7K - zazpika astekaria
CONSUMO

Pagar lo justo


Los fraudes alimentarios, por desgracia, están a la orden del día y no se limitan a intentar darnos gato por liebre, sino que nos cobran el gato a precio de liebre. Menos mal que nos enteramos de casi de todo gracias a la labor de expertos, asociaciones consumeristas y determinados medios de comunicación que los divulgan.

El caso es que en los alimentos casi nada es lo que parece, lo que nos lleva, como personas consumidoras, a tener el ojo avizor con lo que metemos en la cesta de la compra. Así, por ejemplo, dicen los muy conocedores de la miel que gran parte de la que consumimos es, en realidad, una mezcla de glucosa de arroz con otros azúcares añadidos. Que si optamos por la auténtica –la que va del panal al tarro–, hay que comprar envases en los que figure escrita de forma clara la leyenda “miel de productor”. Algo parecido ocurre con el pulpo gallego, que debe llevar una doble certificación para distinguirse del procedente de Marruecos, Chile o México.

El capítulo de las carnes es muy amplio, por su larga lista de especies, origen o despiece, aunque entre los fraudes habituales destacan como anecdóticos la carne de buey y el rabo de toro. Y es que “cantan”, porque hay pocos ejemplares en el mundo de los bóvidos machos para tantos kilos como se comercializan. Discriminación de género diríamos, porque son las hermosas vacas las que lo dan todo, menos el rabo de toro claro, porque en este caso son las avestruces o los canguros.

Cómo se nos queda el cuerpo, ¿verdad? Son alimentos que no matan, al ser aptos para el consumo humano, aunque sigue siendo un fraude el que nos den el cambiazo a la hora de venderlos. Supone un gran trabajo para las administraciones públicas, que deben inspeccionar y expedientar. Pero es que solo se pide lo justo: comprar lo que la publicidad dice que es.