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ARQUITECTURA

Cofre sacro


El arquitecto portugués Álvaro Siza ha finalizado este mes la iglesia de Saint Jacques de la Lande, la primera iglesia construida en Bretaña en el siglo XXI. El edificio, confeccionado enteramente en hormigón blanco, proporciona un espacio ceremonial único que se pliega suavemente en un barrio de nueva construcción en la periferia sur de la capital, Rennes. La iglesia se ilumina indirecta y cenitalmente, de modo que la luz inunda el espacio desde el techo, rebotando en las paredes cilíndricas de la sala principal. Otras dos pequeñas aberturas cenitales se colocan sobre la imagen de la virgen y la fuente bautismal, añadiendo un dramatismo espiritual a estas dos piezas singulares.

La principal preocupación de Siza al diseñar el proyecto fue poder integrar la iglesia en el tejido urbano. En este sentido, el volumen de la iglesia se inserta como una pieza independiente que se adapta al urbanismo de la zona y a las dimensiones de los edificios y espacios cercanos, en particular al bloque de apartamentos de gran tamaño situado al norte de la intervención. La opacidad del nuevo edificio, prácticamente carente de aberturas en sus fachadas, así como la rotundidad de su masa y el lenguaje tallado y escultórico de la pieza, le aportan una dimensión ambigua. En la distancia, el edificio parece rotundo, capaz de discutir la escala de los grandes bloques residenciales; por el contrario, al acercarse y comparar sus dimensiones con las del ser humano, la iglesia se vuelve amable y doméstica.

El programa se distribuye en dos niveles, al superponer un cilindro con un diámetro exterior sobre un plano cuadrado. El centro parroquial y la iglesia están en el primer y segundo piso respectivamente, acompañados de un sótano más pequeño que alberga las áreas técnicas y de almacenamiento. Dos volúmenes rectangulares se desprenden hacia el oeste de este núcleo, enmarcando el atrio de entrada y abarcando toda la altura del edificio. Otros dos volúmenes cuadrangulares idénticos se encuentran al este, junto con un medio cilindro en voladizo que emerge desde el piso superior. La circulación entre las dos plantas se produce a través de un ascensor y dos escaleras, una de ellas cerrada y que recorta su silueta inclinada en el volumen principal.

 

 

La sala central de la iglesia tiene capacidad para 126 personas y se acompaña de una capilla lateral al sur, que contiene la pila bautismal, y un ábside semicircular, donde están la imagen de la virgen y el tabernáculo, además de por otra pequeña capilla lateral, en el lado norte, que contiene el crucifijo. La sacristía, de acceso restringido, está en el piso superior del volumen donde están el ascensor y la escalera cerrada.

Los muros de hormigón blanco resuelven también la estructura del edificio y han sido ejecutados añadiendo un importante espesor de aislamiento térmico en su interior. Las marcas del encofrado utilizado durante la construcción son visibles en las fachadas, lo que otorga al conjunto un aspecto rudo, bunquerizado, a modo de cofre protector. Frente a esta crudeza material de las fachadas, los elementos más cercanos, como pavimentos, mobiliario o carpinterías, destilan elegancia y suavidad. Todo el interior está pavimentado con mármol, que construye además un zócalo continuo por todas las paredes de 110 cm de altura, absorbiendo también los antepechos y barandillas de las escaleras. El mobiliario, así como las carpinterías, son de roble, y ha sido construido bajo diseño del propio Siza.

Curiosamente, al acceder al interior de la iglesia se descubre que el área de la congregación se despliega diagonalmente, extendiéndose desde la escalera de acceso hacia el crucifijo que define la posición del altar. Una lámina cuadrada suspendida sobre el espacio cilíndrico de la iglesia controla la luz que entra por el triforio y oculta los equipos de iluminación y de ventilación. Los lados de este panel cuadrado son paralelos al eje diagonal del espacio sacro, remarcando de nuevo esa estructura diagonal. En cierto modo, el proyecto juega aquí con el equilibrio entre la normativa urbanística y la tradición litúrgica. El planeamiento y la estructura urbana mantienen una serie de alineaciones, que no coinciden con el tradicional eje este-oeste en el que debe desplegarse una iglesia, por lo que Siza, mediante la arriesgada geometría circular, es capaz de introducir ese giro y satisfacer así tanto la legislación como la idea de elevarlo hacia lo sagrado.