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ARQUITECTURA

Pura Antimateria


En 1929 se inauguraba en la Exposición Internacional de Barcelona, diseñado por Mies van der Rohe y Lilly Reich, el conocido como Pabellón de Barcelona; en realidad, Pabellón de Alemania. Concebido como espacio representativo y expositivo, el edificio pretendía simbolizar el carácter progresista y democrático de la nueva República de Weimar y su recuperación tras la Primera Guerra Mundial.

Su radicalidad vanguardista convirtió este edificio en uno de los hitos en la historia de la arquitectura moderna, al ser una obra donde se plasmaron con rotundidad y libertad las ideas del entonces naciente Movimiento Moderno. La crítica y la teoría de la arquitectura elevaron de tal manera las cualidades del pabellón que rápidamente fue considerado como una de las piezas clave del estilo internacional. Aunque el edificio fue desmantelado tras la exposición, en el año 1930, su importancia en la historia de la arquitectura logró que fuese posteriormente reconstruido, en la década de los 80 en su ubicación original, convirtiendo Barcelona en lugar de peregrinación de miles de personas.

En cierto modo, el pabellón reconstruido se convirtió en un muerto viviente, en una arquitectura efímera a la que se le alargó artificialmente la vida, en un espacio que ya no servía a la exposición internacional para la que fue creado sino que debía reinventarse también en su uso para sobrevivir. De este modo, el antiguo edificio, desprovisto del carácter patrimonial y conservacionista puesto que es una réplica, es hoy un espacio lleno de actividades abiertas al debate y la discusión gestionado por la Fundació Mies van der Rohe.

La Fundació invita periódicamente a artistas y arquitectos a provocar nuevas miradas y reflexiones a través de sus intervenciones en el pabellón, potenciándolo como espacio de inspiración y experimentación para la creación artística y arquitectónica más innovadora. SANAA, Ai Weiwei, Enric Miralles o Andrés Jaque son algunos de los que han actuado sobre este espacio proponiendo diversas intervenciones.

La última intervención hasta la fecha ha sido la planteada por los arquitectos Anna & Eugeni Bach, realizada durante el mes de noviembre de este mismo año, bajo el título de “Mies missing materiality”. La propuesta convierte el pabellón en una maqueta, con todas sus superficies limitadas a un único material blanco que evidencia el papel representativo de la obra; tanto el del original, como el de la reconstrucción. El edificio se convierte así en una maqueta de sí mismo a escala 1:1, a tamaño real, mostrando un espacio finalizado pero al mismo tiempo inacabado.

Pasando al blanco. El día 8 de noviembre el pabellón comenzó a perder su materialidad y poco a poco se fue convirtiendo en una maqueta a través de un proceso de montaje en el que se colocaron vinilos blancos, hasta finalizar el proceso de transformación, que culminó el 16 de noviembre, cuando apareció completamente blanco. En ese estado congelado, en el que se presentaba prácticamente como una copia de la copia, permaneció dieciséis días, hasta que recuperó de nuevo su estado original.

El Pabellón de Mies van der Rohe se fue revistiendo paulatinamente hasta quedar desnudado de toda materialidad. Con esta sencilla y contradictoria acción, los muros, suelos y pilares se convierten en un lienzo en blanco, que abre la puerta a múltiples interpretaciones sobre aspectos como el valor del original, el papel de la superficie blanca como imagen de la modernidad o la importancia de la materialidad en la percepción del espacio.

Convertir el pabellón en una maqueta, con todas sus superficies limitadas a un único material, tan blanco como indeterminado, sustraerlo por tanto del color, la textura y los contrastes entre los diversos materiales del original, abre además otras interpretaciones ligadas a la historiografía de la arquitectura del siglo XX.

El edificio fue entronizado como icono en la exposición “Modern Architecture” del Moma de Nueva York de 1932. En el catálogo de la muestra, varios edificios fueron presentados a través de una selección de fotografías y escritos críticos. En ellos, Philip Johnson y Henry-Russell apuntaron los criterios homogeneizadores del estilo moderno y la superficie blanca, como emblema de una nueva arquitectura, aparece como uno de los más insistentes. Un color puro asociado en occidente a lo virginal, a lo desinfectado y que tiene su origen simbólico en el uso de la cal viva como desinfectante. Hay que tener además en cuenta que las fotografías en blanco y negro de la época ocultan en cierto modo la realidad material de los edificios de la muestra, trasladando su aspecto hacia unos blancos, cuanto menos dudosos.

Proveer al Pabellón de Barcelona de esa blancura homogeneizadora significa dotarlo de una de las características definitorias de la historiografía moderna, pero negando al mismo tiempo su realidad material, aquella que precisamente lo erigió en icono del mismo movimiento moderno. La intervención puede resumirse desde este punto de vista como una crítica a la crítica arquitectónica.

La intervención niega, por tanto, la materia al pabellón para ponerla en valor. El famoso muro de ónice del Atlas, el mármol verde de los Alpes, el travertino romano o el cromado de los pilares han desaparecido y se nos aparecen en blanco, pidiéndonos, como en aquellos cuadernos infantile,s que lo rellenemos del color de la materia que le corresponde.

En definitiva, nos invita a actuar como arquitectos y a tener el valor de decidir qué materia debe ocupar cada elemento, transformando así nuestra percepción del espacio y borrando esa pureza antimatérica que convierte el lugar en un laboratorio. Cierto es también que bajo ese manto de vinilo blanco se esconde la materia que Mies y Reich eligieron para el pabellón, aunque no deje de ser otra copia.