy simple: a falta de aparatos apropiados –hoy en día se utilizan teodolitos muy sofisticados–, usaba una bola de bronce hueca agujereada en sus extremos con dos pelos tendidos verticalmente. Desde el lugar de partida era capaz de visualizar hasta el punto de llegada la alineación exacta donde marcar los puntos en el terreno con piquetas de madera, con la finalidad de señalizar el camino donde trascurriría el cable. En aquella época constituía una proeza realizar el marcado de una instalación de tal envergadura de esta manera.

Modernidad, ingeniería y bodas al pie de Irati. Si los pocos restos del cable que todavía podemos encontrar en algunos lugares de Irati, esos que dan fe de su existencia en tiempos pasados, nos pudieran hablar rescatarían de su memoria una historia digna de ser contada. Nos contarían que las obras para su montaje comenzaron en 1924 y duraron tres años, así como que, cuando faltaban pocos meses para su finalización, empezaron los trabajos de construcción de la serrería de Mendibe, una de las más modernas de Europa, construida en tiempo récord. Si la instalación del cable duró tres años, la serrería solo necesitó tres meses. Nos hablaría del esfuerzo y el sudor de los cientos de trabajadores que participaron en su ejecución, muchos de ellos transportando sobre sus hombros los cables desde el valle hasta la montaña, ayudados por yuntas de bueyes.

Con sus 800 metros de desnivel y sobre un terreno sinuoso, aquella obra de ingeniería nos contaría de las muchas vicisitudes que tuvieron que afrontar durante el montaje de la instalación. También recordaría que en 1926 se pusieron en marcha la serrería y el propio cable, y que en 1927 la compañía empleaba a 400 personas –200 en la serrería, 50 en la meseta y 150 leñadores en el bosque–, que producían 12.000 metros cúbicos de madera al año y que, además del serrado, también se fabricaron miles de zuecos y otros utensilios de madera. En estos trabajos participaron numerosas mujeres. El cable nos hablaría de las personas que hicieron posible su funcionamiento: de los franceses de Rousiñol y Languedoc, de los bergamasques de Italia, de los vascos de Nafarroa y Zuberoa.

En su memoria quedarían grabados los amaneceres de Irati, el silencio roto al comienzo de la jornada por los golpes de hacha de los leñadores, de los tronzadores y de los gritos de ánimo de los muleros a sus mulos para el transporte de los troncos hasta la estación de salida. Entonces no existían las motosierras ni tractores, solo los brazos de los leñadores que, trabajando hasta la puesta de sol, procuraban que no faltara el suministro de madera.

Recordaría cómo las diferentes culturas supieron convivir en armonía en un pueblo como Mendibe que, amante de unas tradiciones, en un principio las vio «peligrar» por la aparición en su territorio de nuevas gentes. Esta suspicacia propia de un pueblo conservador y tranquilo hasta entonces, pronto desapareció cuando los foráneos fueron integrándose. Unos de los «causantes» fueron los matrimonios entre italianos de ambos sexos con franceses y vascos, algunos de ellos navarros. El cable rescataría de su memoria cómo los fines de semana, mientras descansaba, llegaba a sus oídos el sonido agradable del acordeón con el que, en el cercano frontón de Mendibe, los Moretti, expertos músicos además de cablistas, amenizaban con sus melodías los atardeceres de sábados y domingos. Los trabajadores de la serrería, cablistas y leñadores bajaban al pueblo a disfrutar de un merecido descanso y aprovechaban también para divertirse. Suponemos que estos bailables, nada a gusto del cura del pueblo, tendrían mucho que ver con los matrimonios que se produjeron.

Pronto el pueblo se acostumbró al sonido estridente que salía de las sierras circulares... hasta que enmudecieron en 1936. Por problemas económicos la serrería tuvo que cerrar, viéndose abocados la mayoría de sus trabajadores a regresar a sus lugares de origen o a buscar empleo en lugares limítrofes.

Red clandestina en la Segunda Guerra Mundial. Seis años duró el cierre y ese silencio que Mendibe había olvidado. En 1942, la familia Pomerantzeff negoció con los Pédelucq la compra de la serrería y nombró gerente a Charles Schepens, un médico oftalmólogo belga huído de su país. Perseguido por los nazis por pertenecer a la Resistencia, Schepens tuvo que adoptar una falsa identidad, haciéndose llamar Jacques Pérot, que era como todos le conocerían en Mendibe.

Había que restaurar el cable y seis años de abandono hicieron que la instalación sufriera graves desperfectos. El cable nos contaría que volvió a encontrarse con los Moretti, a quienes se convocó para volver a hacerse cargo de este trabajo. También rescataría de su memoria una historia propia de una novela de espionaje. Nos relataría que, además de realizar los trabajos propios de una serrería, ésta servía de cobertura para una red clandestina llamada “Zero” cuya finalidad era la de hacer pasar la frontera por Irati a pilotos belgas y a otra serie de personas en su huída. Fueron cientos las personas a las que ayudaron a escapar de los nazis apoyados por esta organización. Para ello contaban con la colaboración de pastores y mugalaris conocedores del terreno y expertos en evitar a los carabineros y a los soldados de la Grenzschutz que vigilaban la frontera. El pastor de Mendibe Jean Sarochar fue uno de los principales protagonistas de esta odisea.

La red se extendía desde Mendibe a Donostia pasando antes por Elizondo. Desde la capital guipuzcoana, el cónsul belga Lizarriturri se encargaba de hacerles llegar a Portugal y, desde allí, volaban a Inglaterra. Esta red fue descubierta por los nazis en 1944, lo que obligó a Pérot, quien había sido el artífice de la organización, a esconderse en Mendibe y a huir usando su propia red. Esta historia está documentada en el libro de la escritora Meg Ostrum titulado “Le chirurgien et le berger. Deux héros de la résistance au Pays Basque” .

Fue en 1955 cuando el cable tuvo que cesar definitivamente su actividad. Ese año la serrería cerró sus puertas, debido a que los trabajos de extracción de la madera en Irati se fueron ralentizando hasta su total paralización.

La asociación Oroimena (Memoires du cable d’Irati) fue constituida en 2015 en Mendibe y está compuesta en su mayor parte por descendientes de los protagonistas y otras personas involucradas en la idea de resucitar la historia del cable. Buscan la colaboración de cuantas personas puedan aportar datos, fotografías o conocimientos de esta época con la finalidad de elaborar un archivo que, a través de un pequeño museo, dé a conocer unos hechos que solamente sobrevivían en la memoria de los descendientes de aquellos que pusieron su buen hacer y su esfuerzo en la puesta en marcha de esta empresa. Para contactar con la asociación: oroimena@orange.fr