IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿Dieta psicológica?

En un mundo cada vez más abierto podemos conocer lo que sucede en nuestras antípodas sin un lapso temporal significativo, un viaje que antes nos costaba meses, ahora sucede en horas, las palabras que antes tardaban en llegar, hoy son transportadas por la voz de forma inmediata, por no entrar en la maraña de las redes sociales. Parece que los destinos son infinitos, la información a la que podemos acceder también, a través de internet y todo lo digital, lo que llaman la cuarta revolución industrial, y sin embargo, para cierto porcentaje de la población, las opciones de vida parecen estar cada vez más reducidas.

Evidentemente, la vida en las ciudades ha incrementado en mucho las opciones en comparación con el mundo rural y, sin embargo, la insatisfacción, las quejas, la melancolía y la inercia se apoderan de nosotros con cierta frecuencia. Hace unos días, y por buscar una metáfora que me ayude en la narración, veía un documental sobre los efectos nocivos del exceso de azúcar en nuestro organismo, equiparándola al consumo de tabaco en países desarrollados por su nocividad y su cualidad adictiva; hablaban de la obesidad consecuente como una epidemia mundial provocada por los estilos de consumo basado en alimentos procesados –estilos en nuestro caso importados y que cada vez más se abren paso en el apetito de las nuevas generaciones–, y pronosticaban en sus latitudes un futuro incierto en términos de salud. La alimentación es una preocupación creciente y constante en la crianza de los hijos, pero, ¿hay “productos” psicológicamente nocivos? Y no me refiero a productos de consumo, con su envasado y precio, sino productos en cuanto a resultados derivados de nuestro modo de vida que nos hagan daño psicológicamente y aún así nos enganchen, estén por todas partes.

Puede parecer que uno esté, como decía el grupo humorístico Les Luthiers en uno de sus números, “razonando fuera del recipiente”, pero quizá deberíamos plantearnos cuáles son nuestros “hábitos de ingesta psicológica”. Dicho de otro modo, a qué creencias sobre la vida, nosotros mismos y los demás estamos enganchados y que nos dejan más amargura, insatisfacción, o autocrítica desmedida que se nos agarra al músculo de la flexibilidad mental a modo de grasa excesiva y nos impiden movernos, respirar, pensar, y soñar. Quizá no sería mala idea hacer una pirámide alimenticia psicológica, similar a la que proponía Maslow, para explicar la motivación de las personas, pero una en la que nosotros podamos pensar, una que controlar y en la que intervenir.

En una época en la que abunda el estímulo psicológico inmediato, en la que la percepción de lo que nos rodea está constantemente influenciada por el sentido que dan los otros a lo nuestro, en la que la sensación sustituye a la emoción y al sentimiento en los medios de comunicación y en los discursos, quizá tenemos que responsabilizarnos de lo que metemos en nuestra cabeza a modo de ingesta diaria. Al igual que la alimentación, esto cambiaría nuestra salud, nuestro desarrollo, nuestra longevidad, nuestro bienestar y el de quienes nos rodean, y otras tantas parcelas de nuestro ser y nuestra actividad en el mundo.

Nuestra mente es reactiva al entorno, es evidente; lo que nos sucede nos invita a ir en una dirección pero no nos empuja ni obliga a tomar una decisión, ésta viene dada por el procesamiento interno de la información y su cotejo con nuestro aprendizaje, lo que sabemos, lo que nos constituye. De modo, que si somos más conscientes de lo que nos decimos a nosotros mismos día a día, de las conclusiones rápidas que sacamos sobre algo con muchas caras e interpretaciones posibles, quizá, al igual que con una alimentación basada en unos nutrientes limitados, estemos limitando nuestras opciones. Por mi parte, pensaré en ello.